En el colegio tuve un profesor de física, cuya manera de dirigirse a las alumnas (era femenino y de monjas) dejaba mucho que desear. Se pegaba apuntes del estilo: “Y como dijo mi compadre Diomedes Díaz: les dejo ahí” –cuando terminaba la clase–, o “después, al final del periodo es cuando vienen los ‘ayayais’” –cuando en los primeros quizes a todo el salón le iba mal y venían las recriminaciones…–; en últimas el tipo era un guarro y siendo sinceros: aprender sobre el movimiento uniforme o el movimiento acelerado no me ha servido para nada en esta vida.
Hablemos entonces de esas personas que aparecen en el camino de uno y que, desde un punto de vista, tienen algún grado de afectación. Esos personajes de los que uno solo puede pensar: ¿cómo está donde está?, ¿cómo diablos voló tan alto si es un perfecto patán?, ¿cómo siendo tan poco brillante, con tan poco ‘don de gentes’ y con tantos defectos es jefe(a), dueño(a), director(a), gerente, novio(a), amante, esposo(a)?, ¿cómo diablos ‘se creció el enano’ y no me di cuenta?, o (este es un clásico): ¿cómo le di ventaja a esta situación, ya no tengo cómo ajustarla y ahora este personaje cuenta con un ‘yo’ que no soy ‘yo’?
¿Les ha pasado no? La respuesta o, mejor aún, la solución siempre la hemos tenido en nuestras manos. Si se trata del mundo laboral hay que pensar siempre más allá. Operar con la ‘malicia indígena’ (como diría mi papá) y blindarse de cualquier movimiento. Ser un estratega por excelencia y, desafortunadamente, no partir de la buena fe del otro. Todos sabemos que ese sí que es un terreno hostil, un campo de batalla en el que solo el más hábil se sostiene. Y escribo el verbo sostener, porque siempre es muy fácil entrar, mucho más fácil salir, pero perdurar y ascender en un empleo es realmente una carrera de obstáculos, plagada de personajes del estilo de mi profesor de física (“…de cuyo nombre no quiero acordarme”).
La psiquis de estos personajes merece un estudio entero, un libro. Ni siquiera un número plural de estas columnas alcanzaría a describirlos. Yo me he encontrado a unas ‘perlas’… que hoy suman denuncias detalladamente documentadas en el Ministerio de la Protección Social por ‘acoso laboral’ (u otros delitos) y ahí siguen, como si nada, ostentando cargos importantes con salarios destacados y no les pasa nada. ¡Tienen una jodida suerte! Y no hablo de los hombres exclusivamente. De hecho, con el perdón que me merece mi género, las mujeres son más implacables, más competitivas, más castigadoras, más soberbias y cuando se trata de ganar: lo hacen a toda costa, pasando por encima del que sea. Sin un ápice de escrúpulos o arrepentimientos. Es como si ellas y ellos se untaran de aceite y toda esa carga emocional de sus pares, colaboradores e incluso de sus superiores no importara. Pasan sin pena ni gloria y siguen ahí: impolutos. Dar resultados se convirtió en el argumento irrefutable en el que la política del ‘todo vale’ impera.
Y ya cruzando a un plano más personal, en las relaciones humanas pasa todo el tiempo. Uno permite que esos personajes tóxicos y ‘poca lucha’ se instalen. Pecamos por exceso y no por defecto. Me refiero a que nosotros mismos permitimos que esa persona haga raíces, aún sabiendo que es la equivocada. Esa pésima obra de teatro que interpretó Amparo Grisales cobra todo el sentido: ‘No seré feliz pero tengo marido’: la gente prefiere estar con alguien que no los hace felices, de quien no sienten ningún grado de admiración, con quien no van para ningún lado, solo por el hecho de decir: “tengo pareja”, “estoy con alguien”. Somos unos completos ‘Want to be’.
Tengo amigos, conocidos y hasta ex quienes –para empezar– llevan una vida sexual inerte, esa persona no les da nada, son cajeros automáticos (¡y lo saben!), han sido y están siendo chantajeados emocionalmente. Esos personajes (las parejas) son tan manipuladores que recrean en el otro un ‘pajazo mental’ nocivo y desgarrador y así las víctimas resultan autoincriminándose y autosaboteándose. La patología resultante es una falta de amor propio que me resulta sencillamente repulsiva.
Por todo lo anterior, me autoproclamo cero tolerante a las personas que simpatizan con el desamor. Que se reducen y se conforman. Que son afecto a la desgana. Que desconocen su grandeza. Que caminan entre el fango y se adaptan y que no suben la mirada. No soporto a quienes se niegan a buscar ayuda por el “¿Qué dirán?”, esos que se lambisconean en su propio pesar. No, señores y señoras, por ahí no es. Es más valiente aquel que reivindica sus derechos con buen trabajo y profesionalismo, aspirando siempre a la genialidad. Las personas ganadoras, aunque anónimas, siempre salen a la luz: no quieran ser brisa suave cuando nacieron para ser tormenta.
Y a los que se sienten identificados con estas líneas y están asfixiados entre la traición de su propio corazón, a ustedes cuyo sentir silencioso no les da paz: acudan a un especialista. Los amigos no somos los indicados, tampoco la familia, para eso existen personas profesionales que son una verdadera guía. A los temores y a los fantasmas no hay que huirles, hay que enfrentarlos y, a veces, hay que convivir con ellos pero jamás cediendo el poder de quienes somos.