En el día a día, nos cruzamos con personas mentalmente exhaustas que desean morir, acompañadas de la fría indiferencia del mundo que las rodea. Son almas que cargan sus tormentas internas en silencio. Un silencio profundo y desgarrador, capaz de despojarnos de nuestros más íntimos secretos, exponiéndonos de manera cruda y sin compasión. A veces, esas almas silenciosas cuando intentan recargar fuerzas, cualquier novedad en contra las empuja de nuevo al abismo de los malos recuerdos.
Dentro de este silencio habita Fran (interpretada por Daisy Ridley), la protagonista de la película Sometimes I Think About Dying (2023), y dirigida por Rachel Lambert. Su vida se compone de rutinas repetitivas y un silencio opresivo que la envuelve constantemente. Ella lucha con pensamientos oscuros, coqueteando con la idea de una muerte cercana. En la película, observamos cómo se aísla, evitando participar en las conversaciones con sus compañeros de trabajo, y al final del día regresa a casa, donde la soledad parece intensificarse en cada espacio de su ser.
Sin embargo, su monótona existencia cambia con la llegada de un nuevo compañero de trabajo, Robert (interpretado por Dave Merheje), un nuevo colega cuya presencia parece prometerle un renacimiento. Sus interacciones iniciales son tímidas, casi vacilantes, pero poco a poco, Robert comienza a iluminar los rincones lúgubres del mundo de Fran. Detalles cotidianos que antes pasaban inadvertidos ahora cobran un significado profundo: una mirada cómplice, el aroma del café recién hecho, las risas compartidas, la calidez de un abrazo inesperado, pequeñas confesiones…
Muchas veces, la rutina y el orgullo nos conducen a un estado en el que olvidamos la importancia de conectar con los demás. Nos encerramos en nuestros propios mundos, construyendo barreras para que nadie viole nuestra intimidad. Pero, como nos revela la historia de Fran, abrirnos a nuevas personas puede marcar el inicio de una visión más optimista de la vida. Cada persona que conocemos lleva consigo un cúmulo de experiencias y sabiduría que pueden enriquecer nuestro propio viaje o hacerlo menos caótico.
Así pues, la clave radica en cómo elegimos relacionarnos con el silencio: ¿cómo un enemigo a temer o como un compañero de introspección y descubrimiento?