Hace cuatro siglos, cuando fulguró la ilustración, era razonable pensar que a partir de esa liberación mental la misión consistiera en llevar conocimientos y desarrollo del intelecto a cada vez más personas en el mundo. Los sistemas educacionales, incluyendo y en forma muy importante los religiosos, desde entonces han estado compartiendo conocimientos en los formatos que han evolucionado a los que hoy conocemos.
Hasta que irrumpió internet con sus posibilidades fantásticas, ilimitadas, para colocar con facilidad la información en las manos de quien lo quisiera o requiriera. Iba a solucionar el objeto de tal misión de tajo, muy rápidamente. Tras tres décadas después, el efecto potenciador de la red no sólo no ha sido el esperado sino que ha maximizado las falencias que se arrastraban en educación, el verdadero problema subyacente. Ahora se tiene evidencia de que el acceso a la información no produce educación y menos desarrollo del intelecto. Y que aunque haya ahora incontables oportunidades de recursos educacionales, la preferencia de la gente es hacia lo banal.
Cada vez más el conocimiento se compartimentaliza y se vuelve focal en la persona, completamente concentrado en una minúscula parte de todo ese universo de temas que la humanidad conoce. Acompañando a esta fragmentación va desapareciendo la necesidad de pensar. Hasta en las agrupaciones de personas en torno a una empresa, por ejemplo, se hace difícil encontrar a alguien que entienda el todo de ese sistema, que sea integral. Los especialistas están logrando matar a los generalistas, así los primeros sólo entiendan una parte del sistema y su difícil interacción con otros diferentes especialistas conduzca a la larga a la anarquía. Esas épocas de mentes brillantes que se desempeñaban simultánea y descollantemente en varias áreas del conocimiento son ahora historia.
La mente de las personas se ha vuelto estrecha, en la que parece sólo haber uno o dos compartimentos donde llenar los conocimientos escogidos. Y esos conocimientos tienen que ver con videojuegos, belleza, farándula y fútbol. De eso se sabe todo. Con niveles de excelencia, tristemente. No es que tener aficiones y predilecciones sobre asuntos banales sea malo; el problema es que todo en la vida gire en torno de ellas y no haya cabida para nada trascendente.
¿Cómo explicar que una mayoría ría a carcajadas en la sala donde presentan el filme “No miren arriba”? ¿Habrán perdido la capacidad de comprender una sátira y la entiendan como una comedia más de los norteamericanos de las que intentan ser graciosas? Esto significaría que ya empieza a escasear el intelecto. De la misma manera como se pasa por alto esta reflexión de fondo se cae fácilmente en algún nivel de negacionismo del cambio climático. Con esa escasa comprensión de la realidad, el mundo no enfrentará sus amenazas fundamentales, y bajo nuestras precarias formas de democracia prevalentes no habrá la presión suficiente para que quienes deban actuar a nombre de las mayorías lo hagan en el sentido correcto y sobre todo a tiempo.
Hemos llegado hasta aquí cosechando este problema enorme que condenará a la humanidad a sus propias limitaciones de desarrollo intelectual. Ha sido producto de la educación que tenemos. Se hace necesario y urgente repensarla desde cero. Una que privilegie la vida en colectividad, ser buena persona y de valor, y que propicie el equilibrio con una mente que busque entender la realidad y construir sobre ella. Falló la educación que se basaba en hacer aprender conocimientos sin razonar, sin que se priorizara aprender a pensar y a retar lo aprendido.
Los esquemas de poder varían completamente cuando se cambia la disponibilidad de la información; esa era la gran esperanza. Ahora se hace evidente que el mundo no estaba preparado para recibir este beneficio sin que se tornara en una verdadera amenaza sobre toda la humanidad: su propia banalidad. Sin intelecto para procesar tanta creación de conocimiento. Lo que se ha cosechado es un mundo esclavo, a merced de megalómanos hinchados de codicia, para quienes no hay una razón de vida distinta que servirse a ellos mismos. Tal cual como los sistemas feudales prevalentes en los siglos en que la ilustración animó a cambios fundamentales como el logro de la libertad, nada menos. Ahora, en forma paradójica, esta era de la ilustración banal nos esta condenando nuevamente y en forma más grave.
*@refonsecaz – Ingeniero, Consultor en Competitividad