Los amantes en tiempos de Covid

Muchos han sido damnificados por cuenta de esta pandemia. Por diversas razones, desde las más lamentables hasta las más banales. Aunque, en cierta medida, lo banal, lo cursi, lo insignificante ya no lo es tanto… No en estos tiempos cuando la vida misma está en juego.

He observado días enteros a mis vecinos. He tenido el ojo entrometido y morboso puesto en ellos. Quién sale de sus casas, quién entra, a qué horas se bañan, cómo se visten, sus gestos de desesperación y aburrimiento… he protagonizado la desnudez silenciosa de la personalidad de estos completos extraños. He visto cómo se hurgan la nariz y hacen bolitas con las yemas de los dedos con sus mocos, he visto cómo se refriegan las nalgas y, acto seguido, se olfatean las manos. He visto escenas sexuales con una falta de romanticismo que abruma: pues no hay nada de sorpresa, ni emoción, ni delicia sexual, solo un tipo en pijama que embiste a su esposa antes de que los niños despierten. Me atrevo a decir que no se habían lavado los dientes. Que el aliento mañanero obligaba a que no hubieran besos. Él luce tan poco atractivo y ella pareciera tan conforme que dicha escena solo me despertó dejo de repulsión.

Si. Desde las ventanas de mi apartamento, he sido testigo de particularidades tan humanas, tan asquerosas y a la vez tan sublimes, que me acercaron de a totazos a esta verdad y me hicieron ver con otros ojos a los despojados del amor.

He leído de varios tuiteros que la pandemia ha dejado ver lo más recóndito de las personas, lo más oscuro, lo más bajo. Y que, en el fondo, eso era lo más bello de todo. Y es que pensándolo bien, siempre es cierto que el caos tiene grandes dosis de belleza. Siempre es cierto que la vida es dura y el tiempo, cabrón.

Y entre libros, cigarrillos, tinto por jarradas enteras, choclitos de limón en cantidades industriales y la presencia intermitente de mis vecinos, he volcado la mirada sobre los amantes. En los que nadie se detiene a pensar. Esos que aunque cuyo comportamiento pudiera denominarse “deplorable”, solían actuar genuinamente antes de que el coronavirus se hospedara.

Los pobres amantes de la pandemia. Los mutilados del amor. Los que nunca aparecen en las fotos de las casas. Los clandestinos. Los anónimos. Los nn. Los sinnombre. Esos que son impronunciables… esos que figuran en en los celulares con otras etiquetas. El contacto ‘Ing. Gutiérrez’, leí en el celular de un amigo.

Partamos de que la cloaca (sinónimo: relación abismal y ultratóxica) de ‘ser amantes’ dejó de existir en virtud del distanciamiento. Ya no hay amantes. Eran finitos. Los casados, comprometidos, ennoviados se quedaron sin excusas para salir a lanzarse a los brazos de ellos y ellas. Nada. Se acabó. Game Over. Sin explicaciones y sin lugar a recriminaciones.

Los examantes andan solos. Dan lástima. Si lo merecen o no, no reviste importancia para estas líneas. No juzgo, solo observo.

Los examantes deambulan con tapabocas por ahí y quizá hasta amaban a sus ex. Los examantes sí que están jodidos. No tienen esperanza. Sus corazones rotos y nostálgicos siguen en la búsqueda enfermiza de una historia de amor. Y como bien lo canta Celso Piña: “la soledad de los amantes que al dejarse, están luchando” desde sus esquinas por encontrarse…

¡Feliz día gringo de los enamorados y salud por los asfixiados en el desamor!

@sandreid256