El que en Colombia no tenga porqué salir a las calles a protestar, es porque no ve la cantidad de desigualdades que ya son parte del paisaje de esta esquina al norte de Suramérica. Reclamar es algo que debería enseñarse con mayor vehemencia en las escuelas y colegios, nuestras hijas e hijos deberían entender el valor de no ser tolerantes con las injusticias, aprender a debatir basados en argumentos y con el objetivo de buscar consensos, fomentando diálogos que permitan construir para todos y no para unos pocos.
Latinoamérica sufre de los mismos dolores de pobreza extrema y de décadas de gobiernos centralizados que olvidaron a sus regiones. Las nuevas generaciones han tomado conciencia de estas desigualdades y se empiezan a evidenciar mayores esfuerzos por cerrar brechas en educación, salud, infraestructura y generación de empleo, lamentablemente los huecos son tan grandes que subsanarlos tomará muchos años de inversiones constantes y por ende las soluciones no serán inmediatas. Pero eso que parece obvio, es precisamente lo que utiliza una nueva camada de pícaros para crucificar al Gobierno que no puede ofrecer respuestas a todo en uno o dos años. Esos falsos “líderes” alimentan el odio del pueblo y ponen trabas a las propuestas de avance, camuflados en discursos de lucha por la igualdad y la democracia, mintiendo y engañando.
Se organizan marchas y se proponen paros con un sinnúmero de intereses, buscando que en el camino los ánimos se calienten y se encuentran quienes están en contra de una reforma tributaria que aún no ha iniciado el debate que debe dar en el Congreso, con quienes piden que les revindiquen sus derechos como minoría. A las pocas cuadras se suman los que están en desacuerdo con el sistema de transporte y los que piden una mejor calidad de aire, también llegan los camioneros y los maestros, las comunidades LGBTIQ+, las distintas etnias, los indígenas, los que no quieren que se hagan más cuarentenas y los que necesitan que les pavimenten sus calles. Comienzan a llegar los que están buscando a sus desaparecidos y los que están indignados por los más de 1500 menores de edad que desaparecieron el año pasado. El caldo de cultivo perfecto es orquestado sin que estos adoloridos ciudadanos se hayan dado cuenta.
Entonces llega la mayor incoherencia de todas, citados para protestar, terminan destruyendo lo poco que tenemos y que ha tomado años para construir. Las inversiones requeridas para subsanar las destrucciones son altas y por lo general, las afectaciones son precisamente para quienes más se benefician de esa nueva infraestructura.
En masa ya no se sabe de quiénes son las ideas y sus reclamos, y con el paso de las horas los ánimos se van calentando. Justo en ese momento es cuando llega la policía que tiene el deber de cuidar y proteger, de hacer que las manifestaciones se mantengan en los sitios que han sido autorizados, pero la turba, que ya no sabe ni de quiénes son las manos y los pies, los ven como sus enemigos y entre tanta indignación contenida, el efecto es el mismo que el de una olla exprés y el vapor busca su camino hasta que estalla. Unos y otros se agreden perdiendo todos los papeles y sufriendo el odio en carne propia.
Lo que no sabe esa masa de gente, es que, desde cómodos rincones, esos que llamaron a las manifestaciones y levantaron sus voces para que se avive la protesta, están llenado las redes sociales de mensajes incendiarios, con el pretexto de que están apoyando a la gente. Como peones y carne de cañón, los que están en la calle son fichas de ese juego por desinformar y desestabilizar. Estos personajes son hoy un nuevo tipo de COVID, están contaminando a cuanta persona tocan. Sus ideas anti-establecimiento no tienen propuestas reales ni estructuradas, y pareciera que pocos están promoviendo medidas de prevención al contagio de este mal.
Es un momento en el que la ambigüedad es absoluta, nadie sabe a ciencia cierta lo que pasará en dos meses y cómo se verán las cosas el año entrante o el siguiente, pero lo cierto es que en este mundo de confusión, estamos todos llamados a tomar conciencia de lo que necesitamos hacer para que nuestros países no pierdan el norte. Hay que llamar a nuestros amigos, colaboradores y vecinos, para que busquemos las zonas comunes y dejemos de lado las posturas extremas, que normalmente no tienen argumentos sólidos. El bien común debe primar y esa puede ser la mejor cura para enfrentar a quienes quieren dividir, oscurecer y contagiar con su odio.
Protestemos más y mejor. Seamos reaccionarios y sigamos creando oportunidades, fomentando educación y construyendo diálogos. Denunciando a los corruptos a esos que roban en secreto, a los que no pagan impuestos y a los que usan sus redes para difundir odio. Dejemos de seguir a los que promueven la destrucción de las instituciones y quemar las reglas de juego para crear unas que solamente ellos conocen.
No dejemos que los actos de esta semana nos hagan desistir en creer que sí se puede hacer una Colombia diferente. Las incitaciones para quemar todo continuarán, pero es claro que tienen el objetivo de buscar hacer un ruido que confunda a la masa y le dé más visibilidad a esos corruptos y ladrones, por todos conocidos, que aspiran a las elecciones que vienen en 2022. Debemos cerrarles el paso, fortaleciendo la voz de quienes creemos en la democracia y en las instituciones.
Alfonso Castro Cid
Managing Partner
KREAB Colombia