La ciudad desde la que les escribo descansa en una llanura con ciertas ondulaciones, suaves, ligeras, poco empinadas. Sobre ellas se levantan casitas de tejados rojizos, otros negruzcos, algunos mohosos… la mayoría picudos, con ventanas bien aisladas, de esas que se abren de par en par, aunque otros, los más modernos, tienen ventanas de oscilan sobre un eje al abrirse.
Las casitas son de ladrillo rojo, marrón, blanco pintado y algunas también son de color blanco sin más… En el centro de la sinuosa llanura se alza una iglesia de campanario con tejas de pizarra rematado en una bola dorada con una aguja rematada en veleta.
Entre medias de las casas corretean las calles, que se adivinan desde lejos, y remarcando el paisaje; frondosos árboles de copas grandes y verdes en todas sus tonalidades, rojos que marronean y marrones que amarillean porque la estación está cambiando y hay cosas que ni los poderosos pueden modificar.
Las afueras vienen marcadas por las lindes de madera y alambre de espino, allí descansan las ovejas, los caballos de tiro, algún burro de cuatro patas -los de dos caminan por sus plazas- y vacas bien gordas y panchas, como los niños del pueblo, que juegan en la plaza y bajan al río, a ver si encuentran algo de lo que se les ha perdido.
Este podría ser mi ciudad, y en cada colinilla, descansan sus pueblos, cada uno parecido al anterior, de lejos, iguales. Visto así, maravillosos. Cuando uno se adentra, empieza a ver los desperfectos y los desengaños. Las ratillas que se esconden a la vera de la cascada del río, la basura que sólo se recoge cada 15 días y acaba oliendo en los días de calor porque se acumula en las aceras, dejando la suciedad de cada uno al descubierto. Los adoquines rotos. Los locales vacíos. El imponente hospital, ahora sin servicio, esperando nuevos inquilinos… Desolador mi pueblo, como el mío quizá también el tuyo y el de aquél.
No soy de las que piensa que para ver lo bonito, lo bueno, lo sublime de la vida haya que vivir distanciado, no. Pero es bueno y creo que hasta deseable distanciarse para no perder esa visión tan majestuosa que tiene la vida en su conjunto. Para no caer en el pesimismo social, en la queja constante, en la envidia del que solo ve lo que tiene el de al lado y es mejor que lo que tiene él y se olvida de lo que tienen en común, de la belleza y lo grandiosa que es la vida.
Cuando uno no toma distancia, no sale de sí mismo, del problema, de la zona de conflicto y corre el riesgo de radicalizarse y pensar que todo está fatal. Esta semana se publicaba el barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) y dejaba al descubierto que la principal preocupación de la población es la inmigración, seguida de los problemas políticos en general, el paro, la crisis económica, las desigualdades, la vivienda…
Así por ejemplo el que sólo ve un problema en la inmigración ilegal la rechazará y se perderá parte del potencial que pueda haber en los que llegan y no solucionará el problema real que se esconde tras toda situación de ilegalidad; la pobreza. Pues es esa y no otra la causa del aumento de la delincuencia, que es lo que preocupa. No es tanto el quien hace sino lo que hace. Ya sabemos que las encuestas del CIS salen fabricadas, manipuladas.
Y podríamos mirar todos y cada uno de los problemas sociales que acechan a España y Europa: los problemas políticos, básicamente fruto de la falta de coherencia, de ética y de moral de la clase política de hoy, hombres y mujeres sin fundamentos que lejos de solucionar provocan problemas que acaban afectándonos al resto. También se habla de la falta de vivienda -hacen falta más de 670.000 viviendas en las grandes ciudades como Berlín, Stuttgart, Múnich, Fráncfort y Colonia, los intereses altos, los precios elevados y la carestía de los materiales hacen que sea poco menos que imposible encontrar vivienda- y miramos el problema con cierta perspectiva… tal vez si se hicieran políticas que fueran a reforzar los vínculos familiares, en lugar de facilitar las separaciones, la necesidad de vivienda se vería reducida en algunos cientos. Pues Alemania tiene uno de los índices de separación y divorcio más altos de la UE, el 1,70% en 2021, o lo que es lo mismo, 142.751 divorcios. Siendo el tercero a nivel mundial, después de Estados Unidos y Rusia. Pero España o Francia no andan mal de lo mismo ¿No sería más bonito reforzar los vínculos familiares, invertir en formar familias unidas y reducir así el volumen de necesidad de vivienda?
El paro, de momento preocupa poco al país germano. Guste o no, Alemania aún tiene un sistema de educación y formación profesional que va proveyendo trabajadores en todos los sectores de la sociedad. De modo que no hay carretilleros licenciados en derecho, puede que estén estudiando, pero no titulados. Ellos, los titulados, son minoría y lo que escasea es la cualificación. Aunque la tendencia está cambiando y cada año entran más alumnos a las universidades, en torno al 55% en 2023, cuando en 2005 sólo el 37% quería tener estudios universitarios. Lo que sí está claro es que si se trata de revertir el paro juvenil tal vez la solución no esté en las grandes ciudades y en las grandes carreras universitarias. Tal vez la solución pase por volver al trabajo manual; carpinteros, fontaneros, electricistas, fresadores, conductores, mecánicos… Mucho más cansado y laborioso, menos cosmopolita y con posibilidades de emprendimiento en el entorno rural, aquí en Alemania más dinamizado y poblado, pero igual de gratificante y digno que el trabajo intelectual. En España tal vez funcionaría descongestionar las ciudades y dinamizar así ciertas zonas rurales, hoy abandonadas o casi en abandono. Pero para ello se necesitan recursos, inversiones, factorías y sobre todo, voluntad política y salir de la rutina, de la bola de hámster en la que andamos metidos, y probar nuevos modos para no seguir enfrascados en lo mismo de siempre y descubrir ese alto en una colina y desde allí, mirar de nuevo e ilusionarnos con la estampa, sabiendo que los problemas existen, pero que hay posibilidad de mejorar si los miramos desde otras perspectivas.