Comenzar una historia con alguien se convierte en un pequeño infinito, casi una dimensión paralela en la que el tiempo no es tiempo y el universo se queda corto. Si este ‘mundillo’ toma fuerza, si cobra sentido, deja de ser pequeño para ser un Todo. Pero si esa entrega resultase en vano, el dolor resultante también puede ser infinito y es justo ahí cuando descubrimos que algo puede doler tan adentro… en lugares que incluso no sabíamos que existían.
Hablaré de matemáticas… No soy matemática, ni mucho menos, pero lo que sí sé es que hay una infinidad de números entre el 0 y el 1. Qué decir entre el 0 y el 1,2 ó el 1,3. Hay una infinita colección numérica entre unos y otros. No alcanzo a imaginarme las filas de números entre el 0 y un millón; en definitiva, hay unos infinitos más grandes que otros infinitos. Visto de esa perspectiva, nuestras relaciones pueden ir del 0 al 1 ó del 0 al 0,000001 ó al billón, pero de ninguna manera una es más importante que la otra.
En el mundo emocional el tiempo es relativo y no transcurre igual para todos. Puedes enamorarte en una hora con tal dulzura y con tal entrega, que esa hora no tendría que ser más insignificante que cinco años de un matrimonio conformista. Lo que me hace pensar que otorgar el corazón es creer en esos pequeños infinitos que nos regala la vida y que el único sentimiento que estrecha el final de esas eternidades es el agradecimiento.
Sí, agradecer, porque cuando llueve nos mojamos todos, porque si quisiste hasta los huesos fue en virtud de ti mismo, por la valentía del acto mismo que implica querer, porque confiaste, porque te atreviste, porque desnudaste el alma y te concediste puro, porque cada vez que queremos más y mejor encontramos la mejor versión de nosotros y, solo por eso, querer y vivir ese pequeño infinito: vale la pena. No podríamos ser más privilegiados.
Estar con alguien es admirar, es amar profundamente, es anhelar más números en la infinidad del conteo, es reconocer cuán afortunados somos porque esa persona se nos haya cruzado por el camino, es disfrutar de la coincidencia… no es recordar solo en la ausencia y la soledad, hacer pagar nuestras dudas, reciclar demonios o fantasmas del pasado con los que no hemos aprendido a convivir, ni desechar los recuerdos que nos hicieron felices al compartir ese infinito, solo por el hecho de que los caminos se bifurcaron y dejaron de abrazarse.
A veces quisiéramos más números que los que nos tocan, pero qué puedo decir, la vida es un suspiro finito.