La derecha dura del establecimiento político colombiano, la rancia y la recién llegada, no solo destila odio contra Gustavo Petro. La narrativa anticomunista la extienden hacia todo el campo de la izquierda y de la centroizquierda para ocultar lo que realmente motiva su visceralidad: un pavor a la alternancia política de verdad. Dicho de otra manera, la cruzada en la que están empeñados no es contra Petro, es contra la posibilidad de que en Colombia vuelvan a ocupar el poder presidencial fuerzas políticas que representen opciones distintas a las tradicionales y que consoliden la ruptura de la sempiterna y pre moderna “democracia rotativa” entre las mismas familias de las elites y clanes familiares, que han impuesto por décadas desde el excluyente pacto del frente nacional.
Este pavor sectario acaba de quedar demostrado con el hundimiento de la reforma a la salud del gobierno Petro en la comisión séptima del Senado de la República. Que reitera el trámite tortuoso del paquete legislativo que el gobierno nacional puso a consideración del Congreso de la República. La oposición rabiosa a los cambios sociales ha derivado en un pretendido bloqueo institucional que busca obstruir la gobernabilidad del presidente y sabotear la agenda gubernativa para instalar en el imaginario colectivo la idea de unas izquierdas incompetentes y polarizantes, y que nadie distinto a ellos puede gobernar. Quieren extender un manto de olvido a las exclusiones, desigualdades, violencias y criminalidades que han dejado como vergonzoso legado en su monopolio del poder político. Ahora les cantan loas a los sectores mas del centro político que estuvieron en el gabinete de Petro, cuando hace poco los descalificaban por mamertos sesenteros. Y se quejan porque el Presidente hace uso de sus facultades para gobernar, para sortear el cerco legislativo de la derecha.
Esta derecha sectaria y huérfana transitoria del poder, se niegan a un consenso básico en la ciencia política contemporánea: que la alternancia y el relevo es una condición necesaria, aunque insuficiente, de toda democracia de calidad. Se acostumbraron a la rotación del poder entre ellos mismos mediante mecanismos que sofisticaron en el pacto del frente nacional que repartió en partes iguales el poder entre las dirigencias del partido liberal y conservador. Repartija pactada por 16 años pero que se extendió hasta la constituyente del 91. Y del 91 al 2022 se reinventaron en “nuevos partidos” como la U, Cambio Radical o el Centro Democrático para seguir controlando a su antojo el aparato público, incluyendo las altas cortes en donde hasta hace muy poco se preguntaba a quién aspirara ser magistrado si era liberal o conservador.
La llegada de Gustavo Petro a la Presidencia de la República, con el poder que ello otorga en un régimen presidencialista, tiene el doble significado de una verdadera transición hacia el posconflicto y de la llegada por fin de la alternancia en el poder. Que un exguerrillero del M19, el movimiento armado más audaz y heterodoxo de los que se alzaron contra el bipartidismo en los últimos 50 años, ganara la presidencia entraña el mensaje de que la disputa política puede hacerse en Colombia sin el recurso de las armas. Y que una convergencia liderara por todas las expresiones de las izquierdas y encarnada por uno de sus caracterizados dirigentes como Petro llegara al Palacio de Nariño, representa un relevo que promete nuevas manos, intereses, valores, enfoques y temas en la agenda pública.
Quizás una buena respuesta para quienes destilan odio en redes o en los escenarios de debate político sea, parafraseando al Bill Clinton de la campaña presidencial estadounidense de 1992, que el problema para nuestra derecha obtusa no es Petro, es la alternancia, estúpido.