Dejen que les eche un cuento: al año de instalarnos en Alemania, cuando el mediano de mis hijos ya sabía más alemán que su padre y que yo (eso no ha cambiado) me preguntó un día que por qué yo no le decía que era el mejor niño de la clase, o del mundo (ambicioso mi mediano); “la madre de Luis se lo dice”, me dijo convencido de que yo no le quería lo suficiente. No tuve que pensar la respuesta. Le solté sin anestesia, como si se tratara del adolescente que hoy es, pero acuclillada a su altura, el siguiente sermón: “mi vida, si te dijera que eres el mejor de la clase, o del mundo, te estaría mintiendo. No lo eres y además no espero que lo seas. Quiero que seas bueno con tus amigos, que seas bueno en casa, que ayudes y quieras a tus hermanos, que estudies cada día y aprendas y que lo hagas todo y siempre por ser el mejor, aunque no lo consigas. Para mi eres el mejor hijo mediano que tengo”. Le di un beso. Ya no recuerdo si le convenció o no. Pero yo me quedé muy tranquila.
Yo le hablaba con la cabeza a su corazón. Explicándole que no son los éxitos, sino la bondad lo que me importa. Que nadie le recordará por las notas que saque, pero él sí valorará el esfuerzo que puso en una asignatura, o que los amigos le querrán porque él se preocupa por ellos.
Violencia infantil
Constantemente recibimos mensajes en los que se impone una falsa felicidad, o si no falsa, tan fugaz que hay que volver a llenar el vacío que deja, creando así un estado de ansia, de insatisfacción, que poco a poco puede llegar a ser total. Niños (de 9 a 12), adolescentes y jóvenes, sufren esa paradoja constante y nosotros como adultos, o no sabemos cómo pararlo, o no tenemos fuerzas, o simplemente estamos igual de insatisfechos o perdidos. Agresiones, situaciones de desamparo, abusos, vacío existencial, depresión, crisis familiares… Todo suma a estas edades para caer en un fundido a negro. A los niños y a los jóvenes les afecta la salud mental de la misma manera que a los adultos.
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Hace pocos días leí en los periódicos las alarmantes cifras de suicidio juvenil, 46.000 jóvenes al año deciden quitarse la vida en el mundo. Lo hacen, según los expertos, para dejar de sufrir, pero no hay una causa concreta atribuible al suicidio de un joven. Es la última salida a un sufrimiento del que no saben poner fin. Olympe, la Youtuber francesa de 23 años, ya tiene cita en Bélgica para someterse a un suicidio asistido y a mí se me ponen los pelos de punta de que esto sea posible y peor aún, de que nadie sea capaz de hacer ver a Olympe que su vida vale una infinidad, incluso sufriendo. ¿De verdad nadie a su alrededor es capaz de darle motivos para vivir, dar un sentido real y valioso a una joven que con más de 200.000 seguidores decide poner fin a su vida con cita previa? Dice UNICEF que el suicidio es la quinta causa de muerte infantil en el mundo. Las cifras van in crescendo en Colombia, con una tasa del 10% en 2015, y aun así es menor que en Europa o Norteamérica. ¡Qué triste! ¿Y qué hacen los gobiernos?
Valor de la muerte
A diferencia de Colombia en España no hay un Plan General de Prevención del Suicidio. No hay presupuestos para apostar por la vida en ninguna de sus fases; ni desde la concepción, ni la prevención del suicidio en la juventud, ni en la enfermedad al final de la vida. La muerte es más barata y no genera gasto público o genera muy poco.
No tengo la varita mágica para erradicar esta lacra social que se lleva cada año a miles de jóvenes, pero como sociedad deberíamos desarrollar las armas que los expertos en este tema dan como más eficaces: optimismo, esperanza, motivos y esfuerzo. Optimismo, para centrarnos en lo positivo y en lo bueno que cada día tenemos. No es fácil, pero el optimismo se entrena. Esperanza, para afrontar las situaciones que nos tocan vivir y no podemos cambiar, infundir esperanza es clave para lograr el fin, que nos proponemos. Motivos porque son la razón para seguir adelante, para poner empeño. Esfuerzo porque la vida no es otra cosa que un camino lleno de tropiezos. A veces te tambaleas, otras caes, otras descansas, cada uno tiene una meta a la que llegar y para ello hay que hacer el esfuerzo de ponerse en marcha cada vez. Toni Nadal, entrenador de Rafa hasta 2017, decía esta semana en el diario La Razón, de España, que el “esfuerzo es el verdadero talento, lo que da sentido a la vida”.
Armonía social
Yo a estas armas añado, además, la coherencia. Creo que es básico para la salud mental o el equilibrio que haya una armonía en lo social, lo familiar y lo personal. Así como entre lo que se piensa y cómo se actúa. He comprobado que cuando hay coherencia, las personas se desarrollan de un modo más equilibrado. Tal vez, eso sea lo que falta en este país de acogida… (póngale un tono de ironía)
Claro que nadie está libre de la desgracia, de la tristeza, de la depresión, de la muerte… pero todos tenemos la capacidad de pedir ayuda y, lo que es más importante, de ayudar y ser el medio por el cual se acuda a un profesional y empezar a sanar.