Las otras guerras, la opinión de Jaime Polanco

Atónito está el mundo entero con la brutalidad de la guerra en Ucrania. Impresionados por la crudeza de las imágenes que nos ofrecen los medios de comunicación sobre la barbarie perpetrada por el ejército ruso sobre la población civil ucraniana.

La sociedad vive atemorizada por una posible guerra nuclear, y por eso la diplomacia rusa, siempre rancia y siniestra, se empeña en demostrar al mundo que no le teme a las consecuencias de presionar el botón nuclear.

La guerra militar la van ganado los invasores, pero la otra, la de verdad, la que inspira la dignidad y la esperanza, la gana el pueblo ucraniano, empeñado en demostrar que juntos sí pueden parar a este ejército oxidado y falto de motivación para matar ciudadanos inocentes, que en otros momentos fueron primos hermanos.

La guerra civil, también la ganan los países occidentales. Quizás por temor, o peor aún, por falta de visión estratégica de lo que se estaba cociendo al interior del Kremlin, Europa y su escudo militar protector la OTAN, han cerrado filas históricas para sorpresa de todos.

Triunfo de la solidaridad

Algunos países neutrales han cambiado sus políticas, otros reacios a movimientos militares, están mirando con simpatía estar bajo el paraguas de la protección europea en estos momentos de incertidumbre en materia de seguridad. El mundo en general será desde ahora más solidario, después de ver la generosidad de algunos países vecinos ante la avalancha del millón y medio de desplazados por el conflicto bélico.

Pero mientras todo esto ocurre, aquí en Colombia las cosas empeoran. ¡Qué despropósito de la vicepresidencia de la República en la tribuna más importante del mundo, la ONU, ofreciendo las labores de intermediación al conflicto ucraniano, sin tener el mínimo pudor de mirar que es lo que han hecho durante estos años de gobierno, en detrimento de cumplir los acuerdos de paz firmados por el Estado colombiano en septiembre de 2016!

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Qué atrevimiento olvidar la matanza permanente de líderes sociales y ex miembros de grupos guerrilleros incorporados a la sociedad civil después de los acuerdos de paz. O la muerte de policías y militares en actos de sabotaje de cuarteles e instalaciones militares. O simplemente el bloqueo de vías y quema de vehículos particulares, mientras el Presidente de la nación a escasos kilómetros de distancia saca pecho con las consignas y las condenas de siempre, que dicho sea de paso, no sirven para nada.

En Colombia también tenemos otras guerras. La guerra de la hambruna y la pobreza. La guerra de la corrupción y el desasosiego social al ver que muchas de las promesas de mejora se vuelven nada. La guerra de los grupos armados al margen de la ley, que siguen ocupando grandes franjas del país sembrando el caos y manejando a sus anchas, contrabando, extorsión y narcotráfico con la complicidad de algunos mandos militares recientemente señalados.

Desigualdades sociales

Guerra entre quienes quieren un cambio de ciclo, que termine de una vez con las desigualdades sociales y los que prefieren la medicina de siempre ,que mejora a unos pocos, en detrimento de la gran mayoría.

Guerra con nuestros países vecinos, quienes en algún otro momento fueron receptores de bienes y servicios de la muy frágil industria nacional, pero ayudaron a mejorar la balanza de pagos y las exportaciones tan necesarias en aquel momento para el avance de la economía.

¿Quizás no basten los resultados de las encuestas para que se den cuenta los más altos dignatarios del país de lo mal que van? Por qué van a finalizar el mandato para el que fueron elegidos en 2018 y los resultados son realmente magros.

La única guerra ganada ha sido la de la vacunación contra el Covid-19, más por méritos de los ciudadanos, que por pedagogía de las instituciones sanitarias. En el resto de las promesas electorales de aquellos tiempos gloriosos han predominado los nubarrones, que como siempre pasa, si están negros, uno va y se moja.