Escucho la voz de Roro @whoisroro, que me cuenta qué es lo que le apetece a Pablo para comer, su último capricho dulce y su último platillo salado.
Si no conoce aún a Roro, se la presento: es una jovencita mona, arregladita, limpia, de vestidos vaporosos y sinuosos, de escotes generosos, de manos cuidadas – al estilo de Peggy Bundy de Marry with Children-, para mí rasca un poco, pero soy de otra generación y esa estética no es la mía.
Roro es ese producto socialmedia que ha mantenido a las feministas más puras rabiando durante todo verano: que, si es una sumisa, que ya no quedan mujeres así, que eso es volver al pleisticeno, que no es ejemplo de nada… A Roro le importa un bledo y sus seguidores aumentan y su negocio, ese producto creado para hacer rabiar a las feas y amargadas, gana. Yo me alegro. No por Roro, que no la conozco, sino porque por fin hay un debate abierto: hay mujeres que se sienten bien cuidando de los suyos. Yo, por ejemplo, pero no soy ejemplo de nada. Y como yo, cientos y miles y millones de mujeres en todo el mundo. Y eso me identifica y me alegra, porque este tipo de mujeres no está de moda, ni son famosas, ni nadie se ocupa de ellas, aunque seamos la mayoría. Tal vez deberíamos alzar la voz, salir a la calle y gritar bien alto: cuidamos de los nuestros porque los amamos y, sobre todo, porque nos da la gana y eso nos hace felices.
Me tienen cansada estas feministas amargadas y talibanas que arremeten contra cualquiera que no está en su onda de amargura y fealdad. Señoras, dejen a la mujer hacer lo que quiera. No tengan miedo de que quiera cuidar a los suyos – que siempre lo ha hecho- y menos aún tengan miedo de que no cobre por ello. Dedíquense a velar por que se cumpla la ley, que se pueda de verdad conciliar- enmienden la ley de paridad lo antes posible-, para que su sueldo sea justo, para que, en caso de separación, maltrato, divorcio la compensación por no haber estado en el mundo laboral sea justa, para que no se vea arrojada a la pobreza – el peligro más cercano- y con esa justicia económica sea capaz de salir adelante, ella y sus hijos, pero sobre todo ella.
Se apaga la voz femenina afgana
Y si eso les parece poco emprendan causas mayores, sueñen a lo grande y vayan a la corte internacional y arremetan contra el régimen talibán afgano, ese al que ustedes se asemejan, porque les encanta mandar y sobre todo prohibir, y denuncien bien alto que la mujer afgana se ha quedado sin voz. Pero no por pasar una noche de farra, no. Se ha quedado sin voz porque vive en la noche más oscura de su existencia en el emirato islámico de Afganistán.
¿Acaso se ha coordinado la internacional feminista para salir en todo el orbe civilizado a protestar en favor de sus “hermanas afganas”? Estoy esperando que alguien se decida en Bruselas, EE.UU, Alemania, España, Colombia… Señoras, que si ya era difícil estudiar, salir en coche o pasear, ahora han prohibido hablar, cantar y recitar en público!!! Que no es sólo el burka, que eso era el principio…
La voz de la mujer, la niña, la esposa, la madre, la abuela… la voz que trasmite la historia, el cuento, la nana, la dulzura de un poema se ha callado a la fuerza, por la sinrazón del que todo lo prohíbe, por miedo, por ignorancia, porque lo más fácil es prohibir, por lo que sea. ¿Quién va a devolverles la voz? ¿Quién va a sacarlas de allí y les dé de nuevo la fuerza, la luz, la esperanza?
Presiento que no habrá organización alguna que se preste a ello, con la cantidad de dinero que se gasta, porque eso es un gasto, en feminismo talibán y rancio. Hay causas mayores y occidente entero debería luchar por ello. Ésta es una de ellas.
El peligro de los fanatismos
Se nos llena la boca hablando de derechos y a la hora de exigirlos, de pedir cuentas a los países nadie se acuerda de ellos. Hace poco el régimen talibán afgano buscaba el reconocimiento internacional espero que encuentren vacío universal, un enorme agujero negro a su alrededor. No exagere señora, pueden decir ustedes, pero no es exageración si les cuento que hace menos de medio siglo ellas, las afganas, vestían de minifalda, paseaban sus elegantes perros por la calle y se divertían más que las alemanas del este. Y miren dónde las ha llevado la sinrazón talibana, el régimen del fanatismo extremo que no es más que un populismo religioso atemorizante y peligroso. Nada bueno en tan poco tiempo.
Puede que desde la comodidad de nuestro balcón lo miremos de lejos y no veamos que en occidente podemos llegar a algo parecido si dejamos que se acalle la verdad, si criticamos con saña la libertad personal de cada una y si tergiversamos las ideas, los conceptos y la historia para que entren en un discurso favorable al relato que conviene en cada momento. Aquí, de momento, no hay fanáticos talibanes, pero sí tenemos feministas fanáticas, activistas woke y políticos mediocres y un afán por eliminar rasgos primordiales de nuestra cultura en pro de hacernos más integradores que daña el sentido común de los normales. Se nos olvida que no hay nada ni nadie más integrador y feminista que la cultura cristiana, que es la base de Occidente y la que ha ido avanzando y creciendo a la luz de la fe y la razón. Quitemos la fe – algo desgastada en estos tiempos- y quitemos la razón – sustituida por sentimientos- y en unos años tendremos un régimen tan peligroso no sólo para la mujer, sino para todos, como el afgano.