Fui uno de los tantos colombianos que depositó su voto de confianza en las urnas a favor del presidente Gustavo Petro, porque consideré que era necesario darle la vuelta a la historia política y de gobierno de Colombia, y aunque no me arrepiento, debo decir que no estoy para nada feliz con los resultados que hasta hoy arroja la gestión del primer mandatario.
Puede que el Gobierno se anote a su favor la inversión en 5.899 plantas docentes en 90 Entidades Territoriales Certificadas (ETC) en educación, con una inversión superior a los $356 mil millones de pesos; la recuperación de la mesada 14 para los militares en retiro; créditos para estudiantes universitarios con 0% de interés; gratuidad en la educación superior en universidades públicas y la entrega de más subsidios a más personas necesitadas.
Todo lo anterior suena muy bonito, el problema es que a un político o a un Gobierno se le recuerda más por sus metidas de pata que por lo bueno que haga no importa si es mucho o poco.
Esperé que los escándalos fueran pocos. Al fin de cuentas en todo gobierno hay escándalos, esa es una realidad a la que ningún período gubernamental escapa porque algo cierto es que la corrupción y la ineficiencia permean todo tipo de gestión. Lo que nunca esperé es que el protagonista del más grande escándalo de vínculos con la ilegalidad fuera el hijo del presidente en ejercicio, es algo que a nadie le pasa por la mente.
Sabía que, de personajes como Armando Benedetti y de la difunta Piedad Córdoba nada bueno se podía esperar, pero, que el vínculo con un actor ilegal que entrega dineros para la campaña política por debajo de la mesa sea el hijo mayor del presidente de la república y que los utilice para fines personales, resulta inconcebible.
Este hecho puso a dudar de la idoneidad de quienes integran la primera familia del país. Además de las razones que pudo tener la exesposa de Nicolás Petro para delatarlo, porque es claro que no fue precisamente por amor al país.
No entiendo tampoco como un presidente que dice en su discurso estar muy preocupado por el futuro de los jóvenes no le apuesta al deporte como una opción de vida para ellos y si en cambio sabotea los Juegos Panamericanos que se iban a celebrar en Barranquilla, al punto que gracias a su terquedad se perdieron y para colmo reduce el presupuesto al Ministerio del Deporte.
Tampoco entiendo cómo se menosprecia a las Fuerzas Militares y de Policía, cuando son quienes han cuidado de este país exponiendo su dignidad y sus vidas para que millones de colombianos puedan vivir tranquilos en sus hogares.
Pueda que a Gustavo Petro no le gusten ni los militares, ni los policías, pero algo quedó demostrado en el Desfile del 20 de julio: los colombianos los adoran y viven agradecidos con ellos, prueba de lo anterior, son los miles de aplausos que se escucharon cuando les vieron marchar frente a sus ojos.
Por otro lado, el escándalo de corrupción por los malos manejos en la Unidad Nacional Para la Gestión del Riesgo de Desastres, marcó negativamente la moral del Gobierno Petro, quien se ha notado bastante temeroso de que se llegue al fondo de este asunto, y si no es así, ¿Por qué entonces se pierden los computadores del Palacio de Nariño y del Ministerio de Hacienda sin que nadie sepa ni haya visto nada? El que nada debe, nada teme, dice el viejo y conocido refrán.
Admiro al ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, porque arriesgarse a padecer un terrible desgaste de su imagen ayudando a este Gobierno a sacar adelante sus proyectos, es de valientes. Si yo fuera él, no hubiese aceptado el cargo, porque es claro que el problema no son los congresistas, ni siquiera la oposición, que, a decir verdad, deja mucho que pensar. El problema es Gustavo Petro quien se ha consolidado como la verdadera oposición al gobierno de Gustavo Petro.