El algoritmo ha dejado de presentarme a madres estupendas que llevan a sus hijos preciosos, perfectamente vestidos. Tampoco aparecen ya en mi feed esos de decoradores geniales de ideas maravillosas imposibles de copiar por la capacidad de mi bolsillo. Y ni qué decir de las tiendas de ropa para el día a día, ahí he ayudado yo al algoritmo; para pasear por el bosque y dirigir mi vida de campo me sobra ropa que aún guardo en el armario.
Ahora me presenta historiadores, escritores, filósofos, psicólogos… todos divulgadores. Una vez más sospecho que me escucha porque ahora además me presenta mini cortes de video muy ad hoc para mis cuatro adolescentes – tengo a una hija prestada-, pues siempre termino enviándoles alguno a su buzón para que se den cuenta de que su madre tiene razón, de que el dato aquel era cierto, de que sus padres son como los demás… Convivo en paz con ellos hasta que se me llevan los demonios cuando sueltan alguna perla histórica fruto de algún reel de Tik Tok. En defensa de mis vástagos diré que en estas latitudes no enseñan historia, ni propia, ni universal y que se saltan los contextos y que salvo el Antiguo Egipto y las Cruzadas parece que poco más pasó en el mundo hasta que llegó el siglo XX, con sus guerras mundiales y desgracias, porque los avances tampoco se estudian o se les da tanta importancia.
En la sobremesa del sábado intenté hacerles ver que la Hispanidad es quizá lo más grande que España- en aquel momento Castilla- hizo por la humanidad. Trataba de explicarles que conocer un territorio, como antes habían conocido tribus del pacífico, o los vikingos del norte de Europa o quien fuera que llegara al Nuevo Mundo antes que la expedición Castellana, no deja una huella reseñable en la historia de los pueblos. Que lo que deja huella es la conquista en sus dos acepciones del diccionario.
Conquistar es adentrarse en la realidad de otro, poco a poco, crear lazos de confianza, acompasar el corazón, manejar su lenguaje y preocuparse y ocuparse por el porvenir del conquistado, superar conflictos y dificultades y sí, usar también las armas necesarias para lograrlo. Pues este verbo transitivo tiene sus dos acepciones la bélica y la romántica, y los españoles supieron combinar ambas con éxito pues el hecho, fuera de ideas revisionistas de la historia, es que los pueblos y tribus de la América prehispánica fueron convirtiéndose en civilización, donde las creencias, las leyes, la cultura, el arte, el avance científico… provenía del otro lado, de Castilla, y se adaptaban al nuevo mundo adoptando nuevas formas, con un mismo sentir y ese mestizaje, no sólo personal, sino cultural y ambiental, hizo que el mundo se hiciera grande. Y nunca hubiera sido posible si la orden de la Reina Isabel I de Castilla, la católica, no hubiera sido la que fue “…que no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las Indias reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, antes al contrario que sean bien y justamente tratados, y si han recibido agravio que remedien”, igualándolos en todo a cualquier ciudadano del Reino de Castilla, en dignidad y derechos y ésta y no otra es la razón más grande. Pues nunca, nadie más fue conquistando territorios sabiendo compaginar lo bélico con lo romántico; ni franceses, ni neerlandeses, ni ingleses, ni belgas… Ninguno supo manejar con magnanimidad el mandato católico, la universalidad de los hijos de Dios, la universalidad de la dignidad del ser humano.
Lo cierto es que todos esos países y potencias geográficas en algún momento de la historia dejaron de ser católicos para ser protestantes, reformistas, calvinistas… Y la conquista del ser humano en su versión más profunda la entendemos de una forma desigual. Castilla siempre lo entendió como parte de un proceso que implicaba igualdad, regresar, habitar y residir para poder cuidar y crecer juntos. Tal vez ésta sea la clave para revertir la gran preocupación de hoy; la inmigración que sufre Europa y que parece más una invasión.
Ahora la complicación está en que los corazones ya no son católicos, ni como los de los castellanos de entonces, y España hace tiempo delegó su papel protagonista en el mundo y sobre todo, conquistar ya no significa volver y habitar y crecer juntos en una misma dirección, ni compartir la fe. Ahora conquistar es ver qué puedo sacar de ti, en qué me puedo aprovechar sin que dañes mi libertad y eso es más galo, más anglosajón, más germano, y cada vez más, también español.