En noviembre del año 2021 se llevó a cabo en Glasgow la reunión número 26 de la Conferencia de las Partes de la Conversión de Cambio Climático (COP 26). En esa ocasión los gobiernos afirmaron sus metas voluntarias de reducción de emisiones de gases con efecto de invernadero para los años 2030 y 2050 (“Nationally Determined Contributions –NDC). Unos países fueron más conservadores que otros en la fijación de esas metas, algunos –como Colombia- muy ambiciosos. Y si bien es cierto que esas metas no son jurídicamente vinculantes, en todo caso sí comprometen políticamente a los países frente a la comunidad internacional. Se trata de compromisos que, en por el bien global, se espera que sean honrados pues su cumplimiento presumiblemente evitaría aumentos en la temperatura media del planeta superiores a 1.5 grados centígrados.
Hacia finales de este año se reunirá en Egipto nuevamente la conferencia del Partes (COP 27). En esta ocasión la discusión se centrará principalmente en los mecanismos y estrategias para alcanzar las metas afirmadas por los países en la COP 26 y, muy en particular, en lo relacionado con la transferencia de los recursos financieros y tecnólogos que los países más vulnerables necesitan para adaptarse a los ampliamente imperdibles efectos del cambio climático. Estos países, además, son, generalmente, los que, por sus relativamente bajas emisiones y menores niveles de desarrollo, han hecho los menores aportes a la consolidación de la crisis climática global.
Ahora bien, cuando los países signatarios de la Comisión de Cambio Climático hicieron sus compromisos de reducción de emisiones (NDC) en la COP 26 era claro que existía una amplia incertidumbre sobre los posibles escenarios climáticos del futuro, y sobre sus posibles consecuencias. Lo que tal vez no se tuvo plenamente presente fue la volatilidad de las realidades geopolíticas globales, y sus potenciales repercusiones sobre los mercados energéticos; en particular en lo relacionado con los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas).
La sorpresiva y violenta invasión a Ucrania por parte de Rusia se atravesó entre la COP 26 y la COP 27. Este suceso, que tiende a prolongarse en el tiempo, puede alterar de manera significativa el rumbo de las negociaciones climáticas en el marco de la Convención de Cambio Climático. Pero, más aún, puede alterar la senda misma de reducción de emisiones de gases con efecto de invernadero en los distintos países. Como en el caso de las consecuencias de los distintos escenarios climáticos, los efectos de las nuevas realidades geopolíticas sobre la viabilidad económica y social de las estrategias de reducción de emisiones de gases con efecto de invernadero son difíciles de predecir. De hecho, lo más probable es que esos efectos sean distintos en los distintos continentes y países.
Veamos: un escenario posible es que la crueldad de los ataques a Ucrania efectivamente lleve a que la Unión Europea suspenda o disminuya drásticamente las compras de petróleo y gas a Rusia (USD 1 billón por día), y que opte por remover las restricciones que había impuesto al uso del carbón para la generación de electricidad y calor. Esto con el fin de mantener controlados los precios de la energía que han resultado ser asuntos social y políticamente muy sensibles en Europa. En ese caso, las metas de reducción de emisiones de gases con efecto de invernadero de varios de los países de la Unión Europea se verían afectadas, y su cumplimiento sería aún más difícil lo que ya es.
De otra parte, la menor oferta de petróleo y gas en el mercado global podría llevar, como de hecho ya se siente, a un aumento en los precios globales del petróleo y del gas. Ese aumento en los precios, generaría incentivos para acelerar exploración y la producción de petróleo y gas en los países productores. De hecho, eso ya está ocurriendo. El ritmo en el aumento de esos precios y su eventual retorno a niveles similares a los de antes de la invasión a Ucrania dependerá de la celeridad con la cual la oferta de petróleo y gas reaccione a la escasez creada por las restricciones a las exportaciones rusas. Hay que tener en cuenta, en todo caso, que las decisiones de China y de India en cuanto a sus relaciones comerciales con Rusia serán determinantes en la formación y en la dinámica de los precios de petróleo y del gas.
Otro escenario plausible, distinto al anterior, pero que no lo excluye, es que la subida en los precios del gas y del petróleo incentive y acelere, como ocurrió en los años 70, el desarrollo de proyectos de energía nuclear (cero emisiones), la generación con de fuentes alternas de energía, la eficiencia energética, la movilidad eléctrica etc. En ese caso, se habrían creado condiciones favorables para el logro de las metas de reducción de emisiones de gases con efecto de invernadero en varios países; y las metas propuestas en la COP 26 estarían menos lejanas para muchos.
Los dos escenarios antes plantados, como indique antes, no son excluyentes, y entre ellos existirían números escenarios intermedios que se expresarían de distinta manera en los distintos continentes y países. Lo cierto es que, como en el caso de los escenarios climáticos, la incertidumbre sobre las dinámicas geopolíticas es enrome y la volatilidad es alta. También parece cierto que, en todo caso, las sendas de reducción de emisiones de gases con efecto de invernadero que recorran lo países estará fuertemente afectadas, por los precios relativos del gas, el petróleo y el carbón, y que estos, a su vez, estarán determinados por la evolución de las realidades geopolíticas globales.
Pareciera, de hecho, que el ritmo en la reducción de las emisiones de gases con efecto de invernadero y el cumplimiento de las metas propuestas, no depende tanto de lo que se acuerde en las conferencias y discusiones políticas sobre de cambio climático como de las realidades de los mercados de los combustibles fósiles creadas por los -difíciles de predecir cambios y realidades geopolíticas que se vallan presentando.
Entonces, ante las incertidumbres y volatilidad de las condiciones climáticas y de las dinámicas geopolíticas globales a que estamos abocados, y ante la imposibilidad de predecir con niveles aceptables de certeza los escenarios climáticos y económicos que están siendo determinados por la compleja interacción de numerosas variables de distinto tipo, solo nos queda estar listos para cualquier cosa: adaptarnos a la incertidumbre.