La lucha de las pantallas, la opinión de Almudena González Barreda

Días después de la entrevista en TV a Núñez Feijoó, candidato a la presidencia del Gobierno español por el Partido Popular, se abrió en casa un debate familiar sobre el uso y la regulación de los teléfonos inteligentes de los menores. El candidato del partido conservador, que lleva en el programa electoral numerosas medidas políticas para contentar a las familias, propone (en acuerdo con las empresas tecnológicas) ordenar el acceso al contenido de páginas de adultos. Bien, todos de acuerdo. Aplauso con ovación, no se entiende que no lo hayan hecho ya. El candidato habló también de un apagón digital a determinadas horas, horario escolar y más allá de la media noche, para proteger a los niños de los riesgos que genera la exposición a las pantallas. Ahí empieza el debate.

El placer de gustar

No creo que haya ningún padre, profesor, tutor o adulto responsable que piense que a edades tempranas, niños y jóvenes, yo añadiría también a algunos adultos inmaduros, el uso del móvil es inofensivo.

Los psiquiatras hablan de la adicción que provoca esa gratificación instantánea que uno encuentra en las redes sociales, de los chispazos de dopamina que se descargan con cada like, con cada muestra de aceptación, con cada comentario positivo. En edades tempranas y hasta la adolescencia, en las que el cerebro se encuentra aún por madurar, esta producción de dopamina puede provocar adicciones. Adicciones severas, problemas de salud mental, grandes frustraciones…

¿Quién no ha tenido que lidiar con un niño histérico después de quitarle un videojuego? ¿En qué casa de adolescentes no se repite eso de “dejad ya el móvil”? ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo perdiendo el tiempo en el contenido lúdico de alguna red social?

Las redes nos atrapan por nuestra lujuria de gustar, por nuestra gula de aceptación, por la pereza…  Algunos las gestionan peor que otros y los niños no saben gestionarlas en absoluto.

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El Estado como vigía

El debate del verano, para los que ya las elecciones españolas nos superan, está en si debe ser el Estado el que regule esta actividad, en sí la intromisión del Gobierno debe invadir hasta ese punto las vidas de las personas.

Yo soy de las que pienso que el Estado ni siquiera debe pensar en ello. No es un problema de Estado, sí es un problema social, pero que atañe a los principales responsables que son las familias y, a los secundarios; los centros de formación escolar. Además, considero que la protección de la salud física o mental no es razón suficiente para que se limiten las libertades y sí es oportunidad clara para que el Estado ejerza ese intervencionismo, propio de regímenes totalitarios, dirigido a limitar las actividades humanas.

Antes de limitar los horarios de redes sociales y convertirnos parcialmente en un país al estilo chino, limitaría (con la salud como excusa) el uso de la medicina estética en adultos jóvenes, el del tabaco a toda la sociedad, el de los gimnasios a los jóvenes menores con aspiraciones He-Man, con la misma excusa que Núñez Feijoó prohibiría el uso de tablets para estudiar en colegios e institutos, las carnes grasas a todos los que tengan sobrepeso… Hay tanto que es perjudicial para la salud. La vida misma, para empezar. Locura la mía que prohibiría de todo.

Regulación en el mundo

Para que vean hasta qué punto no me gusta la intervención del Estado, teniendo las tasas de obesidad infantil por las nubes, ni siquiera soy partidaria de limitar o actualizar  la “autorregulación de la publicidad” de productos insanos, bebidas y bollos repletos de grasas trans y otros productos de colores estridentes, que propuso el actual ministro de consumo en funciones y  que  no sé si con las prisas de las elecciones algo se ha quedado algo en el olvido, pero países como Reino Unido, Portugal, Noruega o Alemania ya están empezando a regular. Niños gordos, obesos y con mala salud, habrá que asumir los costes de sus tratamientos, pero también educar a las familias, a los niños y a la sociedad educativa en la importancia de la dieta saludable, del ejercicio diario… Prohibir, limitar y volver a regular una actividad legal (como es la publicidad para venta de alimentos dopaminantes como los pasteles de chocolate) en un país liberal… no por favor.

Alguien en Internet abrió este debate y a mí que me gusta discrepar me faltaron segundos para decir que deben ser los padres los que con su criterio elijan qué sí o qué no y con qué frecuencia debe estar en la lista de la compra. ¡Pa’ qué queremos más!

Una de las madres escribía como razón de peso que debía regularse con carácter urgente porque ella no podía pasar por el pasillo de las tentaciones insanas sin que su criatura caprichosa le montara un drama en mitad del pasillo. Otros decían que al ser más baratos son de más fácil acceso y los niños se los comen en los parques cuando salen y que claro, eso y las pantallas era igual a niños gordos. Otros clamaban por una ayuda para eliminarlos del todo porque no quieren luchar contra sus hijos por eso… Tantas razones como personas desesperadas por una causa.

Yonquis de las pantallas

A mí me quedó claro que cuando uno como adulto no es capaz de regularse u ordenarse, tampoco lo es de regular a sus crías y que lo más fácil en todo es prohibir, regular, limitar, eliminar.

Gestionar la libertad propia supone informarse, crear criterio, tener visión, pensar en el bien que nos hace algo y enseñar a gestionar la libertad a los más pequeños empieza casi siempre por educarles en el autocontrol (que radica en la corteza pre-frontal y es la última zona del cerebro en desarrollarse) lo cual hace que esta tarea sea más difícil.

Es ésta, el autocontrol, la tarea menos gratificante como padre. Es la peor porque supone un no continuo a excesos, caprichos, mayorías, borreguismos… Además, tiene como consecuencia inmediata la etiqueta de “ser el peor padre/ madre del mundo” y conlleva una culpa por evitarles un placer que muchos equivocan con felicidad. Además, cuando educamos así nos enfrentamos a enfados, caras largas y frustraciones que sólo en el futuro se vislumbrarán como batallas ganadas, pero que en el presenten sientan de pena. Es, a su vez, una tarea cansada, extenuante y requiere estar siempre alerta, porque cuando se baja la guardia el niño o adolescente se llena de dopamina y bajar ese pico es luchar con el mono de la adicción y es matador. Controlar a un yonqui de la pantalla es de lo más ingrato que hay en este siglo XXI.

Trabajo de la sociedad

Es verdad que cuando familia y colegios trabajan unidos, la lucha se suaviza, así lo explican los padres de la ciudad irlandesa de Greystones, que se han puesto de acuerdo para limitar el uso de teléfonos inteligentes a menores de 12 años. No es una medida obligatoria pero la mayoría de padres se han unido para frenar esta locura de pantallas.

En España son muchos los expertos que hablan de limitar el uso de pantallas, nacen iniciativas privadas para dar soporte a los padres y guiarles en este difícil camino en el que se ha convertido educar offline a sus hijos o simplemente en enseñarles la justa medida del uso.

Sólo espero que el Estado no meta sus manos en este tema, que si bien muchos se alegrarían, daría pie a justificar la intromisión en más temas familiares y la verdad, prefiero que nos dejen educar en paz, con nuestros aciertos y errores, y en la libertad de elegir. Que luego salen políticos diciendo que los hijos no son de los padres y queda justificada la fiesta reguladora. Yo por mi parte les dejo abierto un debate para las tardes verano.