En la mayoría de los Estados del mundo en donde hay división de poderes, los ciudadanos ven con admiración la actuación de la justicia, pues hemos de suponer, incluidos los colombianos, que ella es pura, sagrada, incólume, inmaculada, virginal, sin mancha y con el decoro suficiente para reclamar el respeto por todos.
Y debería ser así, pues los habitantes de cualquier nación, residentes en esos países, no tienen otra opción que creerle a las sentencias de las autoridades judiciales, pues es precisamente de esos fallos de ellos de donde se deriva la convivencia pacífica de los ciudadanos. La convivencia no nace de la gobernabilidad lamentablemente, sino del uso razonado de las normas, en las cuales no se debe afectar la credibilidad en las instituciones. Eso lo da únicamente una justicia pura y sana, interpretada por seres humanos, formados para eso.
Y decía en el primer párrafo, que los colombianos también deberíamos de suponer que la justicia es pura, sagrada, incólume, inmaculada, virginal, sin mancha y con el decoro suficiente para reclamar el respeto por todos.
Sin embargo, cualquier lector o cualquier colombiano sabe que en Colombia eso no sucede.
En nuestro país, la justicia ha sido quebrantada, violada, resquebrajada, minimizada, agotada, escupida, humillada y sentenciada a lo más indecente, por culpa de unos sinvergüenzas vestidos de magistrados, que usurpando la majestad que otorga una posición de esas, en lo más alto de la juridicidad colombiana, con unos fallos han defecado sobre los códigos anunciando un poder que no les corresponde. Se han podrido en esas cloacas.
Los que fuimos educados en el bien, con el respeto por las normas y las buenas costumbres, con el trato digno que debe dárseles a los demás, sin necesidad de ser abogados sabemos que al próximo o prójimo se le debe respetar sin ofensas, sin maltratos y sin daños en sus cosas, en su honra y bienes. Eso supone no quitarle, no violentarlo o no maltratarlo. Eso es educación básica elemental desde el hogar, que siempre ha funcionado en los países que llaman civilizados.
Mucho debe estar sufriendo la familia de esos magistrados, jueces y funcionarios judiciales corruptos, de quienes algún día creyeron ser dignos de ocupar esas posiciones de altísimo honor, hoy sancionados por la Suprema Corte de Justicia, con castigos de prisión, ojalá duraderos.
Miembros de la rama judicial o parientes de estos podrán manifestar que este es un país en donde todo el mundo es corrupto. Casi es cierto, pero no totalmente. Hay todavía mucha responsabilidad en la heredad.
No es menos cierto que la mayor cantidad de corrupción nacional se pasea por los despachos oficiales, corrompidos estos por gran parte del sector privado, pero es que siendo eso condenable, no es tan ofensivo como que el corrupto sea un juez, el llamado a proceder según las normas, a quien se le ha encomendado la vida civil tranquila a través de fallos que impidan la alteración de un orden justo y equilibrado, que aunque el perdedor efectivamente pierda, sienta que su desventaja se debe a haber actuado mal frente a sus contrincantes y no a que perdió porque el juez, garantista de todos los procesos y de la justicia, haya cobrado dinero para proceder a fallar, colocando en una parte de la balanza de la justicia los pesos y millones y en la otra parte los códigos, favoreciendo mucho más la balanza de los negocios. Malditos.
Los que amamos la justicia y así mismo respetamos y admiramos a los funcionarios y jueces que proceden en Derecho, sabemos que para ellos la justicia no necesita los ojos para ver.
La justicia está representada hoy en una diosa (hay que respetarla, acatarla y adorarla), con los ojos vendados (no necesita ver a quien va a favorecer o a castigar) y con una balanza (la que se inclinará) en favor de quien tenga la razón jurídica. Son muchos los que actúan así, sin miramientos, sin presiones, sin humillaciones.
Para los magistrados sinvergüenzas sancionados, entre ellos un expresidente de la Corte Suprema de Justicia (cómo les parece), la justicia ya no era una diosa sino una cualquiera, con los ojos destapados, no vendados sino vendidos y con una balanza totalmente desequilibrada cuyo péndulo se movía donde más billetes se acumulaban.
Sin embargo, he lamentado profundamente lo sucedido.
Me ha dolido mucho que miembros de la sociedad, a los que los colombianos creíamos en su integridad y dignos de estar dirigiendo los fallos y sentencias en el país, repito, me ha dolido que terminen en la cárcel deshonrando la profesión de abogados y después menospreciando una toga, la que no tiene bolsillos, como símbolo de la limpieza del ejercicio profesional, actividad que además debe ser reverencial frente a los códigos y normas.
Y no puedo menos que lamentar también, que esa diosa “Iustitia”, que en Roma además de balanza llevaba una espada que simboliza el poder de la razón y la justicia, para ser ejercido a favor o en contra de cualquiera de las partes, haya perdido su castidad.
A la justicia siempre se le ha visto pura, virginal, sin el más mínimo deseo de violarla o mancillarla, sin apetitos malintencionados, con la creencia firme que de cada proceso saldrá más fortalecida, más recta, más imponente, más pura y más limpia.
Esa es la razón de esta molestia, la misma que deberían sentir todos los colombianos con esos malditos magistrados que le fueron restando de a poco lo poco que nos quedaba de credibilidad en las instituciones colombianas, o por lo menos en esta institución.
En Colombia a la justicia le han ido quitando la virginidad, le han ido desangrando su pureza, le han mostrado la bajeza del ser humano, capaz de corromper hasta una figura simbólica, a la que todos los hombres de bien le dimos vida, la representamos como ejemplo y le respetamos su importancia.
Nos queda recuperar su esencia, y lo lograremos sentenciando a estos malditos magistrados sinvergüenzas, porque cuando ellos frente a la sociedad se comportan como cucarachas, no pueden esperar menos que la misma sociedad los pisotee.