La palabra “Tranquilidad” tiene origen en el latín y está conformada por el prefijo “trans” que significa más allá y el verbo “quiescere” que significa calmar. En otras palabras, la tranquilidad es la capacidad de estar en calma, la habilidad para mantener la mente en reposo. La cultura de la tranquilidad en tiempos de hiperconectividad digital, de exceso de información con bajísimos niveles de comunicación, de odios y de rencores, de hiperdemocracia y supraderechos, debería ser un imperativo personal. La finalidad de la vida, hoy nutrida por la ética utilitarista, no debería ser la búsqueda de la felicidad a partir del placer como lo propusieron los antiguos epicureistas. El propósito de la vida debería ser el de obrar correctamente y tener la mente bajo control propio, y de esta forma mantenerse tranquilo pese lo adverso o lo propicio de las circunstancias.
Quien logre estar en calma no obstante las dificultades, está muy cerca de alcanzar su propio señorío, estará más cerca de las deseadas serenidad y paciencia, que el antiguo Kaliman recomendaba a su pequeño amigo Solín, rememorando la serie radiofónica mexicana que luego fue llevada al formato de historieta por Latinoamérica en los años sesenta del siglo pasado. La cultura de la tranquilidad invita a reflexionar sobre si la enfermedad mental es una constante de las sociedades contemporáneas, cada vez se diagnostican más personas con síndromes asociados a la hiperactividad, curiosamente en tiempos de hiperactividad, todos hablan de meditación, pero pocos logran silenciar sus mentes. En la búsqueda de la tranquilidad se acude a las más disímiles vías, “el mindfulness”, el yoga, el gimnasio, la espiritualidad, la fe religiosa, los medicamentos, hasta los opiáceos y el alcohol son utilizados para lograr la deseada tranquilidad. Valdría la pena plantear la construcción de una cultura de la tranquilidad a partir de la mente y su control, personas dotadas de herramientas para el sosiego y la paz interior.
¿Deberían las sociedades implementar una política pública para la construcción de una cultura generalizada de la tranquilidad a partir del trabajo interior de las personas en el conocimiento de si mismas?, el deseado conócete a ti mismo y hallarás la felicidad, que suele atribuirse a Sócrates (470-399 a.C.), no debería ser simplemente una máxima de filósofos si no un estado de vida permanente que redundará no sólo en la calma de la mente y del espíritu, también en la recuperación del tejido social con mejores prácticas de civilidad urbana, ciudades como espacios comunes en los que la seguridad, los buenos modales y prácticas deberían desplazar la inseguridad, el desorden, la suciedad, la contaminación visual y auditiva.
La cultura de la tranquilidad es también la cultura de la paz interior, que debería ser un tesoro para toda persona, y no simplemente un deseo o un estado transitorio del alma. Con toda seguridad quien está en paz para consigo mismo y ha expulsado sus demonios, no sólo será un mejor ciudadano, será un mejor miembro de familia, un mejor trabajador y una persona que aportará valor sólido a la sociedad.
La tranquilidad se contagia, quien encuentra la calma interior está más cerca de lograr estados de felicidad insospechados, por ello, la tranquilidad no puede depender de otra persona, o de un empleo, o de un salario, o una mascota, la tranquilidad debe depender exclusivamente de cada uno, como amo y señor de su propia conciencia. Por las anteriores razones, la tranquilidad no es endosable a otras personas, ni a los gobiernos e instituciones. Sólo quien halla en su inconsciente los estados mentales suficientes para proceder en calma sin importar la dificultad que enfrenta, con toda seguridad estará más cerca del Cielo, del Nirvana o del Paraíso. Parece fácil escribirlo y repetirlo, pero una cultura de la tranquilidad además de un imperativo personal, debería ser un camino. ¿Qué tan tranquila estás el día de hoy, Mi Alma de Fresa y Boca de Nata? ¡Qué jamás el afán del día y la abundancia te aparten de tu estado mental de reposo y sosiego! No parece fácil, pero se puede y se debe.