En una pequeña semana cualquiera de este año, como la que acaba de pasar, en Colombia se ventilan casos que en cualquier país con una buena democracia causarían enorme estupor, malestar, consecuencias graves para sus protagonistas y reencauzaría a sus sociedades a corregir su rumbo. No en Colombia. Aquí mancillar la dignidad que deberían tener nuestras instituciones del Estado, del Gobierno, nada menos que de la democracia, ni causa estupor, ni es un motivo importante de malestar, ni tiene mayores ni graves consecuencias para sus protagonistas hasta ahora, pero sí puede estar creando un reencauzamiento para que la sociedad se movilice a ver cómo se corrige el perdido rumbo que llevamos.
Hablando coloquialmente, se nos “ha vuelto paisaje”, nos parece normal, que los que identificamos como “los políticos” sean mañosos, tramposos y corruptos, personas que de ninguna manera podrían representarnos en nada. Cada vez es más grave porque con cada nuevo caso más nos acostumbramos a que esa es nuestra realidad, lo cual reafirma más la idea de que no hay mayor cosa para hacer en contra de esta anómala situación, salvo cambiarlos a todos. No todos son responsables, obviamente, pero sí es difícil saber cuál si y cuál no para un “ciudadano del común” por lo que todos los “políticos” se identifican así.
El drama que está sucediendo con la presidente de la Cámara de Representantes Jennifer Arias es más grave de lo que aparenta ser. Uno de los cargos más altos del país, que reviste la especial importancia de ser la primera dignidad de uno de los dos grupos, supuestamente más selectos, que deben representar los intereses de toda la nación, de todos esos “ciudadanos comunes”, ha sido considerada tramposa después de una investigación de su universidad, el Externado, que tiene gran seriedad y que se basa en hechos demostrados. Nadie puede dudar de que los tramposos son proclives a la corrupción, puesto que ser tramposo ya es en sí mismo una categoría de ser corrupto. Hace especial daño su “pataleo” para tratar de enredar el asunto y encontrar una salida donde no la hay. Aparece con una locuacidad inusitada, desgarrando las palabras llenas de emocionalidad y entonando falacias lógicas con una buena capacidad histriónica, todo lo cual, entre más lo haga, más mancilla aún la dignidad que representa. Que representa indignamente, desde luego.
Nos acababa de pasar, en un caso igualmente grave, con la exministra de las TICs, la señora Abudinem, que afirmaba y reafirmaba con gran desparpajo que ella del ministerio no se retiraba, que no tenía culpa alguna, para que al fin y al cabo tuviera que irse, o a refundirse tal vez, para no dañar aún mas la pobre imagen del Gobierno actual. Todo su papel de actriz avezada que seguramente felicitaron sus allegados políticos se interpreta como cinismo por los ciudadanos hastiados de este tipo de espectáculos. El daño mayor en estos casos no es sólo para el Gobierno sino para toda la clase dirigente del país y lo que realmente está sucediendo es que se está llenando de argumentos a la gente para querer hacer cambios drásticos, aquellos que esos mismos dirigentes usan para intentar tullirnos de miedo. Bien dicen los analistas políticos más independientes y agudos, que la jefatura de la campaña del senador Petro la esta haciendo el Gobierno del presidente Duque. Y menos le ayuda que su partido de gobierno, el Centro Democrático, esté normalmente envuelto en este tipo de situaciones que lo desprestigian, una y otra vez, por lo que tarde o temprano tenía que hacer mella en la gente. Y cuando no es su partido, las situaciones de desprestigio provienen de sus aliados que fueron claves para su elección de presidente, como Char y su “red de amigos”, por ejemplo.
Y a estas alturas, tampoco cae bien el tardío libro del general Mora sobre los Pecados de la Paz, en el que, desde su difícil puesto de guardia, de participante del proceso y de garante de un acuerdo razonable para los intereses de las Fuerzas Militares, tratando de servir al mismo tiempo a dos posiciones muy encontradas, afirma que el proceso de paz fue forzado a que se llevara a cabo sin medir consecuencias. Veremos las réplicas de todos los afectados y las críticas furibundas porque no expresó con claridad sus dudas en su momento, y un etcétera interminable que contribuye a que los colombianos quieran cambiar a esa clase dirigente desprestigiada que ha demostrado que no lleva al país a ningún lugar seguro ni estable. Dudo mucho que esto le dé al uribismo un salvavidas, si es que con la publicación del libro del General, precisamente en este momento, pensaban que desprestigiando al expresidente Santos con esta fórmula ya desgastada les iba a contribuir en ese sentido. Ya no. Y a lo mejor sirve para lo contrario.
Y qué decir del entramado de los ya muy conocidos Aguilar, otros “políticos” de profesión que quieren en familia acaparar por siempre los cargos de la dirigencia de y a nombre del departamento de Santander, porque ya está cebados con la corrupción que saben hacer. Es su negocio personal, exactamente en contra de sus mismos electores. Saben que el riesgo de ser castigados de verdad es bajo y saben moverse como pez en el agua para que haya un nivel de impunidad relativamente alto (aunque tengan ya dos presos en su “hoja de vida”). La gente observa eso y sabe que así es nuestra clase dirigente y le provoca una de dos expectativas: quisiera ser como ellos dada la cultura reinante (lo cual es real aunque refleje una enorme torpeza), o la segunda, acumula y acumula razones para querer cambiar.
En esas estamos, llenos de razones para cambiar, pero ahora viviendo una época en que la facilidad y proliferación de la comunicación hace milagros o estragos. Nos enfrentamos al debate electoral en donde hay más de lo mismo, y dos alternativas a lo mismo, una que se está conformando en el verdadero centro político y la otra ya consolidada en la izquierda alrededor de Petro. Ninguna de las dos escapa al problema porque han estado allí mismo ejerciendo el oficio de políticos en el mismo recinto con todos los demás. Y por lo tanto arrastran la duda que generan todos aquellos que han mancillado la dignidad de sus oficios, y que prácticamente a diario la siguen mancillando. A ese verdadero centro le quedan tres retos grandes: primero, vencer a esa pésima imagen y teniendo como contendores a quienes no se medirán en usar todo tipo de artimañas digitales para manipular masivamente desde los medios virtuales; segundo, lograr desmarcar y con contundencia señalar las diferencias con los camuflados, ya que por el mismo desprestigio todos quieren pasar de centro por la razón de que es en el centro es donde menos se observa y hay menos proclividad a la corrupción; y tercero, a la compra de votos que según nuestra historia, siempre acompaña y contribuye significativamente a definir al siguiente presidente del país. Duros retos.
* @refonsecaz Ingeniero, Consultor en Competitividad.