No sean grinch, la opinión de Almudena González Barreda

Ya casi acaba el año y celebramos la Navidad, que no son unas fiestas sin más, ni las compras, ni los regalos, ni juntarse con familia, ni viajar a las raíces. La Navidad no es la luz que la acompaña, ni el árbol que se decora. La Navidad es mucho más, es la celebración del nacimiento de Dios en la Tierra.

Pueden dejar de leer si intuyen que este artículo que les escribo a las puertas de una de las fiestas más grandes de la cristiandad les supera o se hace tedioso. Sentía la necesidad de recordar de algún modo que el foco de estas fiestas tan alegres, entrañables y arraigadas a cada uno de nosotros está en Belén. El de entonces: pobre, oscuro, frío, improvisado. Y también en ese otro Belén, que se quedó para siempre en la Tierra que es el sagrario. Ahí, para los cristianos, está Dios más presente que en ningún otro sitio.

Se vienen pareados

Medio mundo lo ignora. El otro medio lo celebra.

Unos lo viven en verano, gozándose la fiesta.

Otros en invierno, gozándola a su manera.

Yo estoy en las que lo goza a su manera;

mi casa huele a abeto, a vela y a leña,

que crepita de sábado a sábado, de la chimenea.

He sacado el pesebre y lo he decorado a lo bestia.

No quiero que el Niño siga naciendo entre tanta pobreza.

No en mi casa, no a mis puertas. 

Hay quien pierde la vida haciendo cola en alguna tienda,

los hay quienes ponen sus esperanzas en el billete de lotería que juegan,

quienes ya no creen en la suerte, los que van de cena en cena,

los que no tienen nada y, los hay que sabiendo que la vida se les acaba,

albergan ahora más esperanza que cuando la vida se les rebosaba.

Hay gente sin esperanza que lejos de celebrar,

reniega y les miro con pena, pensado ¡qué vidas más feas!

Pues no hay nada peor que no alegrarse de la alegría ajena.

Aunque sea por contagio, la Navidad se celebra.

Porque es cultura, raíz y sobre todo creencia.

El Grinch y el sentido de la Navidad

Y escrito esto les anuncio que hay mucho Grinch suelto. Muchos que han perdido el sentido de estas fechas, que se pierden en las pequeñeces o en las colas de los grandes almacenes, o en las políticas de turno. Ahí, abundan.

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Yo estas fechas intentaré no ver mucho los noticieros, ni escuchar la radio. Después del sorteo de Navidad (no hay nada más ilusionante que esperar que le toque a uno o saber que le ha tocado a alguien cercano) dudo que vuelva a encender un medio de comunicación hasta la víspera de Reyes Magos, para ver la cabalgata. No quiero toparme con cenizos que me amarguen estas fechas. Romperé mi tradición de tomarme las uvas con La 1, no vaya a ser que me atragante con los presentadores de turno.  Aunque bien pensado…  muero de curiosidad por saber si la futbolista española más polémica, Yeni Hermoso, hace guiños al glamour y la elegancia sensual, que a todas nos encanta salvo a las de morado, que lo considerarán patriarcado.

No me sean Grinch y eviten lo feo de este mundo: el pensamiento morado. Apuesten por el glamour, el brillo, la luz, la elegancia, la alegría y la vida.

La cursilada del político de turno

Dicen en la Unión Europea que no felicitemos la Navidad, que felicitemos las fiestas. A mí me parece cursi, falso, hortera. Dicen que por no ofender a otro en sus creencias. No conozco a nadie que le ofenda, pero si existiera esa afrenta desvelaría más el complejo del ofendido por estar en minoría, en otra cultura, con otras creencias.

Cuando la política se mete en estos lodos no muestra más que el desapego que con mayor frecuencia y descaro nuestros políticos muestran hacia las raíces judeo-cristianas de Europa. No se han dado cuenta, o peor, tal vez quieran destruirlas, de que Europa es lo que es y como es debido a la historia y las profundas creencias sobre la que se han ido formando los países que la conforman. ¿Qué otra región del mundo teniendo tanto en común (nuestras raíces y tanto que nos separa culturalmente somos opuestos) ha sido capaz de organizarse y funcionar como un todo? Con sus más y sus menos, pero… qué ridícula se está poniendo Europa, felicitando las fiestas. ¡Feliz Navidad, carajo!, como diría Milei.

Igualmente, ridículos son los políticos que promueven este cambio de lenguaje además de horteras. Ellos son mismos que hablan de seres menstruantes; para incluir a los hombres trans, de salud reproductiva; cuando realmente hablan de aborto, de  racismo; cuando sólo son prejuicios por procedencia, de patriarcado; cuando hablan de cultura tradicional, de todas las fobias; para seguir marcando complejos personales, que nada tienen que ver con la falta de igualdad, de muerte digna; cuando quieren legalizar matar al enfermo, al triste o como ahora ha anunciado Trudeau, el Primer Ministro de Canadá, al que ya está cansado de vivir. ¡Qué pena!

Es que en todo esto veo mucho argumento con el que Theodor Seuss, padre del Grinch, habría creado infinitos comics. ¿No creen? Porque ninguno de esos conceptos tergiversados y malvados guarda el más mínimo aliento de vida y alegría.

Repasa el primer cuento de Navidad

Déjenme que les dé un consejo para que ni las prisas, ni las compras, ni la política, ni las gastaderas de estas fechas nos empañen el foco de lo verdaderamente importante de estas fiestas. No se dejen engañar por el marketing de las tiendas, no hay necesidad más grande que saciar los anhelos del alma y esos, amigos, no están a la venta. Ni hay que ser un gran místico, ni siquiera ir de profeta, basta ser como los niños, los pastores o tan sencillos como una oveja, y dejarse acariciar por la grandeza que alberga la pequeñez que ese Niño de barro, del pesebre, representa.

Les invito a tomar al Niño en brazos, colmarlo de besos y repasar con él, en forma de cuento, los Evangelios: “Érase una vez, un Dios que se hizo Niño… y todo lo hizo por mí”. Así podría comenzar y acabar cada uno su cuento de Navidad, esa primera historia que nace en Belén y acaba 33 años después en un árbol de vida que es la cruz del cristiano.

Obvio que hay quién también celebra fiestas y lo hace quitando a Dios de la ecuación, pero sus anhelos, como dice el tema de Íñigo Quintero, vienen de lo alto; es el poder que nos han dado desde el cielo. Y al joven Íñigo no le falta ni una pizca de razón.

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