En los recientes actos de violación múltiple de los soldados que se conocieron en Risaralda y en Guaviare, hay tanta barbarie junta que, la rabia, la desesperanza, la impotencia, y demás sentimientos conexos se atascan en la mente. No se puede culpar a todos los militares como en las generalizaciones que se ven y escuchan por ahí. Pero sí hay que hacer un llamado a la reflexión al Ejército sobre su papel como institución insigne para un país en democracia, que representa su seguro ante eventos absurdos de guerra o conmoción, pero que con estos terribles hechos se desluce, se avergüenza y se vuelve peligrosa para la población a la cual debe proteger. Esa responsabilidad, que es más su responsabilidad social y no la funcional, es así misma una oportunidad, y es la de formar y educar a todos sus soldados para una vida en equilibrio, para que sean ante todo buenos ciudadanos. El Ejército, y las otras fuerzas armadas, son en la práctica magníficos centros de formación, expertos en estas lides, y por lo tanto no es aceptable que puedan actuar como si estas brutalidades no fueran su problema, y que en esta partecita de su cosmovisión sí responde cada quien.
De mis observaciones de la práctica empresarial, que incluso dejé consignado en mi libro sobre competitividad, después de un fuerte análisis organizacional, una conclusión clave es que: “el peor desempeño del peor de los empleados refleja la mayor capacidad de la empresa de obtener resultados”. Parece de Perogrullo, pero casi ninguna empresa en nuestro medio sabe que tiene ese poder, esa oportunidad y esa responsabilidad. En este caso empleado = soldado, empresa = ejército. Estas instituciones tienen que ser capaces de superar la cultura reinante, como sí lo hacen completamente en lograr obediencia, que es quizás lo más difícil de lograr, y no se pueden excusar en todos los casos con que solo son aislados, que son personas que los envilecen, y por las cuales no pueden responder.
En las redes se han visto por estos días unos mensajes de ex militares, con su acostumbrado tono un tanto arrogante, que el Ejército no es un reformatorio, y que sus soldados, los que ellos mismos han seleccionado, “vienen con su carácter, hábitos, vicios y costumbres de su casa”, y que “la educación del individuo es responsabilidad de sus padres”; paradójico, que una institución que es capaz de lograr la total obediencia de sus miembros, se muestre indefensa en cuanto a inculcar algo tan básico en la democracia como es el respeto por los derechos y la vida de los ciudadanos.
Es preciso entonces hacer un llamado a la reflexión de los jerarcas de la institución, actuales y pasados, y en general de las fuerzas armadas. Por varias razones. La primera es que tienen verdaderas universidades en sus procesos de formación, que conforman una oportunidad sin par en ayudarnos (a todos los colombianos) a formar buenos ciudadanos, y es un enorme desperdicio que los soldados aprendan bien tantas cosas castrenses y no lo necesario para la vida en colectividad. En la casa no hay una oportunidad real para hacerlo, ya que nadie puede enseñar de lo que no es. Los papás de esos muchachos probablemente hayan crecido también en unas condiciones lamentables de violencia y poco valor y respeto por la vida y por las mujeres, y por supuesto así formaron (o desformaron) a sus hijos.
La segunda es la que más me gusta, porque no apunta a la conciencia ni al “debiera ser” que normalmente nos implica difíciles procesos mentales de cambio, sino a motivos meramente prácticos, de lógica básica: cada hecho funesto de estos hace que una gran parte de la sociedad como mínimo sienta resquemores y desconfianza con el Ejército, o sea, todo lo contrario a lo que debiera generar con sus actos; es simple, no se puede dar el lujo de tener estas reacciones de la ciudadanía, apenas normales, de desprecio, repudio y miedo, cuando lo que se necesita es que esa ciudadanía sea una verdadera aliada en la lucha contra el narcotráfico, los paramilitares, las guerrillas y todas las bandas del mal que existen en nuestro país, y para ello necesariamente se requiere su respeto, confianza y aprecio.
La tercera, es la institucional. El Ejército nacional debe ser un pilar de la democracia de un país de derechos, de un país en paz para que todos quepamos y todos podamos tener prosperidad, y debe ser uno de los bienes comunes supremos de todos los colombianos. Contrario a lo que se percibe de sus diálogos, deben ser los verdaderos forjadores de la paz porque son quienes pueden asegurarla. Por lo tanto, deben garantizar que todos sus hombres (en genérico) sean hombres de bien, buenos ciudadanos, cumplidores de su deber, de esos que describen cuando nos hacen propaganda de los héroes de la patria y de los cuales queremos sentir pleno orgullo.
*Consultor en competitividad