En un fenómeno que combina tecnología, entretenimiento y estrategia económica, las streamers callejeras de China están captando la atención de un público global.
Este mundo subterráneo de transmisiones en vivo desde las calles del gigante asiático se ha convertido en una curiosidad que no deja indiferente a nadie. (El Imparcial, junio 15, 2023)
Durante el 2023 me encontré con un fenómeno tenebroso de precarización laboral, pero disfrazado de popularidad, moda y obviamente, dinero, que juega con los deseos de reconocimiento y felicidad instantánea que solo las redes sociales pueden darnos. Este fenómeno es el de los/las streamers chinos, que transmiten en la calle sus lives (transmisiones en vivo), desde puentes, debajo de ellos, plazas, en malecones, etc.
Los streamers chinos acuden a estas zonas porque conocen al dedillo cómo funcionan las plataformas sociales en las que emiten sus directos. Uno de los principales criterios que tienen en cuenta los algoritmos de estas redes para determinar cómo se muestran los contenidos al público es la geolocalización: los vídeos se muestran más a quienes están más cerca del lugar de la emisión. En consecuencia, ubicarse en un barrio adinerado es clave: los contenidos llegarán más fácilmente a espectadores con un mayor nivel adquisitivo, los más dispuestos a hacer donaciones a los streamers.
Algunos han bautizado estas calles como las fábricas de streaming, dado que los creadores de contenido acuden a la zona con todo el material necesario para su trabajo: trípodes, micrófonos y varias pantallas. En algunos casos, materiales de alta calidad.
Una particularidad interesante es la capacidad de algunos streamers para transmitir en múltiples plataformas simultáneamente, multiplicando así sus ganancias. Sin embargo, no todos logran recibir donaciones, y muchos pasan largas horas transmitiendo sin obtener un solo yuan.
Lo que comenzó como una forma de ganar dinero extra ha evolucionado hasta convertirse en un negocio en auge, respaldado por grandes compañías que monetizan el contenido de estos jóvenes. Estas compañías gestionan a los talentos, asignándoles lugares estratégicos de transmisión y enviándolos a diferentes ciudades según su rendimiento.
Este es otro ejemplo de cómo la subsistencia (y la diginidad) humana es sometida al juego de la oferta y la demanda (Karl Polanyi, 1886 – 1964), haciendo gala del ideal moderno donde todos somos emprendedores, y la búsqueda de ingresos, se convierte en una cacería desesperada del falso sueño del éxito y la fama.
Pero en este fenómeno se mezclan 3 fenómenos, que han sido criticados anteriormente, pero se han interiorizado tanto, que hacen parte del dogma actual. Estos son:
Vigilar y Castigar (Foucault)
En Vigilar y Castigar. Nacimiento de la Prisión (1975), Foucault muestra los paralelismos existentes entre la arquitectura de la prisión y de diversas estructuras de la sociedad moderna como las fábricas, los cuarteles, los colegios o los hospitales. Partiendo del ejemplo del panóptico (el ojo que todo lo ve), muestra cómo se desarrollan y repiten distintos patrones en esas otras estructuras de la sociedad (fábricas, colegios, cuarteles, hospitales) destinados también a vigilar y castigar en gran medida.
En ellas no debía quedar espacio para la intimidad y se debería corregir el cuerpo para llegar a controlar las mentes. El autor analiza magistralmente el desarrollo histórico de estas arquitecturas y su relación con el desarrollo de las cárceles, llegando a la conclusión de que se ha perseguido en todo momento la consumación de un nuevo tipo de individuo alienado: los cuerpos domesticados económicamente rentables. (Julio Fuentes González, Nuevas fórmulas de explotación laboral. La ideología de la servidumbre)
Por ende, los streamers callejeros en China, son una muestra fehaciente de como las nuevas economías, han calado tanto en nuestro interior, reproduciendo paradigmas de precarización e informalidad, que estamos dispuestos a dejar nuestra vivienda y dignidad, para ir a mendigar donaciones a los barrios mas pudientes, por medio de nuestros videos en vivo en plataformas sociales.
La precariedad del trabajo
Zygmunt Bauman (1925 – 2017) explica en su obra, Vigilancia Líquida: “Las empresas de la era de la «economía de la experiencia» deben y quieren prohibir –y de hecho prohíben– la planificación a largo plazo y la acumulación de méritos. Esta situación mantiene a los empleados en un movimiento continuo y ocupados en una febril e interminable búsqueda sin fin de la evidencia de que siguen estando dentro”. Y más adelante precisa: “A cada asalto, el más divertido y el más eficiente se gana una renovación del contrato, aunque sin garantía, ni tampoco una mayor probabilidad de salir ileso del siguiente asalto” (Julio Fuentes González, Nuevas fórmulas de explotación laboral. La ideología de la servidumbre)
Por tanto, esta “suavidad” de la disciplina es el arma definitiva con la que se pretende domesticar al precariado. Éste es realmente el nuevo concepto de empleabilidad que hay sobre la mesa. Darlo todo, cumplir con la doctrina, asumir cada tarea con una sonrisa y, llegado el momento del despido, mantener una actitud positiva. Alegrarse de haber aprendido mucho y confiar en que habrá más suerte la próxima vez. Fármacos y autoayuda están siempre al alcance de la mano, si la digestión nos resulta pesada.
Religiosamente, estos streamers hacen sus lives, como el más puntual monje, para cumplir con sus funciones laborales. Estas transmisiones deben ser hechas a ciertas horas, y en determinados días, para estar al aire durante las horas de mayor tráfico en las plataformas, y así captar el mayor número de donaciones. Precarización voluntaria.
¿Explotación? ¿Auto explotación?
Nuevas fórmulas de contratación han establecido sistemas donde se hace imposible esa consecución de derechos para los individuos. Un ejemplo es UBER, Rappi, o AirBNB, donde por medio de un único contacto con la empresa, gracias a una aplicación, tanto se perciben los ingresos, como se mide la productividad. Obvio, siempre pagando el derecho por el uso de esa plataforma, o ¿pagando por el derecho al trabajo?
En el caso de los streamers chinos, no es muy diferente. Las plataformas se benefician de todo el contenido que ellos producen, no solo cobran por su uso, pero ubican a estos jóvenes en los barrios donde más se puedan recolectar donaciones, y así aumentar su porcentaje de las ganancias, al mejor estilo de la guerra del centavo, bien conocida en el transporte público bogotano de los años 80 y 90 del siglo XX.
Vivir en la actualidad no significa dar todo por cierto y sin derecho a critica. Creo que debemos mirar las nuevas tendencias con ojo crítico, para evitar caer en este tipo de situaciones, para tratar de mejorar ese tipo de condiciones. Los streamers callejeros chinos son una muestra más, que la humanidad está cambiando radicalmente, y el sueño de las empresas y su cadena de producción ha mutado hacia un modelo donde el individuo se convierte el eje central de la productividad (no la empresa), que aumenta las desigualdades, y en este caso la inestabilidad (económica, física y mental).
Con este tipo de tendencias, el futuro se ve como un gran paisaje donde la deshumanización por la competencia, y la cosificación del ser humano, será peor que la carrera del más feroz de los corredores de bolsa en Wall Street. Solo que ya no se tiene el objetivo de la mayor cantidad de ceros en el banco, o el acceso a círculos de poder. Será algo incluso más banal y paupérrimo: los likes.
De hecho, ya estamos en ese momento. Solamente, que los likes no serán para generar ingresos, sino para tener una vida cotidiana, con acceso a servicios, relativamente normal. Justo como está pasando hoy en China.
(Leer mas en: https://www.rtve.es/noticias/20230614/credito-social-nuevo-metodo-control-masivo-china/2447566.shtml )