La era de las cavernas

La eventual promulgación de una ley que declara las cavernas de Colombia como parte de su patrimonio geológico, ya reconocido hace poco en otra ley, pero con mucho menos alcance, suscitó una oleada de protestas contra el Ministerio de Energía (que es el de minas), dado que este manifestó su preocupación por la eventual afectación a la explotación de mármoles y calizas, minerales que por lo general constituyen la matriz más común de las cuevas o ecosistemas kársticos (hay cuevas volcánicas, de hielo o de arenisca, solo para mencionar otros ejemplos).

Como antigua aficionada a la espeleología lamenté el comentario del ministerio, pero agradecí la documentación y comunicaciones subsiguientes allegadas gentilmente por el señor ministro y la viceministra, donde plantean la importancia de precisar el alcance de la nueva normatividad con el fin de evitar conflictos innecesarios en un futuro cercano: ya tenemos suficientes problemas como para añadirle una dimensión subterránea. Lo cierto es que estamos tan atrasados en nuestro país en el tema de conocimiento y gestión de cuevas, que ni siquiera tenemos un catastro espeleológico como la mayoría de países del mundo, y que la informalidad, especialmente en el turismo de chancleta aventurera, arrasa con lugares excepcionales del territorio, dejando un legado de paredes pintadas con escudos deportivos, estalactitas destrozadas, tesoros minerales vandalizados y un ecosistema muerto, pues la fauna sucumbe rápidamente ante las malas prácticas de los visitantes a cuevas, como lo atestiguan los desastres del municipio de Páramo (con difunto a bordo, por culpa de “operadores” irresponsables), Doradal (la Danta fue destrozada por marmoleros informales), o las de Zapatoca y Cunday, donde subsisten cuevas emblemáticas en la historia del país, totalmente vandalizadas. Mención aparte merece la Cueva de Tocogua en Duitama, reportada en 1953 por Wenceslao Cabrera en el Cerro de Mamapacha, y descrita por él mismo como la más importante de Boyacá en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Colombia en 1968, hoy desaparecida.

Considera el comentario al proyecto de ley que hay demasiadas normas, un mal reconocido en el país, y que estas ya protegen las cuevas y cavernas. Habría que preguntarse entonces por su efectividad, ya que hasta el momento no hay evidencia: no se ha declarado ninguna cueva de Colombia (se calcula que hay miles) como área protegida, una posibilidad, y el Servicio Geológico Colombiano, entidad destinada a la protección del patrimonio espeleológico no ha podido avanzar siquiera con el inventario o catastro nacional, la medida más básica para definir el alcance de su manejo y con la que numerosos países del mundo cuentan hace décadas. España, por ejemplo, tiene un detallado sistema de información de las cavernas de las regiones autonómicas que las protegen, pues son sitios de conservación y práctica deportiva especializada. Hay un completísimo sistema que poseen los países alpinos y del este europeo (de donde proviene la palabra eslava karst, hito topográfico de piedra caliza) o los Estados Unidos. En China el desarrollo de la espeleología y el manejo de cuevas y cavernas han tenido un dimensión extraordinaria, por no mencionar los sistemas de conservación de espacios subterráneos de México (cenotes), Cuba o Vietnam, donde se halla la caverna más grande del mundo, Son Doong, visitada por miles de personas.

Las cuevas poseen una gran importancia ecológica actual, representada por brindar hábitat a murciélagos polinizadores de cultivos o controladores de plagas (en Arizona y Nuevo México sus aportes en este ámbito han sido valorados en el orden de millones de dólares) y fueron refugio de los primeros habitantes de muchas regiones, hecho corroborado por el hallazgo de momias muisca en el municipio de Santa Sofía hace años, y por los frecuentes hallazgos de restos humanos junto con otras evidencias arqueológicas (pinturas rupestres, objetos de barro, semillas) de su ocupación, que a veces se confunden con fosas comunes en un país donde estas abundan, lamentablemente. De hecho, los dientes fosilizados que hace poco se encontraron en una cueva de Cantabria han revolucionado la interpretación de la evolución de nuestra especie, por no mencionar los innumerables descubrimientos acerca del pasado climático y ecológico del mundo, conservados en las cavernas, verdaderas cápsulas del tiempo.

Sería estupendo que la Agencia Nacional de Minería, en esta nueva era de responsabilidad ambiental y social que está adquiriendo el sector, amadrinara en convenio con el Servicio Geológico Nacional y la academia para una gran iniciativa público privada de investigación y gestión del patrimonio espeleológico colombiano, hoy a la deriva pese a la normativa genérica a la que se puede apelar para protegerlo. El proyecto de ley que se debate podría plantear responsabilidades y proyecciones al respecto, cortando de un tajo la desconfianza que se generó en su primera revisión y dotando a Colombia de una estrategia de protección de cuevas y cavernas que nos permita ponernos al día en el tema y hablar de investigación, turismo y gestión de los servicios ecosistémicos, incluidos los riesgos a la salud representados por la presencia de histoplasmosis en casi todas las cuevas cálidas del país. En tiempos de cambio ambiental, tal vez sea hora de regresar a las cavernas…

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