Medellín, una ciudad que alguna vez fue el epicentro del narcotráfico del mundo y la violencia en la década de los 90, se ha transformado en un modelo de innovación, progreso, una ciudad organizada, linda y desarrollada. Muchos de los barrios que antes eran considerados zonas de guerra, ahora están llenos de coloridos grafitis que atraen tanto a locales como a turistas, ansiosos por entender la resiliencia de la ciudad. Medellín ha logrado desbancar a Cartagena como el destino turístico más popular de Colombia desde 2021, logrando en promedio que 1,5 millones de extranjeros nos visiten cada año. Sin embargo, este auge turístico ha traído consigo un desafío alarmante: la explotación sexual infantil.
La indignación se apoderó de la nación este fin de semana cuando se informó que un extranjero estadounidense ingresó a un hotel de la zona rosa de Medellín con dos niñas, de 12 y 13 años. Este incidente planteó preguntas cruciales: ¿Por qué el hotel permitió el ingreso de las menores sin verificar su relación con el adulto?, ¿Qué tan común es esto en la ciudad y qué hacen las autoridades para combatirlo?, ¿Por qué las autoridades locales demoraron más de 60 horas, incluido el alcalde Federico Gutiérrez, en pronunciarse y tomar acciones inmediatas ante este atroz acto?
La situación se agravó cuando se reveló que la policía dejó en libertad a este presunto abusador y permitió que el extranjero abandonara el país. Mientras tanto, imágenes del alcalde disfrutando en la playa circulaban en las redes sociales, lo que generó una oleada de críticas frente a la indiferencia de la primera autoridad de la ciudad, pero también del secretario de seguridad y de la secretaria de las mujeres.
Hasta apenas 72 horas después del hecho se emitió un decreto que causó en redes sociales más indignación, en el cual se decía que quedaba prohibida la prostitución en el barrio El Poblado de Medellín, como si este ejercicio se tratara de cualquier mercancía y peor aún que quienes conocen de esta materia saben que la trata de blancas o la explotación sexual infantil no se resuelve con un decreto sino con decisiones sociales, culturales y económicas de fondo.
Medellín es una ciudad resiliente que ha superado desafíos en el pasado. Sin embargo, para continuar su camino hacia el progreso, se necesita un liderazgo fuerte y una sociedad que se levante contra quienes cometen estos delitos atroces. Es imperativo que se proteja la dignidad y la vida de los menores y se asegure que la historia de transformación de Medellín no se vea empañada por la sombra de la explotación sexual infantil.