Por: María Andrea Nieto
Nos preparamos en Colombia para entrar en cuarentena absoluta para evitar el contagio del coronavirus. En Bogotá hemos vivido con éxito un simulacro de confinamiento que nos ha demostrado nuestra capacidad de adaptación y de resiliencia.
Del mismo modo, también evidenciamos las dificultades que muchos tienen en acatar las reglas y aceptar las circunstancias extra-ordinarias que nos retan en estos tiempos. Así, miles salieron el pasado jueves y viernes de Bogotá, Cali y Medellín a pasar el puente en sus fincas y los municipios cercanos como si fuera un fin de semana normal, llevando consigo el peligro de contagio a municipios con infraestructuras en su sistema de salud precarias.
A diferencia de países como Inglaterra, Italia y España, Colombia ha venido actuando con cierta velocidad que no podemos desconocer. Es verdad que le ha costado trabajo al gobierno nacional llevarnos a las medidas extremas, pero el principio de realidad del sistema de salud desabastecido e insuficiente que tenemos, es lo que nos hace tener conciencia de la importancia de restarle fuerza al virus al no encontrar nuevos receptores de contagio. Los niños lo han comprendido a la perfección. Si el virus no encuentra a nadie en las calles entonces se va, nos repiten los pequeños en videos que se comparten en las redes sociales.
Esta pandemia nos ha llevado a guardarnos en las casas. Vaya tarea importante. La humanidad tan avanzada en la tecnología se quedó anonadada frente a la capacidad de respuesta frente a un virus que como otros en el pasado, mató a miles y transformó la historia de las sociedades que se enfrentaron a estos retos de salud pública. Un simple murciélago o una serpiente que alguien se comió originó este desastre. Y en ese sentido también es un llamado de atención. ¿Qué tanto hemos abusado de la naturaleza?, ¿es necesario tomar tanto de la tierra?. Estar guardados en la casa, cocinar nuestros alimentos, compartir tiempo con nuestra familia, organizar nuestras cosas, nos lleva a confirmar que no necesitamos tanto para vivir y que debemos cambiar nuestra relación con el planeta. Reducirnos, reciclar y comprender que no somos los dueños de este lugar al que llamamos tierra, porque un simple virus nos está quitando la corona de los reyes absolutos que nos creíamos.
Y así, muchos en la lógica del pánico se atiborraron en los mercados a comprar comida. Pero no es falta de comida el problema que tenemos. El peligro es un contagio que supere la escasa capacidad de atención del sistema de salud. En Italia se están muriendo por centenares por culpa del virus y no por falta de alimentos. Lo que faltan son respiradores y no papel higiénico.
Por eso la vacuna contra el pánico en estos tiempos de coronavirus es permanecer en la seguridad de nuestras casas. Aprovechar la quietud de la cotidianidad, el silencio y la soledad. Porque allí es cuando aparece la gran oportunidad de reencontrarnos con nosotros mismos y con las personas que amamos para cuidarlas y para que nos cuiden. Para amarlas y para que nos amen. Si no podemos ir afuera, pues vayamos hacia adentro.
Colombia inició el proceso de protegerse a sí misma. Esperemos que estemos a la altura de este reto y demos la talla. Por nosotros y las generaciones del futuro.