¿Porque somos tan parroquiales? fue la pregunta que se hizo con acierto la profesora y ahora directora de relaciones internacionales de la Alcaldía de Bogotá, Sandra Borda. Un parroquialismo al que se acude con frecuencia para negarse al acatamiento de principios universales en materia ambiental, derechos humanos o estándares democráticos. Y quien mejor ha hecho gala de esa especie de deformación en nuestra tradición política, es la oposición de derecha al gobierno del Presidente Petro. Exhiben un parroquialismo que combina ignorancia académica, inocultable envidia y torpeza política.
La pregunta de Sandra Borda cobra relevancia por lo que hemos visto en lo que va del actual gobierno. En esta semana que termina, la primera gira internacional del Presidente Petro en el 2024 suscitó una destemplada reacción de distintas voces de la derecha política. Algunos se apresuraron a mentir desconociendo o minimizando la visita inmediata de Petro al Chocó luego de la tragedia que cobró medio centenar de victimas en la maltrecha carretera que comunica a Quibdó con Medellín. Otros, aparentando un tono más “serio” cuestionaron el costo del inmueble arrendado en Davos (Suiza) para promocionar el país en el marco de la Cumbre Económica Mundial. Hubo quienes ignoraron deliberadamente las razones de la visita al Vaticano, como si una reunión del Presidente con un líder de la talla del Papa Francisco no resultase importante para cualquier gobierno y Estado del mundo. Y no faltaron quienes lanzaran piedras por el papel de Colombia en la protección de la democracia guatemalteca y Centroamericana, a propósito de la posesión saboteada por la derecha, del Presidente Bernardo Arévalo.
Desde este anacrónico “ombliguismo” que consiste en que Colombia se mantenga obsesionado con su ombligo, se busca justificar una actitud de aislamiento internacional o de arrodillamiento a los intereses y la política exterior de Estados Unidos, característica de nuestra diplomacia desde la abrupta pérdida de Panamá a comienzos del siglo XX. Les da pavor que un Presidente colombiano en ejercicio proponga con altivez una revisión a la política antidrogas que se nos ha impuesto desde el norte. Les produce urticaria que en las Naciones Unidas o en las conferencias sobre el clima o en el foro económico mundial Colombia juegue un papel de liderazgo proponiendo iniciativas que comprometan a los Estados del mundo en acciones para enfrentar la crisis climática del planeta. Se burlan de la búsqueda de otros horizontes en nuestras relaciones internacionales como lo ha venido haciendo la Vicepresidenta, Francia Márquez, con los países africanos. Y les parece que el papel de Colombia en la mediación en conflictos internos de países del vecindario latinoamericano, es un asunto de vanidad del Presidente de la República.
Esta derecha es la expresión más atrasada de unas elites políticas que nos sometieron a una fracasada, costosa y violenta guerra contra las drogas. La misma que nos incorporó a la megatendencia de la globalización económica, celebrando a diestra y siniestra Tratados de Libre Comercio, sin adoptar medidas que protegieran y consolidaran nuestro aparato productivo. La misma que se rasgas las vestiduras con los informes de organismos internacionales de derechos humanos sobre Colombia. La misma que considera inaceptable que La Paz de Colombia acate el Estatuto de Roma y cuente con una permanente vigilancia, acompañamiento y apoyo de la comunidad internacional. La misma derecha que se niega a la transición energética y que puso el grito en el cielo por la aprobación en el Congreso de la República del Acuerdo de Escazú, el único acuerdo continental en materia ambiental hasta ahora expedido.
Es una derecha que no oculta su envidia del liderazgo internacional de Colombia bajo un gobierno alternativo, mientras que su líder más destacado es cuestionado política y judicialmente por graves violaciones a los derechos humanos. Pero sobre todo es políticamente torpe porque se estrellan contra un mundo globalizado en todos los terrenos. No quieren darse cuenta que no estamos solos en nuestra parroquia y que la humanidad de la que hacemos parte implica inevitables estándares que aseguran la supervivencia de la especie y del planeta.