La década perdida, una mirada a América Latina, la opinión de Jaime Polanco

Jaime Polanco

Comenzaba la década con cambios esperanzadores en algunos gobiernos y con la ilusión de asistir al fin de otros, que generaban agotamiento y desazón.

Las previsiones de los organismos internacionales, auguraban una década de progreso social y una recuperación y crecimiento económico sostenido. Nadie recordaba antes una previsión de desarrollo así en las ultimas décadas.

Solamente los más pesimistas de siempre escrutaban negros nubarrones sobre la polarización entre bolivarianos y los países aferrados a la órbita norteamericana. Nada hacía presagiar que lo peor, estaba aún por llegar.

El mundo de la globalización exigía más tensión en las maltrechas economías latinoamericanas, muy dependientes de las materias primas. Los países asiáticos acudían a su rescate, demandando los recursos naturales que ayudarían a construir la maquinaria industrial y económica necesaria para sus planes de futuro. Eso llevaría a China su primer demandante, a coliderar las economías mas desarrolladas del mundo.

Era el principio del fin del chavismo moderado en Venezuela. Difícil era imaginar que el dictador muriera a comienzos del año 2013 en medio de una crisis económica sin precedentes en su país. La falta de oficio y conocimiento de su sucesor, llevó inexorablemente al fracaso al país más rico de la región.

En ese camino arrastró a Argentina, Nicaragua y Bolivia entre otros. A pesar del vaivén de los cambios, con la llegada de gobiernos de diferentes entrañas políticas poco cambió sustancialmente. El ADN de sus gobernantes marcó nuevamente la hoja de ruta de la corrupción y las desigualdades.

Las dos grandes superpotencias tampoco quedaron atrás en los desaciertos de sus respectivos gobiernos.

México con Felipe Calderón electo, pero deslegitimado socialmente por su dudosa victoria en las urnas, significó un mal comienzo de la década. El sexenio del presidente Enrique Peña Nieto más plagado de corrupción que de aciertos en sus políticas económicas y sociales, dio lugar al vuelco más espectacular de la historia del país: la llegada del mesiánico Andrés Manuel López Obrador.

Todas las sospechas que se cernían sobre su limitada capacidad de gobierno se han visto confirmadas con su particular manera de liderar los efectos de la pandemia del COVID-19 y las desastrosas decisiones que tomó en materia económica en los primeros meses de gobierno, para demostrar quién mandaba en el país. México no crecía, no crece y ya veremos si encuentra la senda de crecimiento en lo que falta de sexenio.

Tampoco Brasil, lo ha hecho mejor. Desde el populista gobierno de Lula, pasando por el desastre político y económico de la presidente Dilma, el corto y controversial mandato de Termer y el desastroso mandato de Bolsonaro, todos y por igual, han dejado a la primera potencia regional lista para el desahucio. Nada ha contribuido a la tranquilidad social de los brasileños.

Años de populismo, corrupción, guerras institucionales, escándalos políticos y decisiones erradas en materia económica están llevando a los ciudadanos al desasosiego. Para terminar de poner la guinda al pastel, el desdibujado gobierno de Bolsonaro, está conduciendo al país a un caos en su política sanitaria, fallando groseramente en la búsqueda de soluciones confiables sobre cómo afrontar la pandemia.

Colombia empezó esperanzada la década tratando de olvidar la senda del pasado. El nuevo presidente traía debajo de la manga el ‘as’ de la paz, totalmente necesaria para la consolidación y proyección internacional del país. Santos un jugador profesional, con clara visión institucional, se la ‘jugó’ al uribismo.

Empezó unas negociaciones plagadas de errores tácticos, pero hizo lo posible para salvar todos los obstáculos que semejante reto traía. La paz quedó inconclusa. Prueba de ello es el rencor y desconfianza que generaron en millones de colombianos. Las reformas profundas que el Estado demandaba tuvieron que esperar.

En nada ayudó la llegada del débil gobierno del nuevo Presidente Iván Duque. Su inexperiencia y la de su gobierno, secuestrados por el rencor del partido político que lo sustenta, congeló cualquier intento de cambio. De momento, la sociedad asiste atónita a las malas influencias exógenas sobre el papel que el país debe asumir regionalmente. Demasiada testosterona en las decisiones de gobierno, para tratar de demostrar “quién manda aquí”.

Mientras tanto, en el interior, el cáncer (que no el virus) es el asesinato de líderes sociales. Cáncer que está consumiendo los órganos del gobierno, incluyendo al Ejército, incapaz de asumir los compromisos asumidos por el Estado en la defensa de la vida, de todos aquellos que creyeron el la paz y sus consecuencias.

Análisis aparte merecerían Chile y Perú, en donde se han vivido vaivenes políticos diferentes. Del confort de la concertación, a la vuelta de la derecha, hicieron de Chile el modelo a seguir. Todo era exportable menos el inconformismo social. Ambos gobiernos desoyeron el clamor de la gente. Primero, como siempre, los estudiantes. Luego, la sociedad en general, demandando unas reformas sociales que acercaran la riqueza real a los más desfavorecidos. Nada de eso ha sido posible. Las promesas de reformas constitucionales, que acabarían con las herencias del pasado, no han llegado para la desesperación de muchos.

Perú, qué empezó la década con el mayor crecimiento de la región, se fue desinflando. La sucesión de desatinados gobiernos no ayudó en nada. Desde el fallecido Alan García, pasando por el de Ollanta Humala y llegando al reciente de Martín Vizcarra, demostraron lo lejos que estaban de consolidar un proyecto de futuro. Las luchas internas, la corrupción política y una falsa modernización de sus instituciones, ayudaron a romper el sueño del crecimiento y la consolidación de la clase media tan necesaria.

La falta de un proyecto común y el exceso de corrupción en sus débiles sistemas institucionales, empantanaron las posibilidades de cambio en los países latinoamericanos.

La llegada sin avisar de la pandemia de la Covid-19 no ha hecho si no constatar la debilidad de los sistemas de salud y la falta real de oportunidad para los mas desfavorecidos.

Ahora bien, no todo fue malo. Avances en algunos países pequeños, ayudan a pensar en que con otras maneras de gobierno, también los cambios positivos son posibles.

Alguien por encima de los cortos planteamientos domésticos de cada uno de los gobiernos, tendría que poner a trabajar a los magníficos expertos que hay en la región.

Pensar en un modelo de colaboración transnacional que permita planteamientos conjuntos para dar salida a los muchos problemas que comparten. Sólo con una visión global y un reposicionamiento que organice las capacidades de cada uno en una apuesta común, hará que Latinoamérica pueda volver a la senda del crecimiento, en busca de la ansiada consolidación de sus clases medias.

@JaimePolancoS