21N
Hace un año y durante una semana miles de ciudadanos salieron a las calles a protestar por la defensa de sus derechos y por los derechos de los demás. Sin embargo, llegó diciembre y todos se fueron de vacaciones.
Mientras tanto en Chile la protesta no cedió. Vino el covid y el plebiscito de abril del 2020 para una nueva constitución se aplazó para octubre, pero antes los jóvenes volvieron a las plazas para decir: “aquí estamos, hemos vuelto y de aquí no nos vamos”. Ganó de manera contundente el Apruebo y de esa manera Chile tendrá nueva constitución en 2022. Gente de todos los partidos se unieron como en los años de la Concertación: derecha, centro e izquierda juntos detrás del objetivo de cambiar la constitución pinochetista.
En cambio, en Colombia la protesta es efímera, dura lo que se demoran los gobiernos en atender una demanda específica. Los estudiantes que conformaron la MANE (movimiento amplio nacional estudiantil) lograron más o menos lo que querían, y luego el movimiento se diluyó. Después vinieron nuevos estudiantes, nuevos líderes efímeros, lograron lo que más o menos querían, y el movimiento se acabó. Los partidos políticos de la oposición apoyan detrás del micrófono, de la cámara y en las redes sociales, pero ausentes en la calle. Los sindicatos ya no inspiran porque se sabe que se repliegan una vez logran su propósito, por ejemplo, Asonaljudicial alcanzó mejoras salariales y desaparecieron las huelgas, pero la justicia no mejoró, empeoró.
Las marchas a las plazas se volvieron intrascendentes porque la gente llega y se disuelve porque no hay quien les hable, quien los motive y quien los convoque el día siguiente.
Al final los políticos y los partidos solo sirven para elecciones. Para eso son campeones: abrazan al pueblo, le prometen, lo convencen, al final unos ganan y otros pierden, y las banderas de los partidos ondean solitarias porque cierran puertas y ventanas hasta la siguiente elección.
Hoy solo Fajardo tiene una estructura montada para la campaña del 2022, presenta propuestas y trabaja en otras. Esa base de conocimiento será lo que ponga sobre la mesa cuando llegue el momento de un acuerdo programático para poner fin al fanatismo populista de la ultraderecha que sigue asesinando, desapareciendo gente, amenazando y panfleteando, inventando mentiras que las vuelven verdades.
En el 21N del 2020 no hubo grandes movilizaciones ciudadanas por una sociedad mejor, porque lo que se movilizó fue el día sin IVA.
Caos en Colombia
La selección de fútbol perdió 9 a 1, a pocos les importó. Si va o no al mundial, ya no trasnocha. Si se va Queiroz y viene Guardiola, da lo mismo. ¿Por qué esta indiferencia? porque la gente está desesperada con Uribe y con Duque, y saturada de los abusos y la corrupción de los congresistas.
De fiscales corruptos, de la impunidad de la justicia, y de los montajes de la fiscalía contra el proceso de paz.
De embajadores narcotraficantes o bandidos, y de la familia Gómez pretendiendo convertir el asesinado de Álvaro Gómez en crimen de estado para quitarle a las arcas públicas miles de millones.
De los malos servicios de los operadores de telefonía móvil cuyas redes viven caídas.
De la policía que agrede a civiles.
De un presidente que pone en la cabeza de las entidades públicas a personas escogidas a dedo por él: fiscal, contralor, procuradora, magistrados.
De un gobierno que interviene a favor de Trump porque defiende a Uribe.
De un gobierno que nada hace para acabar con los asesinatos en el campo pues está empeñado en volver trizas la paz y abrir la puerta a un tercer periodo de guerra que ya puso en marcha.
De un gobierno que quiere acabar con la JEP para eliminar la justicia que puede llevar a Uribe a prisión.
De grandes medios que se volvieron transmisores de la ultraderecha pues muestran tanta violencia para crear anticuerpos y de esa manera neutralizar la sensibilidad humana y la respuesta ciudadana.
Del país más endeudado en esta crisis y el que más desempleo tiene en el club de la OCDE. Esta es una lista corta de las razones del desaliento ciudadano.
El continente dice no más
En Estados Unidos el populismo anarquista de la ultraderecha duró cuatro años, pero dejará destruido al país. Por eso el gobierno de Biden será solo el comienzo de una larga reconstrucción. El hotelero fue presidente porque algo venía destruyendo las bases de las instituciones, de la política y del sistema económico dada la ampliación de las desigualdades y el aumento de la violencia. Así empezó la decadencia del imperio romano.
Aunque la votación por el perdedor fue alta, la votación por Biden y Kamala fue mucho mayor y muestra que el país se movió para evitar el peligro de continuar por un torcido camino. Distinto ocurre en Colombia, porque la votación en el plebiscito por la paz fue la más baja cuando debió ser la más alta de su historia. La profunda crisis que hoy vive el país se debe a la hecatombe del octubre negro de 2016, que fue culpa de Uribe, de Santos, de Vargas Lleras, y de la indiferencia de los jóvenes con el acuerdo de paz y el dolor de las víctimas. Las ciudades le fallaron a la paz y Antioquia le apostó a la guerra.
En Brasil la ultraderecha durará hasta el 2022. Las recientes elecciones municipales en su primera vuelta fueron el fin de Bolsonaro. No ganó en ningún municipio. Ganó la centro derecha y en segundo lugar una izquierda que en segunda ronda irá unida con partidos y movimientos independientes.
Colombia, la urgencia de un cambio
El problema mayor es la metástasis mortal entre ultraderecha, narcotráfico, violencia y corrupción. La solución, la derrota política de Uribe y su comparecencia ante la justicia. Mientras tanto y sin especular sobre ganadores y perdedores, que en este momento es un ejercicio inútil, el asunto es cómo se van a parar el centro y la izquierda para enfrentar los mega problemas de Colombia, que no son pocos: respetar el acuerdo de paz y sacarlo adelante poniendo al día los rezagos que dejará el uribismo, enfrentar la crisis de la economía mediante un modelo de desarrollo que supere el neoliberalismo y que tenga como eje principal una política de desarrollo productivo y de innovación con educación y a partir de ahí hacer la reforma a las pensiones, la reforma tributaria, la reforma laboral, y el manejo de la desbordada deuda externa.
Abatir la corrupción a través de una reforma a la justicia y al sistema político, dos temas mil veces aplazados por los mismos poderes.
El narcotráfico regulado por el estado, la equidad para cerrar brechas de injusticia social, y el medio ambiente para salvar a la humanidad, también están en el frente de la agenda de largo plazo para una reingeniería del Estado en los siguientes treinta años, que es el tiempo que ha durado la tragedia de Colombia desde 1991.
Para que las transformaciones lleguen y suceda el cambio, debe haber una concertación de largo plazo. Cualquier proyecto político, distinto al uribismo, que mire únicamente a corto plazo, es equivocado e irresponsable.
Así las cosas, la puja política debe ser de contenidos no de ideologías ni de matices políticos, que es el campo a donde la ultraderecha siempre lleva la discusión, cuando en este momento no es lo más importante y responsable.
El problema es quiénes se van a parar para transformar a Colombia luego de años de descomposición y barbarie.
Hoy la discusión de centro o izquierda, es secundaria, irrelevante, innecesaria, incluso irresponsable, por no decir estúpida en un país salido de madre, y a un año y medio de las elecciones. Lo primero es pensar y trazar un rumbo, luego veremos quienes lo hacen a partir de una sólida y amplia concertación que le cierre el camino a los indeseables.
Para que sea posible un futuro distinto al presente, se necesita formatear los cerebros de la izquierda y del centro para liberar sus cabezas de peleas alimentadas por la ultraderecha, y por sus propias equivocaciones y vanidades.
Seré sincero, Colombia necesita una revolución porque está desbaratada.