Una amenaza se cierne sobre la política: el tecnofeudalismo. Esta nueva macro tendencia global consiste, según el economista greco-australiano y Ex ministro griego Yanis Varoufakis, en el traslado vertiginoso del poder económico y político derivado de la posesión de bienes de capital, tierras e industrias a los propietarios del “capital de la nube”, esto es, a quienes controlan “un sistema basado en la nube” capaz de sondear, reforzar y explotar nuestras más profundas emociones. Ahora incursiona dramáticamente en el debate democrático y en el oficio parlamentario o gubernativo para envilecerlo y socavarlo. La figura central de este riesgoso escenario es el “Influencer” o “activista digital”, que se comporta la mayoría de las veces sin saberlo, como “un siervo de la nube”. Fenómeno que no se concentra en una sola orilla ideológica. El espécimen se riega como verdolaga en playa por todo el espectro político.
Es innegable las posibilidades en la democratización de la información que han abierto las redes sociales. Sería una tontería no reconocer que establecen innovadores posibilidades de relaciones entre el emisor y el receptor de un mensaje o contenido. Que puede enriquecer la interacción entre ciudadanos y ciudadanas en las muchedumbres solitarias en las que hoy habitamos. Pero seria ingenuo o una estupidez imperdonable, para quienes nos proponemos transformar la vida y el mundo que heredamos y recibimos, no advertir que el mundo digital se mueve con hilos que escapan a nuestro control. Que somos más vulnerables a la manipulación de nuestras emociones y preferencias. Que nos moldean explotando esas emociones para que consumamos los contenidos y mensajes que las satisfagan.
Lo que empezó a aplicarse en el campo de la publicidad en general, ahora trasmutó en una poderosa arma de marcketing político. Que los “influencer” hayan emergido como los publicistas de la nube, vaya y venga, pero cuando sustituyen a los clásicos “formadores de opinión” de las democracias modernas e ilustradas o peor aún, cuando asumen ellos mismos el lugar de los líderes políticos, la cosa se pone “color de hormiga”. Y ese es el drama que empezamos a padecer en el escenario político colombiano. Porque estos “influencer” no representan ideas de Estado y Sociedad con vocación de permanencia en el tiempo o de coherencia en las consignas que agitan y defienden. Sus referentes no son los grandes paradigmas sociales, sino el apetito inmediato del consumidor de sus diatribas. No persiguen el respaldo a una tesis o un argumento, sino la aceptación irracional de un superficial y emotivo mensaje. Ahora metidos en el oficio político, se afanan por conseguir “likes” y “me gustas” y por aumentar exponencialmente el número de seguidores, que luego aspiran a convertir en votos, sin importar que ello se haga con Fake News o con virulentos ataques al contradictor. Es la postverdad convertida en política por otros medios.
Ello es el más dramático rasgo de lo que ocurre en el Congreso de la Republica actual y en general en la actividad politica de los colombianos. Al lado de la vieja política o de las estructuras tradicionales, poco a poco emergen estos curiosos personajes que no protagonizan grandes debates parlamentarios, ni defienden con solidez una perspectiva de sociedad con arreglo a las teorías sociales; pero si se encarnizan en bochinches y se especializan en gritos y pataletas para aumentar audiencias en sus redes y canales. Sus Unidades de Trabajo Legislativo no son equipos de expertos para mejorar la calidad de su trabajo parlamentario, sino asesores en redes y de marcketing. Nada mas. Sus oficinas en el Congreso no se usan para atender a los ciudadanos y comunidades o preparar debates a profundidad, sino que han terminado convertidas en salas de grabación y edición de “contenidos” sin contenido. Son curules de la levedad, la superficialidad, el narcisismo y los Fakes News. Les resulta anticuada la política como el campo de la confrontación de ideas y la gestión de propuestas y prefieren trabajar para el consumo y la inmediatez, sin saber a que intereses responden o qué implicaciones tendrá para la sociedad.
Quienes habitamos en este lugar de la política transformadora debemos refundar la actividad política en su sentido esencial. Fortalecer los partidos como actores colectivos claves en toda democracia; construir ciudadanías capaces de incidir en decisiones públicas de calidad; y promocionar y consolidar liderazgos que acudan al argumento y la evidencia en el debate público. No se trata de prescindir de las redes sociales como otro escenario de comunicación y acción ciudadana, sino mas bien de situarlos en su justa proporción. No hay que sucumbir al Facebook o al X, al YouTube o al Tik Tok, ni endiosarlos; hay que utilizarlos adecuadamente para nuestro proyecto de cambio social y político. Es la mejor manera de superar esta amenaza de los “influencer” o “siervos de la nube” convertidos en “nuevos políticos”.