Las fábricas de personajes de Colombia están en Bogotá y Medellín. Los medios de comunicación vuelcan todo su despliegue hacia allí, donde habitan personas que diariamente deciden el interés nacional. Últimamente se les ha metido Barranquilla.
De Medellín es Álvaro Uribe Vélez, de quien diré escuetamente que “no le gusta perder”. Y si él fuera apostador, no apostaría a ganar, apostaría “a no perder”.
Siendo gobernador en Antioquia le pidieron que se retirara para que aspirara a la presidencia de la República y contestó que “debía terminar su primera labor”.
Sus votantes dicen que ganaron al elegirlo gobernador porque lo hizo bien. Es terminada la misión donde se sabe si se ganó o se perdió y si mereció ser elegido.
Al informar los periodistas su trabajo en Antioquia, el país nacional lo reclamó como candidato presidencial y lo adoptó para presidente de Colombia.
Fue elegido Presidente de una sola vez, sin segunda vuelta, con un discurso “testicular y de apretar los machos”, con “muchos calzones”, necesario en ese momento, porque la pusilanimidad de los gobernantes anteriores dejó que las FARC armara su propio ejército y la insurrección salió a pelear el poder con balas, asesinatos, secuestros, atentados y tomas de municipios. Uribe fue recibido con atentado a la Casa presidencial.
No le importó. Estaba casado “pa´las que sea” y le iba a demostrar a la guerrilla que esa pelea no la perdería.
Para garantizar de una su primera presidencia, le dio la vicepresidencia a la familia Santos y con el diario El Tiempo, principal medio de comunicación del país encontró el mejor vehículo de promoción y defensa. Con esa alianza, le quebró la posible resistencia al partido Liberal y sin rival a la vista, el partido conservador se lo llevó de hijo. “En esta no tenemos pierde”.
Inmediatamente posesionado presentó una reforma constitucional vía referendo (que no plebiscito) y perdió.
Como no le gusta perder y solamente le aprobaron uno de sus 17 artículos reformatorios, sin nervios llevó al Congreso el “artículito” de la reelección y se la aprobaron con discusiones todavía vivas en los estrados judiciales y después los votantes lo reeligieron por una mayoría tal, que todavía están contando esos votos. Volvió a imponer su condición de “yo no puedo perder”.
Angelino Garzón lo acompañó como vicepresidente para contener las huelgas y paros de las centrales obreras.
Se dio “plomo” con las FARC y con una operación de película regresó a la vida civil a unos secuestrados y de paso devolvió la dignidad a un pueblo que mantenía humillado y herido en su moral, asustado en las calles y carreteras, sin protección gubernamental, rescate que el mundo comentó como imposible pero que con Uribe fue posible; “yo no sé perder”.
Intentó una segunda reelección (tercera vez) y fracasó.
Entonces para mantener a El Tiempo entre sus venas, engordó la candidatura de Juan Manuel Santos a la presidencia, ubicándolo en ministerios que le dieran la suficiente publicidad al entenado. “Con éste no tenemos pierde”.
Llegaron las nuevas elecciones y propuso a Santos, candidato purgante, que nadie se quiere tragar. Los bogotanos tenían afán en las elecciones, pues querían sacar rápido a Uribe del camino y cambiar los cocteles que eran aguapanela con queso y arepas”, mientras que los cachacos necesitaban que la champaña Veuve de Clicquot y los langostinos volvieran a Palacio. “Saquemos rápido de aquí a ese montañero de Uribe”, dijeron Roberto Prieto y los santistas. (Pueden preguntar). La traición se montó el mismo día que expusieron a Santos como candidato.
Ahí Uribe fue “cándido”.
Para no sentirse perdedor al negársele el pedido de presidente vitalicio, se presentó al Senado, donde según él su opinión era necesaria. Sacó la votación más alta del país.
Y para confirmar su necesidad de “siempre no perder”, puso de presidente a Iván Duque, a quien los seguidores de Uribe no le perdonan haber hecho lo mínimo o algo extraordinario, para que Uribe al final no perdiera el litigio con la Corte. Santos lo traicionó, Duque no lo respaldó.
A Uribe lo vimos montando un caballo, como un experto chalán, marcando el paso, con un pocillo de café en una de sus manos y en la otra enlazado, sin derramar una gota. “En esto tampoco nadie me gana”.
Uribe dio lecciones de trabajo, comparándose con la mayoría de campesinos de este país madrugando a trabajar, para luego de trabajar, seguir trabajando. “Para no perder, hay que trabajar”.
No había una hoja de este país que se moviera sin su autorización, así fuera en agosto, mes de las cometas y vientos y de posesiones presidenciales.
No rehúye peleas, ni discusiones ni combates, porque necesita demostrar que “no las pierde, así las pierda”.
Enfrentó sin armamento al General Chávez y no se dejó ganar declamando con el venezolano los versos poéticos a Bolívar. Qué rato tan emocionante.
Hizo elegir a Santos, y luego le derrotó con votos sus cacareados “acuerdos de paz”, acuerdos de los que pocos se acuerdan. “A mí no me ganan. Yo no pierdo”.
La indescifrable y sufrible calma de Iván Cepeda en el Congreso lo molestó y creyó conveniente por sentencia de la Corte Suprema de Justicia, aplicarle una salida fácil del legislativo, y lo denunció. Eso es lo que hoy lo enreda porque la Corte dice que miente.
Dos años peleó con el máximo Tribunal de la Justicia ordinaria en Colombia, a quien retaba diariamente con mensajes a los magistrados de que “ustedes no me ganan”.
Siendo Uribe hombre muy inteligente, sagaz, hábil, ingenioso en muchas cosas y veces, se olvidó que no es el único con esas cualidades.
La Corte Suprema de Justicia no necesita pelearle, ni alegarle, ni trinar ni salir a los medios a igualarse; la Corte simplemente se expresa por escrito con fallos que son mucho más poderosos que todos sus superpoderes.
La gran lección es que la Corte no necesita abrir la boca.
Y aunque Uribe apostara nuevamente en esta ocasión “a no ser vencido” y pese a que tiene a gran parte del país haciéndole barra, es conveniente que piense una muy buena defensa ante la Corte o del covid.
La Corte Suprema o el Covid le pueden declarar una muerte política o una natural, y si fuera la política se moriría sólo por la razón “de haber perdido con la Corte Suprema”, algo que no quiso calcular.
Por ahora la Corte que no necesita casar peleas con nadie, ya puso a Uribe en modo de silencio, y eso también lo puede matar.
Los seguidores de Uribe pueden manifestarle su total apoyo. Ojalá se muestren solidarios con él; además a él le gusta.
A los que nos gusta la justicia y el Derecho, esperamos que la Corte Suprema eliminando cualquier duda que pueda existir sobre el cartel de la toga, actúe prontamente, rectamente y cumplidamente, y se imponga la verdad jurídica y no termine esta disputa en una guerra de carteles.
Con la razón jurídica gana el país, y gana Uribe, así pierda.