El ministerio y la ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación

Por: Jaime Acosta

 

 


Desde comienzos de los años 1990 algunos empezamos a insistir en la necesidad de crear este ministerio. Sin embargo, se fundaron otros, se repensaron algunos, pero no se creó el de ciencia y tecnología.

El argumento que se tenía era que la ciencia tuviera más status en la estructura del estado para que obtuviera más recursos y se convirtiera en factor clave para transformar la sociedad y la economía, articulada con la educación, la política de desarrollo productivo, y otros sectores estratégicos. Como no fue así, la ciencia y la tecnología es una flota de botes remando desde distintos sectores en distintas direcciones. No es un sistema potente que incida en las transformaciones estructurales de Colombia. La culpa la tienen dos actores:

Primero, la comunidad científica decía que lo importante no era el nombre ni su lugar en la estructura del estado, si no que Colciencias tuviera plata y estuviera arrimado a un buen árbol, por eso fue apéndice del Ministerio de Educación, luego de Planeación Nacional, y por último de la Presidencia de la República. Con ninguno le fue bien, salvo en períodos cortos donde los recursos fueron más, aunque no suficientes para que el sistema de investigación se consolidara.

Faltó realismo político y estratégico porque no hicieron del sector uno de los centros de las transformaciones de la nación. Sin ciencia no hay buena educación y un avanzado desarrollo productivo, social, sostenible, duradero y de largo plazo para transformar la economía, la sociedad y el estado.

Segundo, con la economía expuesta a la competencia internacional, disponer de un potente sistema de CTeI era una prioridad para construir una economía competitiva, sofisticada y diversificada, y una sociedad más inteligente, que escalara al aprendizaje y al desarrollo de sectores de alta tecnología que mejoraran la competitividad de sectores existentes y generara capacidades para desarrollar nuevas y sofisticadas actividades con las cuales elevar la productividad, que es negativa desde hace veinte años, por insuficiencias de las políticas de competitividad, de CTeI, infraestructura y restricciones en la política macroeconómica.

Entonces, tecnócratas, economistas neoliberales, empresarios y políticos, se equivocaron. Mandaron al país por mal camino, sin poderosos instrumentos de defensa y de inserción, pues no construyeron potentes capacidades industriales y de innovación para hacer una curva de aprendizaje que permitiera interiorizar marcos teóricos que desarrollaran la nación. Es decir, una ciencia ajena, con casos excepcionales de investigadores que han logrado patentes convertidas en productos, o innovaciones que han resuelto importantes problemas en salud, agricultura, y algo en la industria, pues el país solo invierte el 0.25% del PIB en I+D+i.

Entonces, en Colombia no se ha estudiado e investigado con más preocupación el papel de la tecnología en el desarrollo, desde Adam Smith hasta nuestros días. Hay un déficit teórico en las políticas públicas, en la academia y en las empresas, problema que el nuevo ministerio debe enfrentar articulado con la educación y los sectores clave de los sistemas productivos y sociales. Sin la construcción de conocimiento nuevo y pertinente no hay transformación, porque los procesos de aprendizaje desde la frontera del conocimiento solo es posible asimilarlos si se dispone de capacidades propias en investigación.

Relacionado lo anterior con el nombramiento de la doctora Mabel Torres, pienso lo siguiente a partir de una desafortunada columna de El Espectador que originó una serie de pronunciamientos en la línea del periódico. Esos pronunciamientos desnudaron a la Misión de Sabios, pues algunos de sus miembros ligados a la salud atacaron a la ministra, colega en la Misión, por desarrollos que ella hizo desde el conocimiento ancestral y su aplicación con ayuda de la ciencia moderna. La tildaron de falta de ética y rigor.

El conocimiento ancestral enriquecido por el conocimiento moderno, es parte de las recomendaciones de la Misión. Por lo tanto, el comportamiento de esos pocos sabios es desafortunado. Entonces, si se trata de ética y de protocolos, el primero es el de lealtad con el gobierno que los invitó, y luego está el respeto entre pares, para que la ética esté siempre al frente de la acción científica, dando los debates a su interior y luego sí hacerlos públicos. No voy a recabar en el tema porque la ministra ya respondió en una magnífica carta que habla muy bien de su carácter, ponderación e inteligencia.

Ahora bien, la industria farmacéutica siempre se opone a desarrollos que no vengan por la línea de sus intereses o iniciativas. Por ejemplo, palos a la rueda le ponen al cannabis para uso medicinal. Además, se han llevado de estos países toda la biodiversidad que les da la gana para sus laboratorios de investigación.

No pocas veces las farmacéuticas se han equivocado y sostenido medicamentos nocivos para la salud, hasta cuando los gobiernos intervienen para prohibirlos. No pocas veces lanzan al mercado medicamentos que no han alcanzado a cumplir toda la ruta de protocolos por razones de competencia, costos, o por la necesidad de sacar un medicamento porque la sociedad lo está necesitando ante el crecimiento acelerado de unas enfermedades. O cuando una farmacéutica compra a otra y el medicamento pasa de tener el precio de 1 peso a 30, 40 o 50 pesos. O ya vencidas las patentes los medicamentos conservan precios desmesurados, como ocurre en Colombia. Y tampoco hay retornos económicos al estado cuando este ha llevado grandes sumas de dineros públicos para hacer investigación básica que las farmacéuticas no hacen. Hay algunas manchas en la bata blanca de un sector que ha logrado asombrosos avances en medicamentos y en tecnología para bien de la humanidad. El respeto a unos valores ancestrales es parte de la tarea de la ciencia para generar conocimiento y los productos que de esa investigación resulten.

Los detractores se equivocaron: no aceptan nuevas rutas que se vienen abriendo desde hace mucho tiempo en el progreso científico y tecnológico; y porque no se valora algo que me parece maravilloso: una mujer, que sin disponer de los recursos con que cuentan los detractores desde Bogotá, haya llegado a donde ella está. Envidia grande porque se creían con el derecho de ser los primeros ministros de ciencia y tecnología. Y bastante de racismo en esta sociedad de la inequidad, discriminación e injusticia social. No soy afrodescendiente pero me siento orgulloso que una mujer de esa raza sea ministra, porque viene de esa Colombia profunda, olvidada y violentada. Mientras los paramilitares visitaban a Bojayá, en Bogotá se pensaba en tumbarla.

Si Colombia quiere aportar desde su dotación de factores y desde su realidad a la ciencia y a la tecnología en el mundo, tiene que encontrar nuevas modalidades de hacer investigación, que sin desconocer los protocolos internacionales construyan metodologías propias para hacer desarrollos inéditos, innovadores, disruptivos y rigurosos desde sus capacidades endógenas. Así lo han hecho los países avanzados y los países emergentes, porque es la única manera de superar el atraso y la dependencia.

La ministra también es emprendedora, y buen ejemplo para los investigadores del país. ¿Cuántos spin off (proyectos innovadores derivados de la investigación) y start ups (nuevas empresas creadas desde la investigación) han creado los detractores? Creo que pocos porque el país tiene una ley de spin offs que no ha sido reglamentada pues equivocadamente creía Colciencias que el marco estaba dado y que de ahí era tarea de las universidades. Error, es otra tarea inmediata del ministerio, reglamentar esa ley (que debe incluir las start ups de lo contrario queda coja), porque es necesaria para potenciar capacidades en innovación que contribuya a elevar la productividad, reglamentar los distritos y los parques tecnológicos, impulsar el emprendimiento, y gran aporte para llegar en el 2030 al 1.5% del PIB en CTeI, lo cual es posible si el país hace lo que recomienda la Misión: duplicar la participación del PIB agrícola y del PIB industrial en los próximos 10 años.

Si este gobierno logra llevar la inversión al 0.50 del PIB, habrá realizado una gran cosa. Esos saltos no son fáciles y rápidos y menos en países desindustrializados como Colombia.

Cuando llegue al 1.5% del PIB habrán sucedido varias cosas: un país en Paz, el narcotráfico una actividad residual, las exportaciones con la canasta transformada, y distribuidos por todo el país centros de investigación y de innovación.

Soy opositor al gobierno, pero reconozco que nombró como ministra a una científica y emprendedora de enorme coherencia con sus ancestros, con su formación científica, y su amor y compromiso con el mayor patrimonio de Colombia, su inmensa y extraordinaria biodiversidad.