Por: Juan Luis Castro
Recuerdo con claridad el 15 de mayo de 1999, llegué a casa a eso de las 11 de la mañana cuando un periodista por teléfono me notificó de uno de los peores momentos de mi vida:
“Mire yo soy periodista de RCN y nos acabamos de enterar que a su mamá está secuestrada ¿qué hay de cierto en eso?”, me preguntó.
Inmediatamente los peores pensamientos que había tenido se hicieron realidad: las interceptaciones, los perfilamientos, las llamadas amenazantes, los carros bomba y los disparos a nuestra casa habían tomado al ser más importante en la vida de cualquier persona en formación: la mamá … mi mamá.
Esos días de secuestro fueron los peores y sin duda dejaron una huella imborrable en mi familia.
Para cuando recuperamos a mamá debimos empezar a lidiar con las secuelas que quedaron en ella y en nosotros. Así fue como salimos del país siguiendo las indicaciones del hoy extinto DAS. Recuerdo que en nuestro “nuevo hogar” daba vueltas a la manzana al salir en carro para notar si me seguían, aprendía rostros y placas para reconocer algún patrón y si lo consideraba peligroso no paraba en semáforos.
En alguna ocasión me paró la policía y cuando me preguntó por qué no había hecho el pare intenté explicar que pensé que me venían siguiendo, rápidamente me di cuenta de que lo que estaba diciendo no tenía sentido.
Para entonces un psicoanálisis terapéutico fue la manera más efectiva de hacer conciencia y empezar a dejar atrás los estragos de esa paranoia, que ya no respondía a amenazas en el ambiente, estas se habían quedado en Colombia.
He vivido de cerca los efectos de ser objeto de espionaje y entiendo las incomodidades que eso genera en uno y su entorno, por ello aprovecho para expresar mi total apoyo a todos los periodistas, líderes sociales y a mis colegas Congresistas que han sido objeto de los perfilamientos por parte del ejército.
No pongo en duda la integridad de las fuerzas militares, de hecho, tengo fe en que estos sean episodios aislados que la justicia se encargará de esclarecer, así como tampoco tengo duda de que en el pasado, sectores políticos se han valido de este tipo de “jugaditas” para perseguir a sus opositores e iniciar campañas mediáticas de desprestigio a nivel nacional e internacional. Nada más nocivo para una democracia.
El relato que da inicio a este texto sucedió hace más de 20 años. Personalmente me niego a creer que Colombia esté condenada a vivir eternamente en un ciclo de corrupción y persecución del que piensa diferente.
Es completamente inaudito que el dinero de la ciudadanía y las herramientas fruto de la cooperación internacional continúen siendo usadas para perseguir a los líderes de nuevas posiciones políticas en el país, posiciones que reconocen la necesidad de robustecer nuestra democracia desde el dialogo, la asertividad y la garantía de los derechos para absolutamente todas las colombianas y colombianos.
El de mi familia es solo uno de incontables ejemplos de un daño psicológico indescriptible, de la destrucción de ideales de cambio y de cómo la política tradicional de este país se ha valido de sus opositores para mantener lógicas que en repetidas ocasiones han comprobado su fracaso. Con fortuna el próximo no será uno más de ellos.
En este país caben todas las perspectivas, y de igual manera todas deben tener garantías tanto de seguridad como de participación. No podemos escatimar en el fortalecimiento de los escenarios que permiten ventilar nuestras diferencias políticas para así evitar que estas se sigan traduciendo en el crimen y la desprotección que por décadas han azotado a la Colombia profunda.
Como colombianos, para bien o para mal, todos los males que pueden caer sobre una democracia nos son conocidos. Por eso estoy convencido de que tenemos ejemplos suficientes para detener la repetición de estos errores institucionales y de una vez por todas empezar a escribir la historia que este país se merece.
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