La semana pasada fue de graduaciones en la Universidad Tecnológica del Centro. Como es habitual solemnes a la par que marcadas por un sinfín de emociones.
Dos hechos resaltan: casi la mitad de los graduandos se excusaron de asistir alegando que se encuentran fuera del país y de los que reciben sus títulos los varios cum laude y el elevado índice académico promedio de las promociones.
El primero es más de la creciente ola migratoria que padece Venezuela y en la cual son los jóvenes, casi siempre los mejores formados, el mayor número. El segundo es el resultado de un modelo vanguardista de altísimas exigencias que no tolera la mediocridad ni la complacencia.
En mis palabras, a los nuevos profesionales, destaco que mientras discurre el grado, connacionales de su edad, con los pies adoloridos, tiritando de frio, caminan por el paso de Berlín, en la cordillera de los Andes, en larga travesía desde Cúcuta hacia Bucaramanga y después a Bogotá. Otros se apiñan, agotados, hambrientos, en el puente de Rumichaca en la frontera colombo ecuatoriana impedidos de avanzar por restricciones recientemente impuestas. Algunos incluso pudieran estar luchando por sus vidas en aguas del mar Caribe que ya son varios los naufragios con decenas que han muerto en ruta a Curazao o Trinidad.
“Ingenieros esquilando ovejas en La Patagonia, Licenciadas sirviendo mesas en Guayaquil, Técnicos Superiores Universitarios vendiendo meriendas en Boa Vista, Especialistas apilando cajas en Puna, Magister gestionando redes desde San Francisco de Veraguas” menciono y de seguida les interrogo” “¿Para eso se esforzaron tanto? ¿Para título en mano salir corriendo, dejando los suyos atrás?”
A los centenares de asistentes, les invito en palabras de Mandela a construir una nación, “Que esta sea una nación –preciso- para todos, sin excepción. Sin perseguidos ni perseguidores, sin torturados ni torturadores, sin prisioneros de conciencia ni desterrados por el solo hecho de disentir, sin niños que se acuesten con hambre, sin colas que sean parte del paisaje, sin madres que lloren a sus hijos caídos frente a ellas por mano asesina, con un futuro posible de bienestar generalizado”. No olvido y pido oren por ella, a Génesis Cristina Carmona Tovar, estudiante nuestra, asesinada por colectivos cuando marchaba demandando libertad.
Insisto que la salida a la dramática crisis es tarea común y que nada lograremos con quejarnos mientras esperamos que otros resuelvan por nosotros. Advierto que no será fácil pero que es necesario empeñarse, perseverar, no cansarse, hasta alcanzar la Venezuela que soñamos, que merecemos.
Ya para finalizar, cito el brevísimo discurso de Sir Winston Churchill, de quien se dice ha sido de los mejores oradores de los últimos siglos, en la graduación de la Universidad de Oxford en 1940; un discurso de solo seis palabras.
El entonces primer ministro inglés, en plena segunda guerra mundial, subió al podio del auditorio entre los aplausos de los asistentes.
Con pausado ademán pidió silencio.
Colocó su sombrero sobre el atril y a un lado su bastón. Mirando a los graduandos, gritó más que les dijo:
“¡Nunca se rindan!”
Transcurrieron algunos segundos. Se alzó en puntas de pie y gritó nuevamente: “¡Nunca se rindan!”
Se hizo un profundo silencio mientras Churchill alargaba su brazo en busca de su sombrero; ayudándose con su bastón abandonó la tribuna. Su discurso había terminado.
A los graduandos y en ellos a todos a quienes pueda llegar, les pido:
¡Nunca se rindan!