Va por ahí masticando el presente y escupiendo trozos del futuro. Dicen que en sillas de avión y paredes de oscuros hoteles va dejando un rastro excremental, una escatología mítica asociada a su personalidad desde siempre.
Va predicando su evangelio de venganzas, predicando que es mejor humillar que triunfar, que la ofensa es una forma de la victoria, atrapado en un insaciable apetito de deshonra. Siempre moviéndose, incansable porque como escribió Emil Cioran, “la dinámica es el privilegio de la hez”, o porque lo impulsa una fuerza impersonal y caótica. Ahora ha decido que existe una oposición entre derecho y mayoría, que él puede representar la ley pero sin legislación, que como lo expresó Carl Schmitt, “ el legislador está fuera del estado pero dentro del derecho; el dictador está fuera del derecho pero dentro del estado”.
La criatura intuye acertadamente que la división de poderes no es lo mismo que el balance de poderes y recurre a la división por la volonte genérale que dice representar. No hay un contrato general llamado constitución, sino un contrato entre él y el “pueblo”, un acuerdo exclusivo, por eso es él, exclusivamente, el que consulta al pueblo.
La Criatura no ha decretado una consulta popular, eso le parece banal, ha decretado su soberanía y con ello el cese indefinido de funciones de la magistratura. No obedece ya más a una ley o norma concreta sino a reglas generales y abstractas. La Criatura es por lo tanto ajurídica y como él y el “pueblo” tienen un contrato particular, que lo hace titular del poder constituyente, entonces está facultado para dar todas las constituciones que considere convenientes.
Esta faceta absolutista no es una forma de pensamiento de la Criatura, sino parte integral de su personalidad y es la razón por la cual, según dicen, en la banda criminal donde se formó era despreciado y marginado. Lo suyo es el procedimiento sumario.
Hace tiempo que las elites traicionaron la democracia y estamos todos fuera de la ley. La Criatura solo ha puesto esto en evidencia. La Carta Magna, es ya tan solo un cartita sin destinatario que no representa un contrato social real, un relato que ya no es compartido. Estamos en un escenario distópico en el que han desaparecido la protección jurídica, la regulación y la delimitación de competencias. Estamos frente un dilema claro, o bien el dictador está fuera de la ley y por lo tanto tiene que ser juzgado, o bien los ciudadanos estamos fuera de la ley y es necesaria la dictadura.
La virulenta criatura surgió precisamente en el pantano del pacto fracasado del 91 para convertirse en una especie Comisario Regio en el final de un experimento democrático que será el reino de la Criatura, o alguna nueva forma de autoritarismo. Ya no estamos más en un sociedad abierta.
Como dice Nick Land en The Dark Enlightenment, “tan pronto como los políticos aprenden a comprar apoyo político con el erario público y condicionan a los electorados a aceptar el saqueo y el soborno, el proceso democrático se reduce a la formación de coaliciones distributivas, mayorías electorales unidas por el interés común en un patrón colectivamente ventajoso de robo”. Es el final de la política y la atmosfera necesaria para la supervivencia de la Criatura.


Jaime Eduardo Arango Ocampo
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