- La opinión de Marcial Muñoz Lorente
Cuando era niño, no debía tener sino 11-12 años, un viejo maestro pronunció una frase en clase que me dejó huella. “No hay nada más triste en la vida que la soledad del miserable”. No recuerdo muy bien el contexto de aquella conversación ni a quién se refería. Por el tono melancólico y en general por su comportamiento, hoy en día sospecho que se refería a su propia amarga experiencia de vida. Algún karma, o varios, seguro tuvo que pagar ya en su vejez.
Como un soplo de recuerdo instantáneo de 30 años, ayer me vino a la mente de nuevo esa frase mientras veía en televisión el acto ‘solemne’ de proclamación como presidente de Nicolás Maduro. El vergonzoso discurso de un miserable que comete a diario decenas de delitos de lesa humanidad contra su pueblo. Maduro, saltándose a la torera la Constitución, ni siquiera juró el cargo ante la Asamblea Nacional, mayoritariamente en contra, sino que lo tuvo que hacer en el Tribunal Supremo, institución domesticada y cómplice de sus fechorías.
Y lo más sorprendente, a Maduro, ayer, no se le caía la cara de vergüenza mientras en pleno acto decía “Juro por los niños y niñas de Venezuela”, repito, en el país con mayor mortalidad neonatal del mundo.
Es especialmente hiriente la situación de Venezuela, con 4 millones de exiliados, 89 asesinatos por cada 100.000 habitantes (el mayor índice del mundo, al igual que el de mortalidad infantil), con una economía inexistente y un drama social sin recordación en una democracia que no terminará en guerra civil. Eso sí, Gabriela Chávez (Gaby para los amigos) es la persona más rica del país (datos de Forbes), con una fortuna superior a los 4.000 millones de dólares. Y lo más sorprendente, a Maduro, ayer, no se le caía la cara de vergüenza mientras en pleno acto decía “Juro por los niños y niñas de Venezuela”, repito, en el país con mayor mortalidad neonatal del mundo.
A Maduro, hoy en día, únicamente le sostienen los rublos de Moscú y los yuanes chinos, unido a un ejército dividido, pero aún leal mayoritariamente al sátrapa. Lo primero que hizo ya con el mandato renovado, fue correr a una base militar para recibir el aplauso fácil de la institución comprada. También, mandando un sibilino mensaje a la indefensa población civil: “Aquí no se mueve nadie, que el ejército lo controlo yo”.
La soledad de Maduro ayer quedó plasmada en el vacío institucional real del acto, al que solo asistieron los mandatarios de Bolivia, Cuba, Nicaragua y El Salvador. Nunca una proclamación tuvo más rechazo ni silencio mediático.
Maduro, por todo el mal que has traído a nuestros vecinos venezolanos, por el millón de personas que vagan por las calles y carreteras de Colombia, por todos ellos yo, Nicolás Maduro, solo te deseo que en algún momento de tu vida sufras la soledad del miserable. Hasta entonces, procura no dejar más ruina a tu paso. Abre a Venezuela a una democracia real y con un poco de suerte, haz una transición pacífica para que no haya más sangre innecesaria de inocentes.