A los poderosos no les gusta que el nuevo gobierno amenace con quitarles algunos de los beneficios económicos que se ganaron en los últimos treinta años a punta de lobby y de financiar campañas políticas bajo el sofisma de generar más empleo, competitividad y productividad. Los beneficios que recibieron no derivaron en una economía más competitiva, productiva y transparente, ni en una sociedad avanzada con más y mejor empleo formal, equidad y sostenibilidad.
Treinta años desde que el Estado se dedicó a regular a favor del mercado, para lo cual creó un cuaderno de beneficios que no se han traducido en sostenibilidad económica, social, política, ambiental y jurídica. Gaviria sentó las bases, pero la profundización la hicieron Pastrana, Uribe y Duque.
Petro no dijo en campaña una cosa y como presidente otra. Lo que sucede es que los intocables se dedicaron a apoyar personajes menores, como Fico y el Ingeniero, el cual, sin embargo, ha sido más sensato que el paisa desconfigurado, que no tiene figura de nada menos de presidente de Colombia. Entonces, por andar haciendo travesuras electorales con el uribismo y demás maquinarias de la corrupción, los poderosos no atendieron ni entendieron lo que Petro decía.
Ganó la presidencia y está gobernando. Es un gobierno de cambio, pero de cambios sostenidos, sensatos, necesarios contundentes y graduales, cuya consolidación se demorará unos cuantos años, ojalá menos que el neoliberalismo en destruir la economía, el sistema político y las instituciones. Nada de lo que a muchos asombra, es nuevo. Lo anunció y está cumpliendo, por supuesto con ajustes y cambios buscando los consensos y precisando el alcance y contenidos de las políticas y de las reformas.
Reforma tributaria: gradualidad condicionada
Las quince reformas tributarias que compró la dirigencia derivó en que no pagan impuestos o eluden más que el resto de América Latina, y en más del cien por ciento que en los países desarrollados. Si se suma corrupción a la evasión y elusión, los recursos públicos son escasos, por eso el 60% de los colombianos están desatendidos: tienen pocas opciones de bienestar y de oportunidades de crecimiento y desarrollo como personas, familias y comunidades. Los poderosos ahora protestan y amenazan con llevarse la plata.
Gradualidad piden otros según dicen analistas, columnistas, centros de estudio de su bolsillo y los discursos de sus representantes gremiales. Está bien, pero sin confundir gradualidad con aplazamiento. Esa gradualidad podría pensarla el gobierno, porque se debe dar un espacio para adaptar el modelo de negocios a las nuevas responsabilidades tributarias y su compatibilidad con las orientaciones de las nuevas políticas que debe diseñar e implementar el nuevo gobierno. La gradualidad debe condicionarse a compromisos que deben cumplir los empresarios: generar más y mejor empleo, invertir más en investigación, desarrollo, innovación y diversificación, patentar y exportar más, sustituir importaciones, y desarrollar nuevos sectores o actividades intensivas en tecnología. Para ello, el estado debe transitar del estado regulador parásito, al estado regulador innovador y emprendedor que establezca alianzas estratégicas de gran impacto con las empresas innovadoras.
Los grandes empresarios deben pagar impuestos por la repartición de dividendos. Deben perder beneficios ociosos que nada le dejaron a Colombia las zonas francas. Deben pagar impuestos los grandes propietarios de la tierra que deben volverla más productiva o venderla a privados o al estado para que este se la dé a pequeños productores o las venda a otros empresarios del campo. Deben pagar más impuestos por sus elevados salarios los ejecutivos, empleados públicos y políticos, porque la mayoría de estos últimos se han robado mucha plata del erario público, conformando redes de testaferros con familiares y amigos tal como lo hacen los narcotraficantes – cuando no es en alianza con estos -, así que al menos deben devolver la plata que nos quitaron a todos.
Tributaristas y analistas de su cuerda no pueden continuar con el cuento chimbo de la progresividad y de la equidad tributaria con el fin de poner a la clase media alta – aquella que gana entre diez y veinte millones de pesos mensuales – a pagar los impuestos que ellos no han pagado. Sin embargo, los de diez a veinte millones también deben poner su cuota.
La comida chatarra debe pagar IVA. Parte de la salud preventiva es una buena dieta. Un cálculo rápido muestra que sale igual o más cara la comida chatarra que una sana comida. Además, la comida chatarra termina llevando a las personas convertidas en chatarra a las salas de urgencia de clínicas y hospitales. Aquí el criterio, más que económico es de salud, y de pedagogía para un cambio cultural, como ocurrió cuando las verduras y las frutas se volvieron parte de la comida de todos los días, porque antes la dieta era harinas y más harinas, colesterol y más colesterol, lo cual aún ocurre en ciertas culturas. Debe haber algunas gradualidades mientras el proceso educativo se hace con la ciudadanía. Al final, todos los productos chatarra deben pagar IVA.
Gradualidad sí, nuevos beneficios también, pero no a cambio de nada o de poco. El mercado como concepto supremo y rector de un modelo económico, fue mentira. Colombia está lejos de tener una economía del futuro. Es una economía y una sociedad con mentalidad pequeña y del pasado. Estado – empresa es el esquema correcto. Mercado solo, no. Esto implica cambios en la educación y en la investigación científica y tecnológica, en la planeación del país, en las políticas sociales, y en superar las rigideces del presupuesto general de la nación. En Colombia las políticas son cuadriculadas, estrechas, mal apropiadas, creativas para la trampa negadas para el desarrollo.
La transición energética: una misión de largo plazo
Vuelve y juegan los intereses de unos cuantos poderosos. Colombia se metió y no ha salido de la enfermedad holandesa de los minero-energéticos, sobre todo de petróleo, por eso el dólar es absurdamente caro. Como la desindustrialización y la dependencia alimentaria fue una estrategia deliberada de los gobiernos de los últimos treinta años, entonces, el extractivismo sin industrialización se convirtió en la principal opción para obtener ingresos por exportaciones. De esa manera, se formó un gigantesco negocio de pala, excavadora, volqueta, tubo, barco y tren, que tiene inimaginables beneficios tributarios. Por eso, el impuesto a sus exportaciones tiene razón de ser. Además, las zonas, comunidades, y ciudades de los territorios extractivistas son de los menos desarrollados de Colombia, y algunos de los más violentos.
Fue otra bonanza que quedó en pocas manos y nada en los bolsillos de los millones de colombianos pobres, y pocas empresas e industrias se crearon en las cadenas de producción extractivistas.
De tal manera, que la transición energética implica, según van precisando el presidente y sus ministros, terminar los contratos de exploración de petróleo y gas, pero no incentivar más exploraciones, por eso punto final al fracking.
La autosuficiencia de los fósiles debe tener un periodo: doce a quince años como máximo, mientras se consolida el plan de reestructuración productiva y de nuevas exportaciones. Esto pasa por una estrategia de reindustrialización con base en energías alternativas. Lo he dicho en otras columnas: las nuevas energías no pueden seguir el modelo de que Colombia pone el recurso, y otros la tecnología, la producción y el negocio. Ecopetrol y el Instituto Colombiano del Petróleo, deben reestructurarse. A la actual Junta Directiva y al presidente de Ecopetrol no los veo en esa transición. Y los ministerios de Hacienda, Minas y Energía, Agricultura, Ciencia y Tecnología, Educación, Medio Ambiente, Transporte, y el DNP deben trabajar con productores y bancos la reestructuración y reindustrialización productiva de las nuevas energías y del sistema productivo en general.
P.D.: En una próxima publicación hablaré del caso del accidente que sufrí con una máquina de afeitar. La multinacional responsable ha dilatado y ofrecido compensaciones indignantes.