Petro y Rodolfo son un producto

Uno de los argumentos más recurrentes para subrayar la debilidad actual de nuestras democracias es el avance de la llamada «crisis de representación». La queja por la crisis de representación apunta, más o menos vagamente, a una (siempre) creciente distancia entre «la gente» y «los políticos» o, diciéndolo con algo más de precisión conceptual, entre «representados» y «representantes». (Santiago Gerchunoff, Nueva Sociedad, marzo – abril 2022)

Aunque parece ser una obviedad de todos los tiempos, La crisis de hoy esta removiendo los cimientos mas profundos del liberalismo y sus sistemas.  ¿Por qué está sacudiendo las bases de nuestro sistema? Porque a diferencia de épocas anteriores hay tres nuevos elementos: el populismo y nuevos liderazgos (este no tan nuevo), el reduccionismo y marketing en todo, y el estancamiento en la movilidad social. Creo que tener esto claro, nos muestra que Petro y Rodolfo son un producto de esta crisis, y no quienes nos sacarán de esta.

Empecemos por lo último, el estancamiento de la movilidad social. Este concepto significa la capacidad que tienen los individuos, familia y/o grupos sociales para aumentar equitativamente las oportunidades en salud, educación e ingreso a lo largo de su vida, es decir, si nací pobre mis posibilidades de morir en un mejor nivel socioeconómico del cual vengo.

En el informe “¿Un ascensor social roto? Cómo promover la movilidad social”, la OCDE, durante un periodo de cuatro años realizó un estudio con los países miembros de la organización, y hubo resultados como: alrededor de 60% de las personas permanecieron en la categoría de ingresos más baja, mientras 70% se mantiene en las categorías superiores.

La cantidad de generaciones que tomaría a los hijos de familias con menos recursos para alcanzar el ingreso promedio en su país varía. De un promedio general de 4.5 generaciones, en los países nórdicos tarda de dos a tres, mientras que en Colombia esto tardaría hasta 11, siendo el país entre los miembros de la OCDE que ocupa mayor tiempo para que se dé el cambio en la escala social.

En Estados Unidos, la nación mas rica del planeta, Carter C. Price afirma que, en las últimas décadas, vivir el sueño americano ha parecido menos probable para los nacidos en la Generación X (1965-1980), los Millennials (1981-2000) y la llamada generación Boomlet del siglo XXI. Su investigación sugiere que la movilidad económica en los Estados Unidos en su conjunto ha sido esencialmente estable desde la década de 1970, pero la desigualdad de ingresos ha aumentado durante ese período, lo que hace que las consecuencias de la “lotería de nacimiento” sean más severas.

Por ende, la promesa liberal donde el individuo es premiado a partir de su esfuerzo, y solo depende de este para alcanzar su prosperidad, acumulación de riqueza y acceso a educación, salud, vivienda, etc. (meritocracia), y todos podemos llegar a ser el Bill Gates o Jeff Bezos es una mentira.  Ese mito no va más.

Por eso el mismo sistema ha creado ilusiones de éxito como los emprendimientos, a pesar a de la carnicería que se da en el mercado al momento de emprender. El diario La República afirma que del total de las compañías que emprenden en Colombia, el primer año subsisten 55% de ellas, el segundo 41% y el tercero 31%, según la Asociación de Emprendedores de Colombia (Asec). Además, solo una de cada 10 supera los 10 años de operación.

Pasando al siguiente elemento, el marketing es definido como un conjunto de técnicas y estudios que tienen como objeto mejorar la comercialización de un producto. Esto implica poner un sello, una marca, “tachar” un producto con X o Y características.

En los últimos años el marketing ha permeado todo en nuestras vidas. No solo los productos en los supermercados son susceptibles de marketing, sino las redes sociales (Twitter, Instagram, Facebook, etc.) han mercantilizado al individuo como viajero, vida saludable, fit, lifestyle, etc, lo que nos ha convertido en un producto de estas.

Esto tiene un impacto en la política y las elecciones. Si todos y todo esta bajo premisas del marketing, todo se guía por la sensación que produce el titular o el post. No hay tiempo para analizar detrás de ese titular o ese post. Por eso, es común tachar a alguien de zurdo, derecho, uribista, o rodolfista a partir de una frase, una foto o un tweet.

Todos estamos absolutamente codificados en esta mercantilización, y lo entiendo. Esto nos hace la vida más fácil. Es mucho más fácil etiquetar a individuos o a un grupo de personas cuando entro a una fiesta, y así encontrar a mi tribu, que ponerme a conocer a cada individuo, para verificar si esa etiqueta es o no es, o tiene matices.

Lo complicado de esto es que no da espacio al dialogo y lleva directo a la confrontación. Al encontrarse dos posiciones opuestas, al guiarse solo por las emociones del post o de la frase en 140 caracteres, marca el camino para la agresividad y violencia, poniendo mas etiquetas del uno al otro, y viceversa.

En consecuencia, hay montón de idiotas y barras bravas que defienden su posición a partir de titulares y posts, sin parar a escuchar y analizar el argumento, poniendo rótulos a diestra y siniestra, etiquetando a miembros de su tribu o a quien no piensan como ellos. Lo cual deriva en la ausencia de discusión sobre las ideas, y va directo a los ataques personales. Produciendo esclavos de emociones.

¿Y cual es el efecto en los populismos y nuevos liderazgos? Como el marketing cada vez más opera como código en las relaciones sociales, la política ha visto en esto una oportunidad. Desde el lado de las campañas, solo se dedican a etiquetar al candidato rival, sin detenerse en el debate. Por ejemplo, en Colombia hemos visto en las últimas semanas señalamientos de corrupción, machismo, uribismo, como pícaros, y misóginos, etc, de un candidato y del otro.

Esto claramente impacta el debate en las calles y/o en las redes sociales, donde aquel que diga, nombre u opine de una determinada forma, inmediatamente es tachado de uribista, zurdo, guerrillero, comunista, o corrupto. No nos detenemos a analizar qué hay detrás del post o del tweet.

Esto facilita el ascenso de candidatos populistas, los cuales por medio de etiquetas y rótulos, buscan dar soluciones fáciles a problemas difíciles. En el mundo, bajo estas etiquetas han llegado Trump, Bolsonaro, el Brexit, Duterte en Filipinas, y vamos a ver quién gana en Colombia. Las etiquetas de Rodolfo simplifican todo a la lucha contra la corrupción, y Petro con su cambio de las elites que han gobernado a Colombia por 200 años (sumado a la lucha contra la corrupción, se vulgarizó esa lucha. ¿pero cuando no?).

Sumado al marketing de la política y la vida diaria, está la incapacidad del sistema de proveer movilidad social. Aun peor, Colombia, Estados Unidos y el resto de las democracias liberales vienen promoviendo la desigualdad y la dificultad para que familias o individuos que nacen pobres puedan acceder al ascensor social.

Como consecuencia, tenemos una sociedad hastiada de promesas incumplidas sobre la mejora de la calidad de vida, un debate reducido a su más mínima expresión, en una sociedad mercantilizada que solo busca rotular a personas para encasillarlas, desconociendo el porque de esas ideas, y unos candidatos que aprovechan esto para simplificar problemas extremadamente complejos, en fotos, reels o 140 caracteres. Con la exaltación de las emociones como común denominador.

Por ende, Petro y Rodolfo no solo fueron los que mejor leyeron la crisis colombiana (la eterna crisis) donde el trabajo, corrupción, e inseguridad aparecen en el top 3 de las preocupaciones de la población, sino que entendieron la necesidad de las personas por activar la movilidad social (que no tardemos 11 generaciones), y han sido los que mejor explotaron las claves de la comunicación actual.

Petro y Rodolfo, no son salvadores. Son un producto de nuestras mismas necesidades, limitaciones, deseos, expectativas e imaginarios. No nos asombremos si un señor lenguaraz o una persona arrogante llegan a la Casa de Nariño, porque en gran medida somos lo que esos candidatos representan y proponen.