Muy nostálgico resulta que, en pleno siglo XXI, Colombia siga atrapada en un debate sacado de un capítulo de historia del siglo XIX. Las marchas populares, las reformas petristas, la oposición uribista y las eternas luchas entre derechas e izquierdas nos transportan a un pasado que, aunque debería ser lejano, sigue muy presente. Mientras el mundo avanza hacia la inteligencia artificial, la exploración espacial y la economía digital, nuestra dirigencia sigue enfrascada en las mismas ideas que surgieron cuando las máquinas de vapor eran lo más innovador del momento en plena Revolución Industrial, ese fenómeno que comenzó en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII y que, al parecer, nos dejó un legado dogmático tan pesado como una locomotora. Karl Marx, nunca se imaginaría que su Manifiesto Comunista de 1848 y El Capital de 1867, dos siglos después, seguiría vigente en los discursos políticos colombianos.
Es casi inverosímil que la reforma laboral petrista, con su propuesta de limitar la jornada laboral a las 6:00 p.m. e incluir recargos por horas extras, pretenda revivir las luchas del proletariado de Karl Marx en pleno siglo XXI. Mientras el presidente aboga por derechos laborales sacados de los sindicatos de la Revolución Industrial, ignora por completo a los futuros desempleados que dejará la actual Revolución Tecnológica. En un mundo donde la inteligencia artificial, los creadores de contenido y la automatización desplazan empleos a velocidad vertiginosa, discutir si el día termina a las 6:00 p.m. suena más a nostalgia decimonónica que a una solución real para los desafíos del presente. ¿De qué sirve proteger las horas extras si no hay trabajo para millones que serán reemplazados por el robot y el software? Parece que, mientras el siglo XXI avanza, Petro sigue atrapado en las luchas del XIX, dejando fuera de la ecuación a quienes más lo necesitarán en la era digital.
Como respuesta encontramos que vuelve el realismo mágico presidencial para convocar al pueblo a una consulta popular y seguir debatiendo si la riqueza debe crearse primero y redistribuirse después. Aunque no todo es tan sencillo en esta aventura histórica, dicha consulta popular petrista es otro capítulo de esta novela decimonónica que parece no tener fin. Recordemos que Uribe intentó su referendo en 2003, Santos su plebiscito de paz, y Claudia López su fallida consulta anticorrupción. Ahora Petro intenta sumarse a esta tradición de mecanismos de participación ciudadana que, aunque bienintencionados, suelen chocar con la realidad de un umbral difícil de alcanzar. ¿No es acaso irónico que, en un país donde la participación electoral suele ser baja, se exija que más de 13 millones de personas salgan a votar para que una consulta tenga efectos?.
Mientras tanto, la oposición se frota las manos, esperando que Petro no alcance el umbral necesario, como lo dijo el expresidente Iván Duque: “Demostrémosles que no van a ser capaces de usarnos como idiotas útiles”. Qué ironía, un gobierno que busca más participación ciudadana se enfrenta a una oposición que, en lugar de debatir las ideas, prefiere que la gente no vote, de la misma forma que la oposición le archivó al presidente su reforma laboral sin debatirla, demostrando que las derechas e izquierdas se cortan con la misma tijera. Por un lado, el gobierno Petro se ahoga en el pantano legislativo, incapaz de sacar adelante su reforma laboral, que, por su aroma a siglo XIX, parece más un guion de telenovela histórica que una política laboral. Por otro lado, la comisión séptima del Senado, con su brillante idea de archivar el proyecto, le dio la “Papayita” al presidente para lo que realmente le importa: la campaña del 2026, y se convierta, una vez más, en el protagonista de su propia novela.
Así, con la excusa de defender los derechos de los trabajadores y de paso su propia agenda, Petro convocó a marchas por todo el país para este 18 de marzo de 2025 amparado en la declaratoria de un día cívico (como lo hizo para su cumpleaños y el del M-19). Es irónico que, después de meses de no lograr mover ni una coma en el Legislativo, ahora sí tenga el poder de sacar a las calles todo su electorado? Parece que, en este juego de ajedrez político, el jaque mate no lo da la reforma, sino la movilización popular como un reflejo de que, aunque hayamos entrado al siglo XXI, nuestras ideas políticas siguen ancladas en el siglo XIX. Mientras tanto, seguiremos viendo este realismo mágico, cuando el mundo sigue avanzando y Colombia marcha, irónicamente, hacia otros cien años de soledad.
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