Llevamos décadas escuchando y leyendo sobre clientelismo, nepotismo, corrupción y burocracia, términos históricamente relacionados con nuestra impúdica clase política. De hecho, traté de ubicarlos en un ranking personal, pero me fue imposible ante la oleada cotidiana de hechos delictivos por parte de cualquier funcionario público, nuestros gobernantes, sus familiares o sus amigos más cercanos. Estos últimos “untados” de nombramientos en cargos estatales y aceptación de contratos millonarios. Así funciona Colombia desde la más alta y baja esfera de nuestra sociedad pública y privada.
Amigo lector, lamentablemente en poco o nada van a cambiar las cosas porque el tan anhelado cambio en los fondos y las formas de hacer política pareciera nunca van a cambiar. Ni el mismísimo gobierno de izquierda reinante pareciera nublará las fechorías de los presidentes de la opositora derecha y sí que menos de los liberales o los conservadores, en otrora tiempo dueños sectarios del poder y del país electoral. La realidad, por estos días, nuestra golpeada patria, nos muestra un clima de labor gubernamental más “caliente” que las altas temperaturas en algunas regiones como consecuencia del tal Fenómeno del Niño.
Los colombianos eligieron –según, la Registraduría Nacional, con 11’281.013 votos- al líder de la izquierda radical, Gustavo Petro, ilusionados con el proyecto enfocado en acabar con las guerras territoriales, el desorden público reinante, las necesidades básicas insatisfechas, la desigualdad, la falta de oportunidades para “todas y todos”, el clientelismo, el nepotismo, la corrupción y la burocracia, entre otros grandes temas con autorías históricas de los denominados políticos tradicionales, pero demasiado cercanos a los más débiles, a los más pobres, a la clase obrera…Como dice el aforismo latino y citado por Froilán Casas, Obispo emérito de Neiva: “Stultorum inifinitus est numerus”: ‘Es infinito el número de idiotas’.
¿Idiotas? No les fato al respeto, ni más faltaba. Es simplemente que las embarradas en los que están envueltos algunos familiares y personas cercanas “salpican” la vida y obra política del mandatario colombiano propiciando un fuerte clima de desconfianza entre sus más fieles seguidores y los que estamos en desacuerdo con su línea ideológica y su forma de gobernar. Por una parte, “Nicolás Petro, exdiputado regional, aceptó sobornos provenientes de un ex narcotraficante y el hijo de un empresario presuntamente vinculado a grupos paramilitares, todo a cambio de favores políticos. La duda radica en si estos dineros impulsaron de alguna manera a Gustavo Petro en la carrera por la Presidencia de la República”, reseña el reconocido medio internacional The Economist.
Por otra parte, “la primera dama de la Nación, Verónica Alcocer. En el ojo del huracán por las revelaciones de ‘La Silla Vacía’ sobre la costosa comitiva que la acompaña a todas partes y que viaja con ella a todos sus destinos internacionales: maquillador, vestuarista, fotógrafo, asesora de imagen y una mejor amiga. Séquito de asesores de imagen que le ha valido al erario público más de mil millones de pesos en año y medio —250.000 dólares— con sueldos mensuales que superan, en promedio, a los de un ministro y que son pagados por tres oficinas públicas distintas (…)”.
Renuncias sorpresivas de ministros, nombramientos diplomáticos sin la experiencia idónea, creación de un ministerio para pagar favores políticos, contratos de grandes cantidades de dinero sin justificación, la gobernanza y pelea hasta con la sombra del propio Petro por redes sociales y la pérdida de la organización de los Juegos Panamericanos, son algunos de los escándalos mediatizados y comprobados que tienen al Gobierno en vilo. Él y sus funcionarios se deben poner el overol, programar gestas reales de austeridad, dejar las broncas dogmáticas, deponer su odio contra los medios de comunicación y parte del periodismo y propiciar confianza hacia las instituciones y el empresariado en aras de hacer crecer económicamente a Colombia y los colombianos.
Señores funcionarios públicos y gobernantes de una crisis se sale victorioso poniendo la cara, diciendo la verdad y generando un plan con acciones estratégicas viables para mitigar esos incendios ocasionales. En esa línea, la “cosa política criolla” debe ser honesta dejando a un lado las contraprestaciones económicas, renunciando a la búsqueda frecuente del poder político, mitigando el deseo de figuración y acabando de tajo con la solidaridad familiar y partidaria con los dineros estatales. Es decir, dejando esos vicios cancerígenos ancestrales que son propios de la clase dirigente de “cuello blanco” criolla.