El estoicismo es una corriente filosófica que se originó en Atenas (Grecia), hacía el año 300 a. C con el fenicio Zenón de Citio (336-264 a.C.), Citio estaba localizada en la actual Ciudad de Lárnaca en la costa sur de Chipre. Zenón era un próspero mercader que inició un periplo desde Fenicia a El Pireo (Grecia) con un cargamento de púrpura, naufragó y perdió su capital. Arruinado llegó a Atenas y se convirtió en discípulo del filósofo cínico Crates (368-288 a.C.), luego de madurar intelectual y moralmente, Zenón decidió abrir su propia escuela y sus seguidores fueron llamados “estoicos” en razón a que se reunían en la Stoa Pikilé o Pórtico Pintado, un antiguo monumento ubicado al norte del ágora de Atenas.

El sistema estoicista de filosofía aplicada o práctica para la vida tiene por propósito reconocer las emociones, racionalizarlas y transmutarlas para el bienestar propio. En otras palabras, definir qué está bajo el control personal y qué eventos no pueden ser controlados. El estoicista se concentrará en lo que esté bajo su control y no sobre lo que no puede controlar. Lo exterior no debería generar sufrimiento porque no se puede sufrir por aquellas situaciones que se escapan del control propio y que tienen fuente ajena al sujeto. Sobre lo que sí se puede ejercer control es sobre lo que viene de adentro, lo propio, lo interno. El sufrimiento sería una decisión propia. La condición moral del acto humano está mediada por la capacidad racional de autocontrol de los individuos.

Entre los primeros cultores de esta disciplina filosófica destacan Gayo Musonio Rufo (25-95 d.C.) de quien se dice que no dejó obras escritas; Lucio Anneo Séneca (4 a.C.- 65 d.C.) rico, político y filósofo que fue muy célebre por su influencia en Roma autor de diálogos morales sobre la brevedad de la vida, la ira y la serenidad del alma; el discípulo de Musonio Rufo, Epicteto (55-135 d.C.) sobre quien se afirma que en Roma fue esclavo la mayor parte de su vida, autor del Enquiridión; y el célebre emperador romano Marco Aurelio Antonino (121-180 d.C.) de quien se afirma fue uno de los mejores gobernantes romanos y autor de un diario personal publicado luego bajo el título de Meditaciones en el cual se recoge en gran medida postulados estoicistas que el sabio emperador aplicaba para su vida personal y su gobierno.

Se dice que también fueron estoicistas el filósofo neerlandés Baruch Spinoza (1632-1677), su colega escocés David Hume (1711-1776). Del Siglo XX destacan el psiquiatra austriaco Viktor Frankl (1905-1997) creador de la logoterapia y reconocido por ser autor de uno de los libros más bellos de su tiempo: El hombre en busca de sentido donde refiere su experiencia personal en los campos de concentración nazis y fija las bases de la logoterapia; y los psicoterapeutas cognitivos estadounidenses Albert Ellis (1913-2007) y Aaron T. Beck (1921-2021). Hoy incursionan como autores estoicistas, el italiano, profesor de filosofía, Massimo Pigliucci con su texto Cómo ser un estoico y el coach español Marcos Vázquez, autor de Invicto, logra más, sufre menos.

Para los estoicos el sentido de la vida se relaciona con tomar decisiones correctas y mantener la calma mental a pesar de los problemas, a ésta última la denominaban ataraxia. En suma, el estoicismo plantea que el propósito de la vida es el empleo de la razón para construir mejores vidas y entornos sociales dentro de las mismas limitaciones de los humanos. Para lo cual, caben preguntas como: ¿Dependen las adversidades de mí? ¿Yo puedo cambiar lo externo? ¿Deseo lo que no puedo controlar? ¿Gasto mi tiempo deseando y no agradeciendo lo que tengo? ¿Estoy sobredimensionado los problemas y preocupado por lo que no sucederá?

En el ejercicio estoicista la virtud es un valor fundamental, porque requiere altísimas dosis de sabiduría, disciplina, coraje y justicia. Realmente no se es estoico, se busca ser estoico como propósito de vida. El estoicismo se vive, no se escribe. El estoicismo se hace en el camino, es el disfrute del camino lo que construye al estoicista y no el destino; se trata del carácter para afrontar la existencia, como lo repetían los antiguos romanos y especialmente los estoicos: “Memento moris” (Recuerda, morirás); al fin y al cabo, con justa razón, nadie sale vivo de la Vida.