Por: Andrea Nieto
Hay dos grandes impulsores de la vida: el amor y el miedo. El primero expande, abre oportunidades, rompe esquemas, es atrevido, se alegra y logra la empatía.
El segundo, contrae, encoge, disminuye y controla. La vida en general, se vive en la oscilación de estas dos emociones y sus derivadas.
Con la pandemia el sentimiento que hoy en día compartimos en el mundo entero es el miedo. Hay incertidumbre por el futuro. Miedo de perder el trabajo, de no tener qué come y no poder pagar el colegio de los niños.
Miedo a perder la familia, a que después de la cuarentena se produzca un divorcio. Miedo por estar solos, o lejos de nuestros seres queridos. Miedo por lo que dejamos de hacer o decir antes de quedar encerrados. Miedo a salir a la calle porque la inseguridad resultado de una bomba social, está empezando a emerger con violencia. Cada vez los atracos se reproducen en distintas zonas de las ciudades, la gente, no tiene qué comer y por eso roba.
Los policías tienen miedo. Y comenten graves equivocaciones, que alimentan el miedo de los ciudadanos que se rebelan con ira en contra de las arbitrariedades.
Llegó el virus y se declararon emergencias sanitarias alrededor del mundo. Los políticos tenían miedo de que se evidenciara que no había suficientes unidades de cuidados intensivos y que por ende no había como salvar a las personas que enfermaran.
Encerraron a los adultos mayores. El virus se ensañó en su contra, por su edad y sus enfermedades pre existentes, y los convirtió en la población más vulnerable a la muerte. Y en efecto miles han muerto. Pero ahora que no quieren seguir encerrados por miedo a la soledad, se rebelan y quieren salir a la calle. Le tienen más miedo a lidiar con sus recuerdos que a la muerte (parece).
A veces me pregunto, ¿qué hubiera pasado si el virus hubiera sido tan agresivo con los niños y miles hubieran muerto?. Tan solo escribirlo me da miedo.
Las mujeres en sus hogares tienen miedo de los golpes de sus parejas. Los niños temen la violencia que sus mamás y papás ejercen implacables, dizque para educarlos, mientras toda la familia permanece encerrada.
Los empresarios tienen miedo. Están perdiendo sus inversiones y muchos otros viendo sus negocios y emprendimientos morir. Por su parte, los trabajadores temen perder sus empleos y entrar en el círculo de la pobreza.
En Colombia se perdieron 5.4 millones de empleos en abril por cuenta del coronavirus. Al menos ese miedo ya es una realidad.
El virus ha puesto en evidencia la existencia de los miedos individuales y colectivos. El problema es que los políticos tan hábiles en el manejo de la narrativa del miedo y de las emociones de sus gobernados, terminan creando más miedos imaginarios a pesar de la trágica realidad. Hemos visto países gobernados por populismos que al principio dijeron que no había nada por qué temer y han enterrado a miles de ciudadanos a diario. Unos insisten en mantener a la gente encerrada y parecerían querer usar la cuarentena como un instrumento de poder. Otros le tienen más miedo al hambre y sus consecuencias y por eso promueven una apertura de la economía invocando la sensatez de las personas para que se protejan ellas mismas. Pero la paradoja es que unos por miedo se protegen y otros por ignorancia se rebelan, hacen caso omiso a la realidad, se van de fiesta, violan protocolos y contribuyen al crecimiento de los contagios y por ende de más miedo.
En medio de esta dinámica sorpresiva de miedo, nos toca buscar altas dosis del antídoto para curarnos del miedo: la valentía. Y como diría el Chapulín Colorado hacer todo lo posible para que “no panda el cúnico”, porque así como nuestros antepasados lograron sobreponerse y sobrevivir a otras pandemias, en esta oportunidad con miedo o sin él, tendremos que encontrar el camino para salir adelante.
Otras columnas de la autora