Postverdad: según la RAE es la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Imaginen esto a gran escala, en todo el mundo, y prácticamente a todos los niveles, desde los poderosos conglomerados de medios de comunicación y centros de pensamiento, hasta los simples whatsapp con sus amigos.
Pues bien, dejen de imaginar, más bien abran los ojos pues tanto ustedes como yo vivimos en la Postverdad.
En este mundo extraño decir o entender una verdad es tan excepcional, que si lo haces, te conviertes en ‘Trending Topic’ (TT) en el lodazal de Twitter. Decir la verdad es ir contracorriente, ser transgresor. La verdad es dolorosa, incómoda. Casi siempre difícil de entender, de escuchar. Es lo que se viene llamando lo ‘políticamente incorrecto’. Pero no piensen que esto es nuevo. Elevar el tono de la verdad siempre fue peligroso, era motivo de persecución política y religiosa. Desde la crucifixión de Cristo, hasta la muerte en la hoguera o los campos de concentración nazis o comunistas. Siempre la verdad ha sido incómoda para el poder. Porque la verdad remueve conciencias, da herramientas a los ciudadanos… y los que tienen el poder en su mano prefieren que el pueblo no tengan esas herramientas.
Desde hace unos años es realmente difícil estar bien informado, el esfuerzo por no caer en la telaraña de la desinformación o información a medias, sesgada. Somos víctimas de algoritmos con el titular llamativo, impactante, mentiroso. Evitarlo es una prueba de fuego que muy pocos son capaces de solventar. En primer lugar porque no hay tiempo para analizar y entender todos los datos que nos llegan cada hora; y en segundo lugar porque ni siquiera nos interesa hacerlo. Nos sentimos cómodos con las informaciones que nos gustan, que son afines a nuestra ideología o pensamientos y que no nos cuestiona valores ni creencias. Sin son ciertas, ciertas a medias o totalmente falsas no es que nos preocupe especialmente.
Este fenómeno se está acentuando porque las generaciones más jóvenes piensan que están en posesión de la verdad y el que se oponga al pensamiento único es un enemigo a destruir. Esta juventud que quiere acabar con el viejo mundo, en realidad, está cayendo en comportamientos medievales. Practican el linchamiento en las redes sociales, ‘o conmigo o el descrédito’. Signos propios de un retroceso en las libertades de pensamiento. Es grotesco e incomprensible, pero es así. La gente al final prefiere autocensurarse a que la juzguen socialmente y evitar ser así víctima de este ‘matoneo’ en las redes. Porque todo esto surgió con las redes sociales, que se han convertido en el primer poder en la sociedad y el censor moral de nuestras opiniones.
Las formas de comunicación modernas, con su primacía de la expresión, de lo subjetivo sobre lo objetivo, refuerzan esa tendencia. Y contribuyen al desgaste de la autoridad, de la confianza en la veracidad. Es una sociedad paradójica. Esta generación se cree más libre que ninguna anterior, pero cada vez es menos reflexiva y la palabra PENSAMIENTO pronto pasará al baúl de la desmemoria. Es decir, estamos migrando a un mundo cada vez más automático, y no me refiero solo a las máquinas.
Cambios de paradigma
La diferencia de la verdad ‘de ahora’ con la ‘de siempre’ es que se han perdido los consensos sociales asumidos. Esas verdades que todos entendíamos que eran ‘porque sí’. Los paradigmas culturales. La opinión pública se ha roto en mil pedazos para pasar a convivir miles de opiniones públicas. Opiniones públicas a la carta, adaptadas a las necesidades e ideologías de cada uno. Se abre una brecha ideológica en cámaras de eco. Cambiaron los medios, pero el trasfondo es el mismo. Por eso los poderosos nos metieron en esto, con el objetivo de distraernos, de confundirnos y, en última instancia, de desencantarnos con la realidad para seguir manipulando a la gente en esta fallida democracia del siglo XXI.
En todo esto tiene mucho que ver la pereza mental. La postverdad se aprovecha de los sesgos, de lo que preferimos pensar. A lo que encaja con lo que pensamos o deseamos oponemos menos resistencia. Se beneficia de una confusión entre hechos y opiniones: la verdad es lo que se percibe como verdad. El resto no importa. Y nos alejamos de lo que no nos gusta.
Sin libertad no hay democracia. Y el que crea que vivimos en democracia porque votamos cada cuatro años está igual de equivocado que el que piensa que el tirano demagogo será el que nos saque de este caos. De este caos solo nos salvará la libertad con información. Es decir, que la sociedad se llene de individuos capaces de tomar sus propias decisiones de manera responsable, con todos elementos de decisión. Y eso es lo que nos hurtan precisamente, por ello no hay muchos motivos para el optimismo.
En este escenario es donde los populistas se mueven como pez en el agua. El perfecto teatro para hacer ver que hacen algo cuando realmente solo viven en su mundo de marketing con maniobras distractoras. En la era de la postverdad no importan muchas cosas. La objetividad, lo que menos: la víscera siempre por encima de la razón. El sesgo por delante de la objetividad.
Lamentablemente, y desde hace dos generaciones no pasaba esto. creo que nuestros hijos vivirán peor que sus padres. Un lamentable retroceso en las libertadas y en sus vidas que algún día será juzgado por la historia como un crimen de lesa humanidad.
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Marcial Muñoz es director de Confidencial Colombia