La falta de discurso, la opinión de Jaime Polanco

Jaime-Polanco
Jaime Polanco

Hace más de 20 años que llegué a Colombia por primera vez. En aquellos momentos, la crecida de la guerrilla, el mal momento económico, el mal sueño del gobierno anterior y su financiación irregular y lo que parecía un Estado fallido, hacían de las conversaciones del día a día, un rosario de lamentaciones.

Han pasado los años y poco ha cambiado en ese aspecto. Los dos gobiernos de Uribe con luces y sombras en los que la seguridad democrática fue la piedra angular del proyecto político, ya quedó en el olvido. Luego los escándalos de la parapolítica, las ambiciones para permanecer en el poder y un sinfín de incidentes de todo tipo con altos funcionarios del Estado, consiguieron que la política de gobierno terminara siendo un infierno.

Más tarde, los dos gobiernos de Santos, un poco deslegitimado por el ‘dedazo’ de Uribe, continuaron con más de lo mismo. Poca gestión en lo político, casi nula capacidad para gestionar los problemas domésticos, pero afortunadamente volcado en su propósito de hacer una paz estable y duradera con el mayor grupo armado del país. Defendiéndose eso sí, de los ataques diarios de su antecesor y su coro amenazador.

Muy poca gestión en mejorar la educación, la salud, las administraciones públicas, la reducción del exceso de leyes, la corrupción, el paternalismo del sistema financiero. Muy poco o nulo entusiasmo en preservar la naturaleza y el medio ambiente. Poco o escaso éxito en aumentar la presencia del Estado en los territorios para ayudar a los más desfavorecidos a mejorar su calidad de vida.

Por supuesto, también muy poco interés en mejorar el dialogo político, sanear el Congreso, confeccionar una política apartidista a largo plazo, que ayude a salir del inmovilismo aterrador, donde se encuentran las instituciones colombianas en estos momentos, sin que haya manera de encontrar fórmulas que ayuden en desarrollo económico y mejoren la situación social. 

A todo esto, llega a la presidencia un político joven, sin experiencia y sin pasado, lo que le daría una ventaja cualitativa, al tener las manos libres para mirar hacia delante sin rencor y sin revanchismos. Con un país celebrando un acuerdo de paz difícil, pero real. Una tímida recuperación económica, más por confianza de los demás, que por mérito propio. Con una histórica incorporación a la OCDE, quien con su respaldo tutelaría las reformas necesarias, para salir de ese frenazo histórico al que nos sometió la violencia.

Un presidente que, en manifestaciones a sus más cercanos, les hablaba de concordia, entendimiento, progreso, unión y desarrollo para los más desfavorecidos.

Mejoramiento de la gestión política, reducción de la corrupción y confección de una reforma del Estado que ayudara a mejorar la gestión para las próximas décadas. Pero, ¿qué pasó? No se sostenía su discurso.

Su discurso estaba marcado por los compromisos de quienes lo habían puesto allí. Su discurso estaba amenazado por quienes hacen la labor diaria en el Congreso y no necesariamente estaban de acuerdo con sus promesas electorales. Su discurso tenía las cartas marcadas por su mentor, quien sigue empeñado en ver un país lleno de potenciales enemigos y  oscuros casos de las cloacas del Estado para perjudicar su buen nombre.

Su falta de discurso le ha llevado a volver la vista atrás. A nombrar un gobierno mediano. A tener el mérito de juntar a los partidos cercanos a él, en su contra. A pensar que el término ‘mermelada’ no era necesario para que el país se moviera en torno a buen desayuno. Y, sobre todo, le ha llevado a creer, sin ninguna posibilidad de éxito, que Colombia está en el epicentro de todas las movidas mundiales. La crisis de Venezuela le enseñará que, aun siendo necesaria la solidaridad y el compromiso, todo comienza cuando ellos (el pueblo venezolano) decida comprender, que la solidaridad empieza entre sí mismos.

Pero lo más preocupante son los que piensan que “este gallo no sirvió”. Los que empiezan como siempre a inventar  oscuras amenazas. Confabulaciones y tramas secretas para tal y cual asunto. La suma de intereses entre funcionarios públicos y grupos de presión que necesitan que los discursos belicistas se mantengan. Los políticos de siempre, añorando usos pasados.

La popularidad en las encuestas va y viene. Siempre viene, si hay voluntad política de cambio, de enmendar la plana, de ser valiente e independiente, pero contando con lo mejor de los demás. De intentar dejar un legado que las generaciones venideras valoren por sus beneficios para todos. Todavía está a tiempo.

Twitter: @JaimePolancoS