“Para mis amigos todo; para mis enemigos la ley”

La frase del título -atribuida a Benito Juárez- parece caminar al paso de la cultura política latinoamericana. En Colombia, por ejemplo, hemos explorado diversos prismas de esta frase hasta reeditarla en una contemporánea del tipo: para mis amigos la garantía de sus derechos; para mis enemigos todo el peso de la ley.

Esta reedición tiene la potencialidad de ser utilizada como un lente de análisis para diversos eventos actuales: los argumentos del debate en el Congreso frente a la moción de censura del ministro de Defensa; el autoritarismo y la estigmatización contra manifestantes; la violencia sexual ejercida por agentes de la Policía Nacional y contra mujeres de dicha institución; la negativa de un Estado a ser visitado por la CIDH mientras con la otra mano se impulsa la visita a su país vecino. En fin, un variopinto de posibilidades que nos pueden dar pistas de autoritarismo, desigualdad y la forma en que gestionamos nuestros conflictos. Me detendré en este último punto, puesto que me permite pasear entre algunas generalidades.

El mundo distópico dueño de nuestra frase reeditada tiene “grabado en el cerebro con cincel” la idea de que los conflictos surgen y se gestionan a través de la dinámica de confrontación entre amigo-enemigo. Schmitt ubica la política en este binomio y así la relaciona con la guerra, donde hay enemigos contra los que caben diversos ejercicios, entre ellos la eliminación. Al parecer, nuestra cultura política ha bebido mucho de eso y al gestionar nuestros conflictos llegamos a contemplar la eliminación del contrario.

Esta dicotomía entre el amigo -al que se le respetan sus derechos- y el enemigo -al que se le amenaza con aplastarlo y hacerle la guerra con el peso de la ley (al criminalizar la protesta por ejemplo)-; que se convierte en dinámica de acción no surge de la nada, comienza con una escalada de la violencia, que en ocasiones dirige sus pasos a partir de la deshumanización y la minimización de la contraparte, al tiempo que ubica a los amigos en un lugar de protección superior. Resulta indudable que todos desean la garantía de derechos para las personas amadas y con las que se comulga, por esta razón sólo mencionaré la violencia y la represión que se espera usen ropajes de legalidad contra los no amigos.

Hay un ejercicio político en reconocer al contradictor. En la visión dicotómica amigo-enemigo, el contradictor es el segundo y se le puede destruir; también hay otras formas de destrucción, en ocasiones se reduce al enemigo a la categoría de subhumano y de esta forma no se destruye a un igual, se destruye a un ser mínimo. Al deshumanizarlo se le desconoce y comienza un ejercicio de enunciación que parece inocente -como llamarlo cerdo o rata-, de esta forma se reproducen, por lo menos, dos cosas perversas: por un lado, a los ojos del emisor el otro pierde su agencia moral, por lo tanto, su capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo, y a actuar en consonancia con ello; por otro lado, disminuye su estatus al reducirlo a un ser carente de derechos.

La minimización ya comenzó con la deshumanización y permite que una parte se ubique en una posición de superioridad frente a la otra, esto va más allá de la diferenciación -necesaria en entornos democráticos y pluralistas- y se concentra en la estigmatización y degradación a la categoría de subhumano al que es, piensa y siente diferente. Sentarse en ese trono elevado ya es un problema, pero hacerlo en medio de un conflicto es el camino para ver en el otro un ser con el que no se puede razonar, con el que es imposible sostener una conversación y llegar a consensos. La solución contra este enemigo, ahora discursivamente reducido, es imponerle la fuerza y si esta no es suficiente se contempla su eliminación.

Esta deshumanización y minimización -con sus resultados- tienen un impacto mayor cuando es el Estado -con todo su aparataje- el que decide cobijar con garantías de derechos a sus no contradictores y descobijar de sus derechos a la población que le reclama, con la excusa de aplicar el peso de la ley.

La contraparte debe evitar caer en el ataque dispuesto a la destrucción de la dignidad y la vida. No hace justicia a la protesta, a la dignidad de los derechos y de las víctimas que se aumente su número. No es nuestro papel disminuir la vida y la dignidad del otro; si lo hacemos, nos estaremos convirtiendo en lo que tanto reprobamos.

@ElGatoConTennis