Últimamente todo lo referido a Internet es un pozo sin fondo de polémica. La última gran cruzada de los internautas es lograr un ‘statu quo’ en lo referente a la libertad de expresión. Una batalla en la cual aún hay muchos vacíos legales, vacíos normalmente que aprovechan los enemigos de la educación para quebrantar los espacios individuales de cada uno.
Las redes sociales nos cambiaron la vida hace una década. Hoy en día es difícil imaginarse un mundo cerrado, sin la existencia de Facebook, Instagram, Whatsapp o Twitter, solo por nombrar las más importantes. Todos en mayor o menor medida estamos en ese microcosmos caótico. Ello ha supuesto un cambio en los modos de trabajar, en la manera de como interactuamos con la pareja o como comunicamos con la familia a varios miles de kilómetros. No es menor el cambio de paradigma social aunque, por reciente, aún no somos conscientes de la trascendencia del hecho.
Que Internet es un espacio de libertad no se puede negar. Sorprende como si trasladáramos actividades ‘normales’ en la Red como amenazas de muerte, pornografía infantil, venta ilegal de todo tipo de sustancias o la misma piratería, a la vida real, no habría espacio en las cárceles ni jueces con tiempo para atender demandas. La privacidad que ofrecen las redes son el mejor aliado de la impunidad. La proliferación de perfiles falsos en los cuales cualquier troll puede llamar de todo a otro con un simple click propicia un estado permanente de alerta y crispación, que por desagradable espero sea una moda.
Esta reflexión viene motivada en parte tras la matanza de estudiantes en el colegio de La Florida de la semana pasada. La hipócrita opinión pública se preguntaba por qué no se hizo nada para detener al asesino antes de cometer el hecho si había amenazado claramente en sus redes sociales que iba a cometer una locura como esa, pero no se hizo nada… y aquí está la clave de todo ¿qué hubiera pasado si se le hubiera detenido de manera preventiva como nos aventuró ya Steven Spielberg en Minority Report? pues hubiera pasado que esa misma opinión pública que se pregunta por qué no se hizo nada, criticaría el hecho por atentar contra la libertad de expresión. No se puede prejuzgar hecho. Y así es muy difícil, porque no se puede estar al mismo tiempo en misa rezando y en pub pecando… o se peca o se reza.
Si yo o usted nos dirigimos a la Casa de Nariño y nos abalanzamos sobre el presidente y le amenazamos de muerte a gritos de “hijo de…” es probable que el primer día no pase nada, y simplemente el dispositivo de seguridad nos aparte… pero si esta conducta se repite todos los día y a todas horas, es seguro que habrá una demanda penal contra nosotros por acoso y amenazas. Pues eso es lo que pasa exactamente todos los días en la Red, con impunidad casi total.
El hecho de que haya que preservar la libertad de expresión tampoco oculta que esa libertad de expresión también tiene unos límites. Y esos los que marca la ley. Y la Ley en este punto no tiene una clara aplicación en muchos delitos que sí lo son en el mundo real, pero que pasan por el ciberespacio como si no fueran de igual gravedad.
Es preciso que las autoridades aclaren ese status en Internet e imponer una reglas claras del juego. Los límites son estos y todos sabemos a lo que estamos expuestos. Mientras eso llega tocará seguir con el casco de guerra puesto cada vez que uno entra a twitter, por si acaso cae algún improperio que otro… en mi caso, me pueden insultar si quieren en @Marcial__Munoz
Marcial Muñoz, director Confidencial Colombia