Entregar un trabajo de grado es un hito en cualquier camino académico, pero cuando su contenido resuena con la realidad de un país, deja de ser solo un requisito para convertirse en una necesidad urgente de reflexión. Al analizar el liderazgo transformacional en la educación superior, surge una pregunta ineludible: ¿por qué Colombia, una nación de talentos y recursos inmensos, carece hoy de un liderazgo que nos convoque a la unidad y nos impulse hacia un futuro compartido?
El liderazgo transformacional, que en mi estudio se reconoce como motor del cambio institucional, va más allá de la administración eficiente: inspira, moviliza y construye. Se basa en la confianza, en una visión compartida y en la capacidad de encarnar los valores que predica. No es solo un ejercicio de mando, sino un compromiso con la transformación colectiva. En la Universidad de América, hemos sido testigos de cómo este modelo puede fortalecer estructuras, empoderar a las personas y garantizar una sana gobernanza que responde con transparencia y sentido humano. Sin embargo, en el ámbito nacional, seguimos atrapados en liderazgos transaccionales, aquellos que gestionan la crisis pero no la previenen, que negocian favores pero no propósitos, que administran la coyuntura sin transformar el horizonte.
Colombia atraviesa una fragmentación preocupante. La polarización ha convertido el debate en trincheras y la diferencia en barrera. ¿Dónde están los líderes que inspiran con ideas en lugar de dividir con discursos? ¿Dónde aquellos que reconocen el valor de la diversidad sin temerla? El liderazgo transformacional no teme al disenso; lo abraza como una oportunidad para construir consensos sólidos y sostenibles. Requiere no solo intelecto y estrategia, sino una vocación de servicio que trascienda la individualidad.
Hoy, más que nunca, necesitamos líderes que comprendan que el verdadero poder no reside en la imposición sino en la influencia ética, en la capacidad de unir fuerzas y orientar a una nación hacia objetivos comunes. Colombia no se transformará con decisiones aisladas ni con soluciones efímeras. Se requiere un liderazgo capaz de inspirar, de reencauzar la conversación nacional hacia el diálogo constructivo, de asumir la responsabilidad de guiar con visión y propósito.
La educación ha demostrado ser un terreno fértil para este tipo de liderazgo. En las universidades, formamos profesionales con la esperanza de que, al salir al mundo, no solo acumulen conocimientos, sino que también lideren con valores. Pero si el país no les ofrece referentes de liderazgo transformacional en la política, en el sector empresarial o en la sociedad civil, ¿qué ejemplo estamos transmitiendo?
Desde la academia asumimos la responsabilidad de promover este modelo de liderazgo que transforma, no solo en las aulas, sino en el debate público. Porque la educación debe ser un puente entre la reflexión que se da en las aulas y la acción concreta, entre la teoría del liderazgo y su aplicación en la realidad.
Colombia no puede seguir esperando a que emerjan los líderes que necesitamos. Debemos formarlos, impulsarlos y, sobre todo, exigirlos. Porque solo con un liderazgo que una, inspire y transforme, lograremos un país a la altura de su potencial.
Christhian David Barboza
Director de Comunicaciones de la Universidad de América.
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