Quedan pocos días para terminar el primer mes del año 2023, y aunque todavía se observan restos de optimismo por la llegada de un nuevo tiempo, las cosas en Colombia parecen ir por el mismo sendero que traía el año viejo. Ni la economía, ni el orden público, tampoco el talante del nuevo gobierno, ni mucho menos el clima, le dan tregua a los anhelos de cambio que el país espera.
Uno de los aspectos de conversación recurrente es el constante aumento a los productos de la canasta familiar. Algunos productos como las cebollas, la papa, el tomate y alimentos lácteos han tenido alzas arriba del 60% en los primeros días del año. La tendencia inflacionaria continúa creciendo sin respuesta alguna o medidas específicas por parte del Gobierno. Hoy nadie controla el precio de los productos en el mercado, ni mucho menos hay conversaciones aterrizadas al respecto. Además, no cabe duda de que esto será un detonante que aumentará las cifras de pobreza y desnutrición en menores, que reveló recientemente el Instituto Nacional de Salud (INS).
No menos preocupante es la situación climática. El tiempo de inicio de este año ha sido de lejos el más atípico en los últimos 30 años que se recuerde en el país. La concentración de lluvias con alta intensidad ha empeorado la situación en regiones como la Orinoquía y Amazonía. Hoy los estragos que le deja el clima a la infraestructura vial del país traerán atrasos e inversiones que de seguro no estaban contempladas dentro del gasto público. Sin embargo, esto no parece revertir la poca conciencia colectiva que existe frente a las medidas que individual y colectivamente se deben afrontar para afrontar los efectos en la afectación de los ciclos climáticos.
Y, por si fuera poco, el desgaste que le producen los grupos armados ilegales al Estado parece un zaga de terror. Vamos de proceso en proceso, de disidencias a nuevas disidencias, de un capo a otro: el crimen organizado no deja de acaparar la atención de muchos sectores del país. Por ejemplo, ahora mismo el ELN está haciendo méritos para ser el antagonista principal del Gobierno de Gustavo Petro. Con esto la paz seguirá siendo un concepto difuso, lejano y deslegitimado.
Eso sí, cabe advertir que estos problemas, no aparecieron en el último año, tienen años de historia. Sería poco razonable decir que llegaron con el cambio de administración, pero eso no les quita la responsabilidad a quienes hoy lideran la institucionalidad, para que le hablen de frente al país y no alimenten falsas expectativas que al final dejarán una enorme depresión colectiva. Es tiempo de hablar como gobernantes y no como candidatos.
Es cierto que la motivación es una condición individual y que cada uno debe buscar los mecanismos para mantenerla arriba, pero con estas perspectivas hasta al más optimista de los colombianos le entra su dosis de frustración. Sin olvidar que el entorno juega un papel clave para que el ánimo colectivo le apunte al propósito de asegurar el desarrollo social.
Por eso, presidente ¿qué tal si deja de mencionar la emergencia económica cada vez que afronta alguna adversidad? ¿Por qué no le pide prudencia y coherencia a algunos de sus funcionarios en decisiones que alteran las condiciones económicas y sociales del país? ¿Qué tal si asiste a menos foros internacionales y se compromete más con los eventos y los sectores que el país requiere ahora? Estas son preguntas que muchos ya se hacen con preocupación, en un momento en que la lluvia y las nubes parecen llevarse los vientos de ese cambio que muchos queremos y creímos.