Para nadie es un secreto que en Colombia tenemos muchas tareas por realizar para cerrar las brechas sociales y que realmente el país dé un salto significativo hacia el desarrollo. De ellas hablamos de manera constante y las adornamos con exquisitos adjetivos para sonar importantes o ilustrados, pero en el fondo son simples declaraciones que no pasan de ser un “elegante” discurso que normalmente se escribe con visión de ombligo, es decir, para quedar bien con nosotros mismos o con los de nuestro mismo círculo, pero que ignora al otro y desconoce la realidad externa.
A esta cruel realidad, que se ha hecho aún más evidente en medio de la convulsionada situación que atraviesa el país, es importante sumarle el rol que ha jugado nuestra falta de solidaridad social. Nuestros hogares se han encargado de replicar una vieja cultura que, creería yo viene de la época de la colonia, en donde el valor de una persona no se determina por sus capacidades sino por el color de su piel, lo claro de sus ojos, el dinero o las tierras que posee, su orientación religiosa, política o social; o los objetos que atesora y más recientemente.
Nos quedamos históricamente quietos en el concepto errado de “tú vales por las cosas que tienes” y olvidamos en el camino que todos valemos lo mismo. Tan seria es la cosa que además creamos una curiosa escala para nombrarnos, nos “estratificamos” y lo hicimos con gran especificidad del uno al seis (1 lo mínimo, 6 lo máximo). Lo que se creó como un instrumento técnico para identificar el nivel de ingresos de una familia o su capacidad de pago para el acceso a bienes o servicios, se convirtió en una ruta para afinar el ojo y determinar quién se hace merecedor de cuáles derechos y a quién le aplican ciertos deberes. Traducido a las bien conocidas “miradas de tía”: quién tiene derecho a comer en la mesa principal o tiene que comer solo en un rincón de la cocina (bueno en donde llega a haber comedor y cocina).
Lo absurdo de esta condición, que lamentablemente debo reconocer muchos tenemos marcada en nuestros cerebros, es que buscamos estos parámetros mentales de estratificación a donde quiera que vayamos y la aplicamos para todo en la vida. Es decir, mantenemos vigentes los más tontos estereotipos de raza y condición socioeconómica que han prevalecido por décadas y lustros, y que lo único que logran es generar más exclusión social y detener nuestro desarrollo.
Queremos ser como esos grandes referentes de sociedades de avanzada con derechos por igual para todos, pero seguimos valorando a la gente del 1 al 6, y si llegamos a sentirnos 4 o vernos como 5, ya todo lo que esté por debajo de ese rango sentimos que tenemos el derecho de pisotearlo, tratarlo mal y demandar respeto constante.
Es una asignatura que tenemos pendiente como sociedad y lo más terrible es que hemos dejado que el concepto errado se imprima de manera perfecta en el entramado social. Tristemente se encuentran, y no de manera escasa, miles de personas que genuinamente se creen con el derecho de maltratar al que gana menos o tiene un trabajo puramente operativo. Peor aún y profundamente más preocupante, es que siguen existiendo aquellos que consideran justo el trato que reciben, por el estrato que ocupan…
La mentalidad de esa paquidérmica colonia parece una enfermedad propagada no solamente en Colombia sino por toda América Latina, en donde muchos buscan alejarse de sus raíces locales, para tener de dónde agarrarse y salir de la “chusma”. No queremos ser estrato 1, todo lo malo pasa ahí, huele mal, es triste, gris, sórdido, ignorante, carente de oportunidades y fuertemente olvidado. Es feo y nada bueno sale de ahí. ¡Ufff! que error tan grande, nos olvidamos de resolver profundas brechas y luego simplemente las empacamos en la estratificación, le pusimos un moñito y desde ahí continuamos jugando a ignorar que eso estaba sobre la mesa y seguía creciendo.
Los últimos meses, nos han demostrado que tenemos que transformarnos en una sociedad más equitativa, pero esto tiene que empezar por reconocer al otro por su valor como ser humano independientemente del estrato socioeconómico que ostente. Un camino largo y muy complejo nos espera, y es un grandísimo error dejarnos confundir por una guerra de clases, cuando el trabajo tiene que estar precisamente orientado en reconocer la humanidad que nos une y que debe ser el motor para cohesionarnos.
Alfonso Castro Cid
Managing Partner
KREAB Colombia