Es muy habitual en la cultura latina echar la culpa de los errores propios a los ajenos. Es lo facilón: lavarse las manos como hizo Poncio Pilatos hace 2000 años. Nos alivia el espíritu el mirar para otro lado cuando vienen mal dadas, o señalar a terceros como responsables de las causas de nuestros problemas. Somos especialmente implacables frente a la casta política, a la que culpamos de todo lo malo que nos pasa. Y es una verdad sí, pero a medias.
Si bien nuestros regidores públicos deben velar por el bien de todos, también la sociedad se fundamenta en un contrato social, una serie de normal establecidas. Un contrato social con derechos y obligaciones de todos los que formamos parte de ella. Los políticos tienen que marcar el camino de la prosperidad con decisiones y leyes, pero los ciudadanos también tenemos que cumplir nuestra parte del ‘pacto’. Y ahí falla la inmensa mayoría.
Obligación de un ciudadano es demostrar educación cívica, pagar lo que corresponde y quien corresponde, informarnos y formarnos, cumplir las leyes (aunque algunas no nos gusten) respetar y cuidar los espacios públicos, generar bienestar a los que nos rodean, Respetar filas, no robar, no matar… muchas cosas cotidianas que no por ser normales dejan de tener su importancia. ¿Lo cumplimos a diario? ¿Se considera un buen ciudadano capaz de exigir dignidad democrática mirando a los ojos a sus dirigentes?
El poder de la información
En un mundo ideal, los ciudadanos deberían informarse, interesarse y saber escoger bien a sus gobernantes. (algo muy alejado de la realidad). Nos quejamos de los políticos, políticos que elegimos sin conocer sus programas, sin profundizar convicciones éticas, sin tener certeza de que sus promesas no quedan en papel mojado. Y cuando están en el poder les perdonamos sus desmanes o simplemente ni nos enteramos porque pensamos “todos son iguales”, error.
El fenómeno de la ‘memoria de pez’ ha cambiado recientemente la forma de hacer política. Los más astutos políticos saben que hoy en día un tema de la agenda mediática no dura más de una semana, lo normal es que sean horas, 2-3 días incluso en los escándalos más graves. Los hechos se atropellan tan rápidamente que la realidad no da tiempo a analizarla, sin que podamos reflexionar. Escasa capacidad de cuestionamiento. Casi nada importa a los políticos porque saben que los ciudadanos apenas castigarán sus malos actos sino hasta el final del gobierno. Aplican la de mirar para otro lado a la espera de que pase la ola informativa del instante. Una noticia tapa la anterior. Exigirles una mejor calidad democrática es un deber que no cumplimos. Empezando por la mayoría de los medios de comunicación. Palmeros de sus amos.
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No hay nada más desigual que el igualitarismo. La cultura del facilismo, del no-esfuerzo, la subvención innecesaria para comprar voluntades. Es un pozo sin fondo de pobreza. Es muy bonito ‘venderle’ a nuestros jóvenes el sueño de que todos somos iguales. En realidad, es una escuela de personas frustradas cuando reciben una dosis de realidad y descubren que en el mundo hay gente más trabajadora, arriesgada, inteligente, bella, más simpática y más capacitada que ellos, lo que acaba generando, lógicamente un destrozo emocional. En eso también hemos fallado como sociedad. Preocupa la inmadurez emocional que evidencian muchos jóvenes, que como los políticos eluden las dificultadas y miran para otro lado esperando a la memora de pez de su entorno resuelva el problema.
Cultura del esfuerzo
Cuando en la sociedad se imponen los valores del mínimo esfuerzo, el preferir trabajar lo menos posible si me dan una ayuda pública. Caminos cortos que no funcionan y solo ayudan a los políticos inmorales a lograr su objetivo de mantenerse en el sillón. Y en esto, también fallamos como sociedad. Les compramos el cuento a los políticos. En Asia no piensan así, por eso ya están liderando el mundo, y en las próximas décadas el dominio será no solo aplastante sino humillante si los occidentales no reaccionamos. Si no entendemos que la competitividad está en la fórmula de talento + esfuerzo + inversión. Si falla algo en la ecuación habrá algún chino o indio que ya lo haga por ti más barato. En eso sí tienen la culpa los políticos, pero también nosotros de dejarnos. De aceptar sus políticas de educación pública paupérrima. De idiotizar a nuestros jóvenes. Pero claro, todo paso rápido y casi nada trasciende en la opinión pública.
Entre la memoria de pez que tiene la gente y la cara más dura que el cemento de los políticos se está quedando una democracia bastante mejorable. Como digo, la culpa no es solo de los políticos, es nuestra, por votarles, e incluso re-votarles.