Culminaron los Juegos Olímpicos de Paris. Colombia tuvo una decepcionante participación, puesto 12º entre 15 países latinoamericanos y caribeños que enviaron atletas a las justas. Las medallas obtenidas son reflejo del esfuerzo aislado de los deportistas, sus familias y entrenadores. Las meritorias medallas obtenidas por el jovencísimo gimnasta nortesantandereano y la luchadora vallecaucana, plata y bronce respectivamente, son sin duda, un reconocimiento a dos trabajadores del gimnasio que han vertido con creces sus esfuerzos que seguramente, depararán mayores gestas deportivas.
Colombia una nación a pesar de sí misma, es el título de un libro de David Bushnell (1923-2010), allí el historiador estadounidense hizo un recorrido cronológico por la historia colombiana desde la Colonia hasta el proceso constituyente de 1991, bien podría servir como título para esta columna. Pesos olímpicos es la historia de Colombia, historia de peso o mejor de cargas para sus habitantes. No en vano, desde siempre, la violencia y la vida dura se enquistaron en la sociedad colombiana y han sido su constante, aún antes de la Republica. La violencia y la desidia permean todos los sectores de la sociedad. Lo que ha hecho de los colombianos, personas dispuestas a cargar el peso de la vida pese a todo, el deporte no podría ser la excepción.
La halterofilia es la disciplina olímpica con la que Colombia ha destacado durante los últimos decenios, motivo de alegría ante la escasez de distinciones en otras disciplinas. Los pesistas colombianos siempre han obtenidos medallas en las Olimpiadas del Siglo XXI; lo que hace de Colombia, un referente en el arte de los fierros en América: Dos doradas Urrutia 2000 y Figueroa 2016; seis plateadas Salazar y Solís 2008, Figueroa 2012, Mosquera 2020, y las recientes de López y Sánchez 2024; tres bronceadas de Mosquera 2004, Valoyes 2012 y Mosquera 2016, para un total de once preseas olímpicas. Balance deportivo destacable para un País cuyos deportistas son el resultado de procesos espontáneos, personales y no de proyectos institucionales debidamente concebidos, y en el que, el fútbol concita el interés nacional sin ganar algo relevante, precedido por el ciclismo que de vez en cuando, arroja a las pistas doradas generaciones.
El levantamiento de pesas es el deporte colombiano del Siglo XXI, bandera para exhibir a nivel mundial. Generalmente, se trata de atletas de raza negra, de zonas apartadas del País, que, con su fuerza bruta y su hipertrofia muscular, peso a peso sudan lágrimas y derraman dolores no sólo para hacerse un sitial en la historia olímpica, también para aspirar a una casa propia, a un empleo estable y a un espacio inclusivo en la sociedad. La penuria les ha fortalecido, les ha hecho ganar la vida y ser triunfadores. Es como si el peso de la existencia ruda y fuerte, se acompasara con el peso del metal forjado, cual titán Atlas que carga la bóveda celeste sobre sus hombros; como si cada envión fuese el peso del sufrimiento de todos los colombianos marginados y excluidos. Como si empujaran el País avante, como si sólo la fuerza bruta domada hiciese de Colombia un lugar mejor.
Ante la falta de apoyo gubernamental, la carencia de líderes de talla internacional, y el gobierno de turno trepado en el carro de bomberos cada vez que alguien triunfa, es hora de construir una verdadera política deportiva competitiva y trascendente. Política que trabaje por igual cuerpo, alma y mente, para que un País con 50 millones de habitantes pueda dar miles de campeones dorados, y, no sea el peso de la vida, levantado a empujones, el que ponga a sonar cada cuatro años una que otra medalla, de hasta entonces, desconocidos que, permitirán al criollo colombiano, hinchar el pecho y decir los Yeison, Marías, Leivis, Ubaldinas, Mábeles, Luises y Óscares también son Colombia, la Colombia que vive de levantar el peso de la vida.