Por: Guillermo García Realpe*


Colombia es de los pocos países con dos océanos, con tres cordilleras, con infinidad de ríos, volcanes, nevados, selvas, tenemos el 50% de los páramos del mundo, la segunda mayor biodiversidad del planeta, somos el tercer productor mundial de café y esmeraldas, nuestro suelo esta tapizado por el verde, desde las selvas hasta las llanuras. ¡Pero oh sorpresa!, tristemente nos azotan flagelos tan delicados en la orbe, como el peligroso narcotráfico.

Es un grave detonante que llevamos a cuestas desde principios de la década de los 70 cuando Colombia iniciaba la penosa actividad de exportar cocaína a otras latitudes, especialmente hacia los Estados Unidos, desde entonces esa fama de país productor de alcaloides, sumado a la violencia, lastimosamente nos condena a ser vistos con otros ojos desde el exterior, a pesar de los múltiples esfuerzos por opacar esa triste realidad.

La lucha contra el narcotráfico, ha sido feroz, ha significado millonarias inversiones, y lo más cruel, es que ha cobrado la vida de miles y miles de personas. Es un flagelo que ha sido combatido por siete presidentes, aún sin resultados efectivos porque el narcotráfico sigue siendo el combustible que atiza la guerra en Colombia.

Según el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito –UNODC-, Colombia cerró el año 2018 con un total de 169 mil hectáreas de cultivos ilícitos, dos mil menos con relación al mismo período del año inmediatamente anterior. De ese vergonzoso mapa, la región pacífica cuenta con 62 mil 446 hectáreas del total del área sembrada en Colombia. Lo que refleja que el 5% del territorio concentra el 68% del problema, según el mismo informe.

Lo complejo del caso, es que entre más se combate, más florecen matas de coca y de amapola en el territorio nacional. Sin embrago, en los últimos dos años ha venido decreciendo el área sembrada, aunque con muy poco porcentaje, por ejemplo en 2018 tan sólo en Nariño se redujeron en 3835 el número de hectáreas sembradas con cultivos ilícitos, gracias al Programa Nacional de Sustitución Voluntaria PNIS, al cual se inscribieron más de 60 mil familias. La resiembra sólo fue del 0,6%, es decir, que por cada 100 hectáreas sustituidas, se resembraron menos de una hectárea, mientras que en temas de erradicación forzosa, la resiembra está entre el 50 y el 67%, según cifras del mismo Gobierno Nacional.

Entre 1994 y 2015 se fumigaron en Colombia 1.896.709 hectáreas de coca, no obstante se pasó de 46.700 hectáreas a 96.000 ha, mientras tanto en el departamento de Nariño se fumigaron, entre el 2000 y el año 2015 un total de 476 mil hectáreas y sin embargo los cultivos de coca pasaron de 9300 a 29 800 has, es decir, un incremento abismal del 320%, lo que traduce que durante esos años fueron necesarios 4 millones 760 mil litros de glifosato para tratar de controlar lo incontrolable a través de ese herbicida que, lo único que genera son graves impactos en la salud, el medio ambiente y desde luego la contaminación de las fuentes hídricas.

Está claro que, el glifosato es un método nocivo y equivocado contra las drogas ilícitas, pues según un estudio de la Universidad de Los Andes, para erradicar por esa vía una hectárea efectivamente de cultivos ilícitos, se requiere fumigar el área unas 32 veces, sí ¡32 veces!, algo realmente alarmante, ahora, a eso hay que sumarle los onerosos costos que representa eliminar tan sólo una hectárea con el herbicida, pues cuesta US$57.150, es decir que a precio colombiano de hoy, eso traduce que eliminar una sola hectárea por vía glifosato cuesta 193 millones 624 mil pesos. ¡Absurdo!

Recientemente el exministro Rafael Pardo, presentó en Bogotá su libro “La Guerra Sin Fin” donde cuenta, desde su experiencia todos los esfuerzos que el país ha hecho contra las drogas, fue un importante escenario donde confluyeron entre otros el Expresidente Juan Manuel Santos, el exministro y actual rector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria. En el libro, Rafael Pardo, cuenta como la guerra contra las drogas la sigue ganando las drogas.

Sin embargo, vemos como el consumo de marihuana, tabaco y alcohol se ha ido reduciendo en Colombia y el mundo, y eso se debe básicamente a una regulación sanitaria, donde se promueve el no consumo de esas sustancias por sus consecuencias nocivas para la salud y así mismo habrá que insistir por esa vía, para que la coca deje de ser consumida, es decir, es mejor regularla que prohibirla, sólo así abriremos el camino para enfrentar a ese gran monstruo que sigue carcomiendo nuestras sociedades a nivel mundial.

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Entonces, la solución aquí no es más glifosato, no son más aspersiones aéreas con ese herbicida de muerte, la solución aquí es sustituir por la vía voluntaria, donde los campesinos tengan posibilidades de cultivar con proyectos productivos legales y rentables y donde la coca y otras drogas que causan graves afectaciones se regulen, más no se prohíban.

La otra solución, es abrir el debate nacional para que se regulen las drogas en Colombia, sólo así podremos enfrentar con contundencia a las mafias que se lucran del narcotráfico, que tienen capturado al Estado, que permean la política, que se apoderan de las tierras y que burlan la justicia, esa es la única manera de ganarle la guerra a un flagelo tan asesino como la mata que mata.


*Senador de la República